"Un círculo que se abre" es el título deliberadamente paradójico que la crítica de arte Clarisa Appendino eligió para el libro ilustrado, subtitulado Arte contemporáneo en Rosario, con el que la Mutual del Personal del Grupo San Cristóbal y la Fundación San Cristóbal buscan acercar a un público más amplio diez artistas y dos colectivos representativos locales, expresiones de las últimas dos décadas de arte en la ciudad, en lo que es la cuarta publicación del Espacio Multicultural que existe desde 2017.
Con Appendino como curadora y Lucila Ferullo como productora del proyecto, la cuidada edición reúne reproducciones de obras de Diego Vergara, Mariana de Matteis, Vico Bueno, Mauro Guzmán, Pauline Fondevila, Fede Gloriani, Luis Rodríguez, Carlos Aguirre, Mimí Laquidara, Ximena Pereyra y los colectivos Medianeras y Camarada. Ensayos críticos por Nancy Rojas y por Benedetta Cassini complementan los textos curatoriales.
En una ciudad hambreada de exposiciones y otros eventos culturales desde hace más de un año, es un placer tener en casa imágenes y discursos que reconectan o conectan al lector con el arte del siglo XXI, en un objeto libro que no fue fácil producir bajo las condiciones reinantes en 2020. Así lo narra el presidente de la Mutual, Alfredo Cherara, tanto en sus palabras de presentación como en una serie de relatos al final sobre la Mutual y la publicación, que se concretó gracias al apoyo y la participación de mucha gente y al trabajo de un equipo editorial.
Nacido en Rosario casi al mismo tiempo que la Mutual San Cristóbal empezaba sus actividades culturales allá por los albores de los años '60, Cherara, psicoanalista, gestor y mediador cultural (en la foto) cita los conceptos de Nina Simon que orientaron las prácticas de un Espacio (no un lugar, sino más que eso) en busca de su público. La mirada que se busca atraer no es tanto la del ya entendido en arte sino la del ciudadano de a pie que pasa por la esquina de Italia y San Lorenzo, ve un tremendo vidrio, arte adentro, y no pasa esa puerta. "Lugar transitado sin camino. Territorio disponible no habitado", escribe. "Síndrome del ciudadano no turista".
Appendino arma un mapa de 9 conceptos (archivo, cuerpo, tacto, ciudad, desplazamiento, colección, recolección, pintura, mímesis) para articular unas obras bien diversas. Pero unidas por la disposición de sus autores a revisar, investigar, explorar, analizar y recomponer todo aquello que un arte tradicional daría por sentado: el cuerpo, el espacio, los lugares, las identidades; los materiales, técnicas y tecnologías; la representación, en tensión con la percepción; la recepción y los regímenes técnico-legales de reproducción y circulación de las obras; los archivos, en tensión con la memoria. Y como la memoria implica cuerpo, lugares e identidades, el círculo se abre cada vez más. El círculo ha sido una figura notable para simbolizar lo cultural en la ciudad; la apertura, gesto que lo resignifica, simboliza tanto ese plus inquietante y raramente bien leído que es "lo contemporáneo" como la voluntad de que ya no sea para unos pocos.
Esta disposición autorrepresentacional y crítica de los propios lenguajes es la que designa Benedetta Casini bajo el término "metalenguaje". Y en cuanto a la otra disposición, común en estos autores, a reescribir no sólo las categorías artísticas sino las extra-artísticas, Casini habla de "tensión dialéctica entre arte y vida", otro de los legados que los artistas del siglo XXI toman de las vanguardias y neovanguardias del siglo veinte. El texto de Casini es clarísimo y muy legible, perfecto para un lector no versado en artes que desee entender qué pasó entre el impresionismo (aquella escena fundante de "una mirada moderna" que describe Appendino, en la que el cuerpo del espectador ajusta la distancia de la mirada al cuadro para percibir lo que representa y no sólo su microscopía de manchas) y este otro ajuste que el arte contemporáneo obliga a hacer, ya no óptico sino conceptual. La mirada moderna ya no alcanza; sólo con dar un paso atrás ante estos artefactos su sentido no emerge. Hace falta la palabra.
El texto crítico y el relato de cada artista sobre sus procedimientos son lo que el libro provee, además de una selección de imágenes cuya sintaxis habla de por sí, para que el arte rosarino salga de la caja de vidrio. El texto de Nancy Rojas repone contextos políticos y socioeconómicos, necesarios para entender qué pasó en el arte local desde 1999. Con el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (2004) como actor que funda escena, hay un primer momento de "gestión como normativa" y de "Ctrl+Alt", es decir, de convergencia entre institución pública y espacios autogestivos. (Amplía este relato historiográfico y discute con él otro libro, Estéticas políticas, de Marilé Di Filipo, publicado por la UNR en 2020). Desde 2010 en adelante se abre (y cierra) una década de creciente presencia de las minorías.
Así, tanto las reformulaciones sobre la pintura, el cuerpo y la identidad en Vergara, Bueno, Guzmán y Aguirre, como las investigaciones sobre los intersticios y anacronismos de la tecnología comunicacional por Gloriani (heredero low-tech del arte de la comunicación de los '60), las ilusorias distorsiones del espacio por Luis Rodríguez o por el dúo de arte urbano Medianeras, las materialidades contraintuitivas en Mariana de Matteis, las literales memorias fotográficas que resguardan Ximena Pereyra, Mimí Laquidara y Camarada, o la creación gráfico-plástica de una autoficción nómade en Fondevila, son proyectos artísticos singulares que apelan a la comunidad para, en las palabras de León Ferrari citadas por Cherara, "hablar de las cosas que no tienen palabras".