Hasta el ripio se hace manso, de Laura Oriato, es el libro número 16 de la colección Alfa de poesía de la región que publica la Editorial Biblioteca, de la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil. Laura Oriato (Casilda, 1984) dirige la editorial Libros Silvestres con Carolina Musa (también poeta, y directora de Alfa). El dibujo de tapa por Soledad Fontana, ilustradora de la colección, da a vislumbrar una de las imágenes alegóricas del libro: la bicicleta quieta y convertida, tras diez años de quietud, en macetero para una planta selvática llamada lazo de amor y que prodiga hijos. "...no soy poeta: / soy madre, amante y ama de casa", escribe la autora, uno de cuyos cuentos integra la antología Nada que ver (Caballo negro, 2012). Egresada de Comunicación Social por la UNR y formada en diseño, Oriato escribió y dibujó Caserío (Libros Silvestres, 2014) e ilustró dos libros.

Hay todo un mapeo por hacer sobre un nuevo cotidianismo, escrito por poetas que se asombran ante la vida cotidiana de la mediana edad, ese parate que empieza cuando se firma un contrato o escritura. Cuando "ama" pasa de ser un verbo, una acción, a adquirir la quietud sedentaria del sustantivo, el fin del nomadismo aparece como aventura en un nuevo territorio que requiere de crónica para ser creído, asimilado en la nueva identidad, como si ese holograma que es lo inefable de la experiencia necesitara ser escrito para afianzarse y no disolverse como un recuerdo. 

Las vecinas se convierten en el espejo sombrío de lo que se teme llegar a ser con el tiempo; el primer hijo, la primera salida nocturna del hijo, son instantáneas de un álbum familiar destinado a fijar la memoria de lo que parece banal, pero será evocado un día como la felicidad. Hasta el ripio se hace manso se convirtió sin haberlo previsto en un documento de época pre-pandémica, con sus instantáneas llenas de sol y ramalazos de inconsciente dicha que el mal humor y el tedio eclipsan de a ratos. La música de la adolescencia y juventud irrumpe en estas viñetas como una contraseña que abre las puertas de la nostalgia, pero vuelven a cerrarse.

El libro empieza con una discusión de pareja sobre la maleza, sigue con la muerte y el velatorio de un abuelo, continúa con el nacimiento del hijo, y hacia el final hay un poema sobre la indecible mezcla de sensaciones y sentimientos en un embarazo: "sospecho que hay alguien dentro mío", escribe Laura. Los acontecimientos de la vida familiar y los incidentes a los que se intenta extraer un sentido se encuentran todos en un mismo plano de intensidad, narrados en verso en un lenguaje llano que no tiene pretensión alguna de parecerse al discurso tradicional de la poesía. 

A menos que se considere como tradición (que lo es) a la llamada poesía de los '90, o poesía de la imagen, tendencia hegemónica nacional en los últimos 40 años más o menos. Y sin embargo hay poesía, construida muy sutilmente, en el armado de constelaciones que con trazos invisibles van delineando el sentido metafórico que se tiende de imagen a imagen. El modelo de producción de significación es el sueño, que adquiere una gran autoridad como orientador sobre las decisiones de la vida. El nacer y el morir van intercambiando sus lugares, en una danza simbolizada por la rueda que dibuja el 8 del infinito con personajes distintos, y la vida se extiende en ese tramo intermedio con su despliegue de sentimientos de ternura, asombro, temor, hartazgo y una gama que afortunadamente no excluye nada, no retoca el autorretrato para volverlo más presentable. 

Algunos de estos versos parecen hablarle a este tiempo desde un pasado cercano. Un desconocido en un supermercado despierta el vértigo, como Debra en la canción homónima de Beck. "Me dan ganas de decirle: Van a volver a hacer el amor, / van a volver a mirarse a los ojos.  / Quisiera abrazarlo y sacarle la soledad/ como un manosanta purga las maldiciones, / como una gamuza borra el polvo de los días".