“En mi casa toman mucho; unos porque les va bien y otros porque les va para la mierda. La frase se dispara en su recuerdo mientras saca de la heladera las dos botellas de champagne que esta noche llevará a la casa de su padre. Pero no es hasta chequear el correo y leer el mail que le mandó Gloria, que esas palabras cobran la forma de una premonición: Hola, Flaca, ¿cómo estás? Te escribo para contarte que voy a organizar el festejo de los treinta años de egresados. Sos la primera en saberlo porque cuento con vos, desde luego”. Así comienza Solamente muero los domingos, la nueva novela de Silvia Renée Arias. Sólo que no se trata de esos encuentros tardíos con ex compañeros de colegio para rememorar anécdotas o comprobar lo que la vida hizo de todos aquellos que estaban ligados a una misma promoción sino de algo muy distinto: reconstruir piedra por piedra la década del ochenta desde la perspectiva de una adolescente que vive en General Mitre, lugar donde en apariencia nunca sucede nada más allá de lo que es posible contar en ese momento, es decir a partir de los paradigmas culturales de aquellos años en un pueblo de provincia con todo lo que eso significa en relación a lo público y lo privado, la mirada de los otros en el concepto de familia que oculta cosas espantosas y el lugar de una generación que deberá afrontar la guerra por las Islas Malvinas.

“Comencé a escribir mi diario a los quince años. Aún lo hago, tal vez porque tengo mala memoria y siempre sentí que si no dejo constancia de las cosas que vivo y vive la sociedad es como si nunca hubiese pasado. Solamente muero los domingos nació a causa de la celebración de los treinta años de egresados del colegio secundario. Nos pidieron que lleváramos algo, un recuerdo, lo que fuera. Volví a mis diarios de aquellos años e hice un resumen de unas pocas páginas que leí al cabo de la comida. En ese momento tuve muy claro dos cosas: iba a reservarme esas páginas y tenía el germen de una historia que merecía ser contada y que me dictaba una adolescente que ya no era, un personaje, de alguna manera”, dice Silvia Renée Arias, que nació en la localidad de Tres Arroyos y se mudó a Buenos Aires para estudiar periodismo. 

Mientras trabajaba en la entonces Editorial Abril, asistió a un taller literario dictado por Kato Molinari en la Biblioteca Pública Manuel Gálvez. Años después integró al taller de Abelardo Castillo, al tiempo que se afianzaba su amistad con Adolfo Bioy Casares. Y es el inicio de su recorrido literario, que comenzó a finales de los 90, cuando publicó Bioy en privado, libro de conversaciones con Bioy y de testimonios de sus amigos más queridos. Luego le siguieron Los Bioy (Tusquets, 2002), que escribió basándose en los recuerdos de Jovita Iglesias, libro finalista en España del Premio Comillas, y Bioygrafía. Vida y obra de A.B.C., también editado por Tusquets. En 2012 publicó Paola Kaufmann. Una vida iluminada, un homenaje a la siempre recordada escritora, ex compañera del taller de Castillo, Premio Planeta 2005 con la novela El lago, prematuramente fallecida un año más tarde.

En cuanto a la temática de Malvinas en su nueva novela, la autora de El íntimo traidor, dice: “En uno de mis viajes vi por casualidad un programa de televisión que era la versión argentina de un envío español, y cuyo capítulo versaba sobre la guerra de Malvinas. En un bar, unos hombres se enteran a través de las noticias que se han tomado las islas, y juzgan inmediatamente que es una locura y que vamos a perder; o algo parecido. Sentí entonces que la escena me hacía ruido, porque no recordaba que hubiese estado tan claro para todos, por lo menos en mi ciudad, a 500 km de Buenos Aires, que la invasión llegara a ser una auténtica tragedia sin sentido. Concluí que se estaba contando esa lamentable parte de nuestra historia a la luz de la perspectiva que da el tiempo. En mis diarios constaban los sentimientos de entonces vividos por lo menos por una parte de la ciudadanía, no tamizados por el paso de los años y las evidencias que dejan los hechos consumados. Y se me reveló en el momento justo de la escritura de la novela, alentándome a dar cuenta de otra versión de los hechos. Ahora bien, ¿qué tenía que ver Malvinas con mi historia? Tenía todo que ver. Marca el fin de una etapa, no solamente en la historia del país sino en la propia vida de la protagonista. Dos historias que son una sola, de zonas oscuras, de silencios, de cosas no dichas por temor. Dos historias en las que la realidad se muestra tan esquiva y al mismo tiempo, o por eso mismo, tan aburrida para la Flaca, que busca el alimento de su alma en historias truculentas. Y la de la familia de su amiga Inés, atravesada, al parecer, por una maldición. Pero, en cualquier caso, Malvinas marca el fin de la inocencia de la Flaca. Es un quiebre, el inicio lento, de hecho, a ella le llevará treinta años, pero seguro, del fin de los silencios. Todo lo que le quedará será hacer justicia, porque aprendió que la justicia nació para mantener la armonía, y la verdad cura. Una idea, me doy cuenta ahora, que también atraviesa mi primera novela, El íntimo traidor. Porque se sabe: uno siempre escribe, como bien decía Abelardo Castillo, a partir de sus obsesiones.”

Un inesperado recital de Charly García en General Mitre define mucho más que un clima de época donde el silencio comienza a resquebrajarse de a poco alrededor de la protagonista. La Flaca, junto a su amiga Inés se involucrarán en una zona difusa entre la imaginación adolescente y el pensamiento mágico porque aún no pueden comprender todo lo opresivo que puede contener el discurso de los adultos. 

Antes del comienzo de la guerra, la inocencia estará ligada a los relatos familiares, contradictorios y silenciados sobre todo, donde habrá una supuesta maldición proveniente de Rosa, personaje oscuro del pueblo que generará una serie de fatalidades. Un accidente, sobre todo, y que será hilo conductor invisible de una novela donde la trama se abre lentamente como una verdad que busca surgir de cualquier parte. “Está a dos cuadras de la casa de Livia y se acuerda del Mal de Ojo que su madre le curó a su tía esta mañana. Su madre es muy buena haciendo esas cosas. Suele tomar un centímetro y medir tres veces con el codo a la punta de los dedos hasta dar con su vientre cuando creen que está empachada. Eso le llama mucho la atención. Casi tanto como el misterio que envuelve a las palabras mágicas que suele decir entre dientes, una oración que solo se puede transmitir en vísperas de Semana Santa o Navidad”. Y enseguida: “Tan extraordinario como la fascinación que siente, ahora que tiene mucho tiempo para pensar, por lo mágico. Y por la historia de la madre de Inés, de su tío, y de Mariángeles, y por ese accidente y la maldición de Rosa.” 

En Solamente muero los domingos Silvia Renée Arias maneja con maestría la sugerencia para poner de manifiesto una larga serie de reflexiones en torno a la necesidad de partir en dos el silencio para que surja una verdad liberadora y sanadora, incapaz de olvidar.