Desde París. Aquella noche del 10 de mayo de 1981 y un puñado de anos siguientes han quedado cautivos en la memoria de quienes los vivieron y en los relatos que hacen los inventarios como la última vez que el socialismo francés simbolizó y, en parte, llevó a cabo un profundo cambio de sociedad. El difunto presidente socialista François Mitterrand ganó ese día las elecciones presidenciales francesas ante el mandatario saliente Valéry Giscard D’Estaing (liberal conservador). Decenas y decenas de miles de personas con banderas socialistas, pancartas con rosas y banderas del Partido Comunista francés bajaron por la Rue de Rivoli hasta la Plaza de la Bastilla para celebrar lo inconcebible: Francia, por primera vez desde el Frente Popular (coalición de izquierda que gobernó Francia entre 1936 y 19381936), iba a estar gobernada por la izquierda. Varios huéspedes de los hoteles de lujo de la Plaza de la Concordia y de la Rue de Rivoli huyeron de París horripilados por miedo a que aquella gigantesca ola rosa roja viniera a expropiarlos a sus habitaciones. Michel trabajaba en 1981 en un acomodado hotel de la Rue Rivoli y, entre tantos otros, se acuerda de una familia argentina que salió por la puerta de atrás en taxi: "querían llegar hasta la Porte Maillot para alquilar un auto e irse a Alemania. Decían que los comunistas iban a entrar al hotel a descuartizarlos. Mi generación estaba en el paraíso. No lo podíamos creer. ¡Habíamos sido capaces de sacar a la derecha del poder!”
El lema del Partido Socialista (PS) francés y de Mitterrand expresaba mejor que cualquier definición lo que estaba en juego: Changer La Vie (Cambiar la vida). Esa era la poderosa y emocionante sensación que, de pronto, sacudió a la sociedad: la vida iba a cambiar. Por aquellos años del naciente liberalismo la izquierda socialista representaba una resurrección social. En su propuesta y sus figuras se concentraba mucho más que una alternativa política: el PS encarnaba la franca y entera posibilidad de que el anhelo de cambiar de sociedad era posible. Cuatro décadas después, el sueño es un ramo marchito y el Partido Socialista un cuerpo amorfo sepultado por sus propios dirigentes. Aunque el PS volvió a ganar las elecciones presidenciales de 2012 con el candidato François Hollande (derrotó al presidente saliente Nicolas Sarkozy) la izquierda ha perdido su capital más fructuoso, el más exaltante, es decir, la esperanza de que una opción política sea capaz de transformar el mundo. El socialismo francés ha traspapelado todas sus bases: el mundo obrero, el campo, los barrios populares, la clase media, la juventud, los activismos de toda índole e, incluso, el acceso a esas plataformas donde se preparan las ofertas políticas y las movilizaciones del mañana que son los grupos políticos que militan dentro de las universidades. En las últimas elecciones presidenciales (2017) su candidato, Benoît Hamon, ni siquiera pasó a la segunda vuelta. Con el 6,3 por ciento de los votos el PS se volvió un partido de figurantes, quebrantado entre la corriente liberal social y el socialismo genuino, las ambiciones personales, las luchas de aparato y la inanidad. Es un partido sin voz ni votos cuyos representantes más visibles atravesaron la vereda para ampararse bajo el techo del macronismo victorioso. Ya venían de un liberalismo decorado con pétalos sociales y el entonces candidato presidencial Emmanuel Macron les ofreció el salvoconducto.
Sus derrotas han sido el resultado de un lento giro hacia un liberalismo manso y el éxodo de su gente de los lugares donde se plasma la lucha, donde palpitan las injusticias y las discriminaciones. La última dererrota, la de 2017, es la consecuencia de la estocada mortal que le propinaron François Hollande y su entonces primer ministro Manuel Vals. No por nada la prensa, inclusive la de derecha, ha bautizado a Hollande y Vals como “los sepultureros de la izquierda”. Los cinco años de la última presidencia socialista causaron una estampida tajante de militantes y electores. Leyes restrictivas, lemas liberales, leyes liberales y socialmente punitivas, racismo asumido, leyes represivas, reformas favorables al patronado y un ramo de interminable de retóricas funestas. Manuel Vals solía decir:” hay que terminar con la izquierda del pasado, con esa izquierda que se apega a un pasado finito y nostálgico, obsesionado por el superyó marxista”. La separación entre el PS y las urnas se cristalizó en 2016 y luego nunca más volvieron a encontrarse.
La juventud que celebró hasta el vértigo la victoria de 1981 está ausente en 2021. El PS llegó tarde a todas las citas generacionales: internet, las redes sociales, el movimiento "Me too" contra el acoso sexual, la ola ecologista, la defensa del clima, las manifestaciones contra las violencias policiales o la violencia, el hostigamiento y la discriminaciones contra las mujeres. Rezagado. El PS no sólo ha perdido su estatuto de “partido de la transformación social”, sino, sobre todo, el contacto con esa juventud que pugna por cambiar de sociedad. Las banderas con el puño y la rosa no pueblan más el horizonte de las movilizaciones populares. El PS tampoco acompaña a la juventud en sus problemáticas como lo hizo en los años 80 durante la lucha contra el racismo y el movimiento SOS RACISMO, las huelgas de los estudiantes y los bachilleratos, la reforma de la ley de las universidades (1986) y contra la reglamentación que regulaba un primer contrato de trabajo (2006). En esas y otras ocasiones, el socialismo francés le disputaba codo a codo el predominio político combativo a la extrema izquierda. El ocaso tiene una traducción en cifras: en 2012, el PS contaba con 178.000 adherentes, en 2018 con 95.000 y hoy cuenta con 40 mil. Los estudios de opinión han constatado anos tras año “el divorcio electoral”.
Allí donde había una injusticia, un problema racial, una protesta social, un conato generacional, el PS estaba en primera fila. Ese lugar lo ocupa desde hace rato el partido de Jean-Luc Mélenchon. Francia Insumisa. Su posicionamiento moderado, sus rasgos de socialdemocracia timorata y razonable y su alergia a cualquier movilización un poco dura bloquearon los accesos del PS a la generación que tiene entre 18 y 25 años. Jean Marc es un histórico militante del PS, de esos que “el 10 de mayo de 1981 se sintió embriagado por esa transformación que venía de la mano de Mitterrand. Anduve como tres meses mareado de alegría”, cuenta con los ojos llenos de nostalgia tomando un vino en al balcón de su departamento de un barrio popular de París. Jean-Marc cuenta que educó a sus dos hijos varones con el “corazón grabado con un pétalo y una roza. Mis hijos militaron uno años, pero luego se fueron hastiados de la mansedumbre y la mediocridad de ese socialismo que ya no era nada”.
Mitterrand, cuando asumió el poder en 1981, trazó durante un tiempo un camino de transformaciones sociales: 39 horas de trabajo semanales, cinco semanas de vacaciones, la jubilación a los 60 años,nacionalizó empresas, puso fin al monopolio del Estado sobre los medios de comunicación (radio y televisión), abolición de la pena de muerte, reembolso de los gastos por interrupción del embarazo, ingreso mínimo garantido, duplicación del presupuesto consagrado a la cultura, despenalización de la homosexualidad (la ley estaba vigente desde la Segunda Guerra Mundial). El gabinete ministerial de Mitterrand comportaba un desafío absoluto al liberalismo despuntante y a la presidencia del ultraliberal mandatario norteamericano Ronald Reagan: en uno de los momentos más densos de la guerra fría Mitterrand nombró a 4 ministros comunistas en el gabinete. El rigor liberal y las decepciones llegaron después. Pero en aquellos primeros años la transformación se puso en marcha.
Dividido entre nostálgicos, orgullosos y vengativos, el Partido Socialista francés celebró en 2021 los 40 años de la gesta de mayo de 1981. Visto desde hoy, reiterar esa victoria es un sueño imposible porque el mismo PS se convenció y convenció de que proponer “cambiar la vida” no tenía sentido. Durante años y años los socialistas se encargaron de difundir la idea de que fuera del liberalismo nada es posible. Ya no pueden ni pretender cambiar la vida. Pierre Jouvet, portavoz del PS e intendente de una comuna, comenta: ”nos hemos convertido en burgueses de la política, en acomodados que perdieron el espíritu militante”. Las causas de la juventud tienen hoy un perfil radical: clima, violencias policiales, injusticias sociales. El Partido socialista es un ente timorato que se asusta con la calle cuando antes era el primero que ponía sus cuadros y sus banderas. No hay ni puño ni rosa. El “partido de la transformación y del progreso social” es un movimiento regresivo, una canción de juventud que de tanto en tanto se entona con añoranza.