Desde Barcelona

UNO Días atrás Rodríguez encendió el noticiero y vio a Pedro Sánchez con su habitual y elástico paso-pasarela rumbo a escenario, plantarse allí, y comenzar a hablar y sonreír. Mucho. Más aún que su excelente homólogo/imitador en Polònia: gran programa satírico/político de la tv catalana que cumple quince años y donde Sánchez aparece desesperado por que le "encuentren buenas noticias" para poder comparecer y venderlas con labia y gestualidad de empleado estrella de El Corte Inglés. La cuestión, claro, es que las buenas noticias no abundan. Y así hay, no que inventarlas, pero sí generarlas como virales cuentos chinos en laboratorio de científico más enloquecedor que loco. De ahí que Sánchez (no el imitador sino el imitado que se siente inimitable) esté de nuevo apantallándose, frente a flamante logo de esos que tanto le gustan y en el que se lee un tan omnipresente como ultra-futurístico y odiseico y espacial y monolítico ESPAÑA 02050.

Se inicia cuenta progresiva.

Allá vamos.

DOS Y viendo y leyendo eso Rodríguez recordó al Julio Verne de su infancia. Esos Voyages Extraordinaires al fondo del mar y al centro de la Tierra y a la Luna en los que lo fantástico y lo fantaseable no había aún saltado al mañana sino al hoy de entonces, donde iluminados como Nemo o Robur comunicaban sus encandiladoras primicias para asombro y temor de todos. Y Rodríguez se acordó de una novela de Verne, de 1863, pero transcurriendo en 1960 y recién publicada en 1994: Paris au XXe siècle. Rodríguez la compró casi por y con nostalgia. No era muy buena pero sí muy interesante y predecía un mundo muy avanzado tecnológicamente pero cada vez más retrasado desde el punto de vista cultural. Y Rodríguez piensa en Verne mientras mira y oye a Sánchez. Y se pregunta en qué habrá quedado aquello de la "Agenda 2030". ¿Qué pasó? ¿Por que, de golpe, fast-forward-bonus de veinte años? ¿Se cumplieron ya los objetivos para dentro de casi una década? Rodríguez no lo cree. Pero se sabe que lo cool es no pensar en el sólido pasado (y sus errores) y desentenderse del efímero presente (donde se equipara la aplicación de la ley a "revancha" y "venganza", así que mejor indultar rápido sin importar lo que recomiendan los tribunales). Mejor concentrarse en el elástico futuro (y en sus posibles y acastillados aciertos en el aire) cantando melodiosamente como Doris Day "Qué será, será" antes que el críptico "Tomorrow Never Knows" de The Beatles o, peor aún, que el distópico "The Future" de Leonard Cohen. Sí: El Futuro como ese país nativo en el que --según Sánchez-- todos harán las cosas a su igual mejor manera. Así, a imaginar una utópica "España ideal" cortesía de informe de 675 páginas elaborado por 100 "expertos" trabajando en "total libertad" resultando en "1.600 referencias bibliográficas, modelizaciones matemáticas, 350 gráficos basados en 500 series de datos y el estudio de los principales modelos anticipatorios del planeta". El Expediente X es presentado por Sánchez como "un trabajo que no es de gobierno" (pero financiado con dinero público) aunque coordinado por la "Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia", a cargo del para muchos rasputínico/richelieuiano Iván Redondo: Jefe de Gabinete de Sánchez y autor intelectual de sus repetidos slogans. Redondo circuló todo el proyecto en El País: "La comunidad llamada España sigue siendo posible. El nuestro es uno de los países más desarrollados del mundo. Y quienes tenemos el privilegio de habitar en él, lo sabemos. Nace algo nuevo. Hay señal frente al ruido. Ni somos tan pocos, ni estamos tan aislados ni somos tan frágiles. Llegó nuestro momento... Vivimos, además, tiempos no líquidos. Nuestros tiempos son gaseosos". De tales gases, estas erupciones. Y Sánchez habla y habla y Rodríguez piensa siempre lo mismo: no le cae del todo bien, pero no hay nada mejor. Y se va dejando adormecer por el entusiasmo profético de Sánchez quien se pregunta "¿Tiene sentido hoy hablar de la España que tendremos dentro de 30 años?". Y enseguida se responde que por supuesto que sí. Yanuncia --ante la mirada cada vez más vidriosa de invitados entre los que, seguro, hay "expertos" en asistir a estas desveladas veladas-- que "España iniciará un gran diálogo social sobre su futuro. Este es un proyecto de Estado y todo el mundo debe participar. Hay quien cree que es imposible por la polarización. No es cierto. Este trabajo demuestra que podemos pensar entre todos una España mejor para el futuro". La oposición criticó el no haber sido invitada a viajar extraordinariamente, pero eso no importa. Porque --concluyó Sánchez-- "Este trabajo es ejemplar y pionero. Uno de los defectos de nuestro país es que nos cuesta mucho reconocer los méritos de nuestro país. Muy pocos países tienen algo tan ambicioso como España 2050". Y, escuchándolo, Rodríguez (español a quien cada vez le cuesta más llegar al 28 o al 29 o al 30 o al 31 de mes en un país donde el turismo de los de afuera es el plan A-Z de los de adentro rogando siempre porque alguno de los ochenta días de Phileas Fogg pase por aquí y se quede embotellonadas quinientas noches) no pudo sino preguntarse si es que en el resto del mundo no lo tienen porque están más pendientes del 2021 o hasta del 2023 como mucho. De una cosa está más o menos seguro: es probable que para el 2050 él mismo y el elenco de Friends ya no estén por aquí, que se haya alcanzado inmundidad de rebaño o vulnerabilidad de manada, que Catalunya haya por fin conseguido independizarse de sus independentistas (Rodríguez no apuesta por ello); pero no tiene duda alguna en cuanto a que entonces el viajero extraordinario Sánchez ya no será presidente. O quizá sí (a Rodríguez le inquieta un tanto ese 0 antes del 2050 en el logo que parece preanunciar posible actualización, de aquí a meses, al 22050) y tal vez esto sea sólo el comienzo de una gran aventura lunática al centro y fondo de un eternauta a seguir prediciendo y predicando la(s) Buena(s) Nueva(s). Viéndolo, tan feliz, Rodríguez se alegra por Sánchez pero se entristece por Rodríguez pensando en que hubo un tiempo en que uno votaba (y Rodríguez votó a Sánchez) convencido de que la tarea del político no era la de regocijarse por lo que tal vez vendrá sino (pre)ocuparse de lo que seguro ya llegó.

TRES Y a Rodríguez le llega momento de apagar el tv y le nace seguir con Esplendor y vileza: libro de Erik Larson sobre las idas y vueltas de Winston Churchill por UK 1940-41 sin 0 delante, durante el Blitz, mientras la pandemia del nazismo se expandía por el Continente. "Buscar el poder por el poder mismo es algo vulgar; pero estar en el poder durante una crisis nacional, cuando uno cree saber las órdenes que deben darse, es una bendición... Siento como si caminase junto a mi destino y toda mi vida pasada no haya sido más que la preparación para el desafío de esta hora. Esta primera noche, aunque impaciente por la llegada del nuevo día, dormí muy bien y sin necesidad de sueños felices. Los hechos siempre son mejores que los sueños", dice allí el recién nombrado P.M. británico, tan consciente de que el momento decisivo pasa por andar el ahora mismo y no por el patear para demasiado tarde.

El libro es extraordinario.

 

Churchill también.