La cartelera online de Cine El Cairo suma cinco títulos argentinos de estreno reciente: El maestro (2020, Cristina Tamagnini y Julián Dabien), Planta permanente (2019, Ezequiel Radusky), El cuidado de los otros (2019, Mariano González), Rosita (2018, Verónica Chen) y Familia (2019, Edgardo Castro). El acceso a todas y cada una de las películas es libre y gratuito, basta con ingresar a https://elcairocinepublico.gob.ar/, donde aún puede disfrutarse de Bienvenido León de Francia (2005, Néstor Zapata), Días de Mayo (2019, Gustavo Postiglione), y del tándem Tire dié (1960) y Los Inundados (1962) del maestro Fernando Birri.
Planta permanente (Foto) ofrece un retrato lúcido, de aristas incómodas, sobre la amistad de dos trabajadoras de la limpieza (Liliana Juárez y Rosario Bléfari) en un ámbito estatal. Entre los pasillos de un laberinto que ellas conocen como nadie, donde cada uno habita su madriguera, llevan adelante un bar/comedor inestable, que les permite una salida económica más. Hasta que la nueva dirección impone otra normativa. La forma con la cual esta irrupción se manifiesta (desde el rol de Verónica Perrotta) se vale de efectos retóricos y gestos de cercanía calculada. El vínculo entre superior y dependientes se reformula, adquiere otros matices. También entre las y los trabajadores, con la amistad de las dos amigas puesta en entredicho, en virtud de las promesas de la nueva directora. Ezequiel Radusky logra un film capaz de ahondar de manera crítica en los mecanismos y comportamientos que hacen posible cierta sumisión, también en la falta de solidaridad allí cuando más se la precisa. A la vez, se trata de la película que oficia como testimonio fílmico de la actriz y música Rosario Bléfari –quien ya había trabajado con el director en Los dueños (2013)– antes de su fallecimiento.
Ópera prima de Cristina Tamagnini y Julián Dabien, El maestro se vale del protagónico inestimable de Diego Velázquez en la piel de un docente de primaria, de vida pueblerina. Natalio reparte las horas entre su madre, con quien vive, el aula, las clases particulares –al hijo de quien trabaja en su casa (la admirable Ana Katz)–, y la puesta teatral y soñada de El Principito. Aun cuando la escuela admita la obra, deberá realizarla en otro escenario, porque el de la escuela no está preparado; el gesto de hacerlo en otra parte dice sobre cierta reticencia institucional, que la escuela no disimula y funciona como presagio. Natalio sufrirá una mirada vigía mayor cuando llegue al pueblo un amigo en apuros, con quien el maestro compartirá su hacer cotidiano. La homosexualidad de Natalio no tardará en ser señalada, antes que descubierta. La simpatía y convivencia acostumbrada no tardará en mostrar su peor cara, hasta que el maestro entienda que para que todo siga funcionando, él deberá ocupar un lugar diferente. Es menester señalar que la película está dedicada a Eric Sattler, maestro de infancia de la directora.
Por su parte, en Rosita –dirigida por Verónica Chen (Vagón fumador, Mujer conejo)– Sofía Brito interpreta a Lola, una madre sola, de tres hijos, obligada a vivir nuevamente bajo el techo de su padre, el abuelo que estos niños desconocen. Tras una noche de ausencia de éste con Rosita, su nieta más pequeña, la sospecha crece inexorable en Lola. Su propia historia familiar y conflictiva interactúa, y se alimenta de los problemas de su padre –otrora trabajador en un burdel– con la policía. ¿Qué pasó esa noche con él y la niña? La película de Chen es también un abordaje puntual sobre la figura paterna, y plantea un eco entre un abuelo apenas conocido y el padre ausente de los niños. Lola, en tanto, es el vértice que busca un mejor equilibrio.
En Familia, el más reciente trabajo de Edgardo Castro, el actor y director plasma la vida de alguien que podría ser él, junto a sus familiares verdaderos. El día a día tras llegar del trabajo y del viaje por la ruta, la cena, los diálogos asordinados y la omnipresencia de la voz televisiva. A la vez, el padre –padre y madre y hermana verdaderos de Castro– no escucha muy bien, hay que repetirle las palabras. El privilegio de Familia está en los detalles pequeños, cotidianos, en los silencios repletos de gestos, que de tan acostumbrados la cámara sin embargo redimensiona: la cocina compartida con la hermana, lavar platos, la pastilla para dormir, la luz tenue de la ventana de calle, las sombras internas del living, el chorro de agua que golpea la cuchara al lavar, la Navidad inminente y el cumpleaños de fecha coincidente. Todos datos, elementos, personas, que rodean realmente (¿realmente?) la vida del director, pero que son vistos como algo inevitablemente trastocado, puesto allí para ser examinado, tal vez sin ninguna intención premeditada, que no arroje otro dato más que el de la observación misma. Es una gran película, meditada e íntima, cercana en su tesitura a la anterior La noche (2016).
Finalmente, con El cuidado de los otros Mariano González (Los globos) logra una película espléndida, sólida, de complicidad perfecta entre su cámara y la primera (y gran) actriz Sofía Gala. El film descansa en ella de manera intensa, está sobre ella, respira como ella, mientras la ansiedad la carcome. Todo esto a partir de un descuido, que hace que el niño que cuida Luisa (Sofía Gala) vea en peligro su salud. Lo que lo suscita es algo que aquí no se develará, pero que mina la confianza entre ella y su pareja, además de ser excluida del trato habitual de la familia del niño (cuyo padre es interpretado, justamente, por Edgardo Castro). El nervio del relato nunca abandona a Luisa, casi no hay aire, tampoco sonrisas, mientras se entrevén sus vínculos y tareas habituales, de trabajo y bicicleta, de ciudad casi hundida; en este sentido, no es casual que la maqueta de una arquitecta tenga cierto protagonismo, como condensación de un mundo frío, de construcción calculada. Hasta que un error amenaza con desmoronarlo todo.