Desde Río de Janeiro
El es explotado, oprimido, humillado, reprimido, abandonado a diario.
El es diariamente molestado, burlado, engañado.
El es a diario marginado, desconocido, vejado, discriminado.
El vive en chozas, en barrios marginales, en favelas, en las calles, debajo de los puentes.
El vive con hambre, con enfermedad, con sueño, con cansancio, con necesidades.
El vive con infelicidad, tristeza, desesperación, desesperanza.
El pasado, el presente y el futuro, la esperanza y la felicidad le han sido arrebatadas.
El sobrevive, ni siquiera se sabe cómo, por terquedad, por falta de alternativas.
Dicen que ni siquiera existe, que es inútil, que no debe hablar, ni manifestarse.
Pero de repente, no aguanta más, no soporta más, sale a la calle, a protestar, a gritar, a decir su palabra.
De repente, muestra que está ahí, combativo, creyendo que Brasil tiene arreglo, tiene futuro.
De repente, muestra todos sus rostros, de jóvenes, de mujeres, de negros, de ancianos. Sale con sus voces, con sus colores, con tus gritos.
Es el pueblo brasileño, que tiene una historia, un pasado, un presente y quiere recuperar su derecho a tener un futuro.
Es el pueblo brasileño, que tiene necesidades, que necesita democracia, que no puede callar.
Es la gente que sufre, que trabaja, que lucha, que renueva sus esperanzas.
Es la gente que sale a adornar las calles y plazas de Brasil con sus rostros, sus voces, su música.
Un pueblo que merece una vida mejor, que merece ser sujeto de su historia, que merece recuperar el derecho a la esperanza.
Viva esta gente, nuestra gente. ¡Viva el pueblo brasileño!