Atención: contiene spoilers
Una beba con la mitad del pelo blanco y la otra color negro en los años 60 es un monstruo para los ojos de las personas salvo para la madre de la criatura. “Desde el inicio siempre he expresado mi originalidad. No todos sabían apreciarlo”, asegura la voz en off de una joven Cruella de Vil. Interpretada por Emma Stone. Cruella, dirigida por Craig Gillespie y estrenada en Disney Plus, llega para limpiar los pecados de la amante de las pieles de animales. Convertir a la villana en heroína. Pero, ¿a qué precio? El director presenta a la protagonista como una persona rara porque le hace una ropa a su oso de peluche que no sigue un patrón. Su verdadero nombre es Estella, pero afirma que se llama Cruella. La madre la reta, intenta que su hija encaje en el supuesto concepto de normalidad. La inscribe en un colegio del que será expulsada por golpear a sus compañeros en defensa propia. No es extraña, simplemente se comporta como una niña que hace travesuras. Una de ellas aparentemente provoca una tragedia: la muerte de su madre. Cruella ahora solo tiene la compañía de la culpa. Dos niños de la calle se convertirán en su nueva familia, saldrán a robar con astucia en autobuses y trenes como en la novela Oliver Twist. Son, ante todo, simuladores. Como lo es Disney con esta película ante el colectivo LGBTIQ.
Estella (o Cruella) ya no usa su pelo bicolor, lo oculta teñida o con una peluca caoba. Confecciona vestuarios para los sofisticados engaños mientras desea triunfar en el mundo de la moda. No tardará en trabajar en el lugar de sus sueños y ser descubierta por una diseñadora estrella: la Baronesa (Emma Thompson). La (única) villana de esta historia. Entre vestido y vestido un modisto andrógino y extravagante aparecerá en escena, Artie (John McCrea): “Yo digo que ser normal tiene que ser el insulto más cruel, y nunca me lo han dicho”, expresa. Sin embargo, no todo lo que brilla es glitter. ¿La presentación de un personaje amanerado convierte a una película en queer? Más allá de las buenas intenciones o del pink washing descarado de algunas empresas de entretenimiento Cruella no deja de ser una obra tradicionalista al más convencional estilo Disney. Fuera de la banda sonora o de la presencia fugaz de un modisto ¿gay? (sin chongo, por supuesto), el relato traza un camino conservador. Una niña huérfana que ansía venganza y termina descubriendo que en realidad pertenece a la nobleza.
Cruella fracasa en el intento de ser una obra moderna, actual, al recurrir al más conservador recurso del melodrama clásico que consiste en que todo, lo bueno y lo malo, se hereda. Para el director Craig Gillespie solo la línea de sangre importa. Cruella se enfrenta a la temible Baronesa para descubrir que su propio talento para la moda y su propia locura/maldad los hereda de ella, quien es su madre biológica. Nada es menos queer que estar marcado por el destino y la tradición. En esta película la protagonista no elige, es arrastrada por su tragedia familiar. Ni siquiera es su decisión ese pelo de dos colores, es una marca de nacimiento. Lo que no elige Cruella es la disidencia: todo lo que hace y tiene es por su mamá. Por eso no es queer. La tradición no es disidencia.
En la carrera por renovar franquicias, y actualizarlas a los tiempos que corren, la fábrica de princesas Disney no para de regurgitar productos con menor o mayor fortuna. 101 dálmatas/La noche de las narices frías/Cruella de Vil ya habían tenido su actualización en el live action de 1996, con Glenn Close. Para estos tiempos y para poder hacer de Cruella (casi) una princesa buscaron una actriz más clásicamente bonita para interpretar el personaje. Joven, linda y no asesina vende más. Más allá de la controversia, por el cambio estético del personaje, la película animada original de Disney de 1961 estaba basada en una novela de Dodie Smith, donde el personaje de Cruella de Vil es descripto como una bella mujer. La idea de hacerla grotesca fue de Ken Anderson y el equipo de animadores de Disney que opinaban que una mujer de belleza clásica no funcionaba bien como villana en una película animada. La idea de relatar la historia de Cruella de Vil en clave punk/queer/feminista no necesariamente es algo malo, como no era malo contar la historia de Maléfica desde el punto de vista de la villana. Pero que una operación sea lógica, que una intención sea positiva, no garantiza un resultado satisfactorio.
Como otras villanas de Disney, Cruella ya era un ícono queer. Desbordada, amenazando a la normalidad con su imagen de mostra y, sobre todo, por su ideología de vida: no le interesa casarse con un hombre y tener hijxs. Lo que quiere es tener un tapado de piel para ser la Reina de la fiesta. Hace décadas que Cruella es un modelo a seguir a la hora de draguearse, sin necesidad de que venga Disney a autorizar eso con versiones lavadas y tímidas. El colectivo LGBTIQ decide qué hace con los personajes de la literatura popular, el cine y la animación. Y lo que hace es mucho más jugado e intenso que lo que ofrece la Cruella de Craig Gillespie.
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