La inmunización masiva para controlar la pandemia de covid-19 abre un nuevo capítulo de debate en la arena internacional. Estados Unidos, que ya vacunó al 50% de su población, inició la inoculación de niños y niñas entre 12 y 15 años, luego de que la FDA (ente regulador equivalente a Anmat) ampliara la autorización del uso de emergencia de Pfizer en aquella población. El lunes, Moderna anunció que su tecnología es segura y eficaz, y está en condiciones de ser aplicada a partir de los 12. En los días siguientes presentará la documentación necesaria para ampliar la aprobación a partir de esa edad. Canadá, atenta a la difusión de esos resultados, es la nación que sigue el ejemplo de su vecino continental y habilitó la inoculación en menores.

Desde una perspectiva sanitaria, se abre un interrogante: ¿no sería conveniente utilizar esas dosis que Estados Unidos y Canadá aplican en menores para proteger al personal de salud y a los grupos de riesgo de países en desarrollo que no han vacunado lo suficiente? La Organización Mundial de la Salud fue categórica al respecto: los países centrales deberían posponer la vacunación infantil. "En países de renta baja y media baja, el suministro de vacunas contra la covid-19 no ha sido suficiente ni para inmunizar a los trabajadores sanitarios, y los hospitales se están viendo inundados de gente que necesita asistencia urgente para salvar su vida", dejó en claro el director general Tedros Adhanom Ghebreyesus. Al respecto reflexiona Jorge Geffner, doctor en Bioquímica e investigador superior del Conicet: “Estoy de acuerdo con la postura de la OMS. Los países centrales deberían ceder las vacunas que utilizan en menores a los adultos mayores de las naciones más pobres de África y Latinoamérica. No lo van a hacer. Pero si la lógica de distribución y acceso fuese razonable debería ocurrir de ese modo. Los primeros en contar con protección tendría que ser el personal de salud y los mayores de 60 años”, sostiene.

Durante el primer semestre de 2020, la OMS estableció el mecanismo Covax: un fondo común que procura distribuir las dosis en aquellos territorios que tienen problemas para conseguirlas y que tiene sentido si los Estados que las acaparan colaboran (hasta ahora lo han hecho a cuentagotas). La democratización del acceso a las diferentes plataformas vacunales es clave: mientras una decena de naciones concentra cerca del 80% de las vacunas producidas (algunos cuentan con stocks para inyectar hasta cuatro veces a cada ciudadano), más de 130 no recibieron (ni recibirán hasta el año que viene) ni una sola. De hecho, lo que no se tiene en cuenta es que alcanzar la inmunidad de rebaño a nivel global --es decir, que todos los países tengan a un buen porcentaje de su población protegida-- será la única vía para terminar con la pandemia.

Ensayos y prioridades

“En los chicos no hay por qué sospechar en términos de seguridad y eficacia. Los niveles que todas las vacunas vienen exhibiendo son tremendos. La evidencia que demostró Pfizer, en poco tiempo, podría generalizarse a otras plataformas vacunales”, destaca Geffner. A la fecha, solo dos empresas farmacéuticas han difundido los resultados de sus ensayos en menores. Con la prueba realizada por Pfizer --de la que participaron 2.260 niños de 12 a 15 años-- se demostró una eficacia del 100% y además se comprobó que es bien tolerada. El otro laboratorio que a principios de junio solicitará la aplicación de su fórmula en menores de 12 años es Moderna. La empresa realizó sus pruebas en más de 3.700 niños y adolescentes entre 12 y 17 años. A priori, según comunicaron sus voceros de forma preliminar, una sola dosis alcanza el 93% de eficacia tras dos semanas. En Estados Unidos, se calcula que más de 600 mil personas entre 12 y 15 años recibieron sus dosis. El plan de aceleración de la inmunización a escala coincide con el objetivo político de Joe Biden de proclamar el próximo 4 de julio como “El día de la Independencia de la covid”.

Asimismo, más allá de la perspectiva geopolítica --que deja en claro que en algunas naciones faltan vacunas porque en otras sobran-- hay que tener en cuenta que los niños y las niñas, afortunadamente, han resultado los menos afectados por la covid-19.Los niveles de mortalidad en los chicos son bajísimos, pese a la circulación de variantes más contagiosas como la de Reino Unido o la de Manaos. Solo el 1,5% desarrolla una covid grave y fallece el 0,2%, por lo tanto, son cifras que describen una severidad 10 o 15 veces menor a la que padecen los adultos, ni que mencionar lo que ocurre con las personas que tienen de 70 años para arriba”, describe Geffner. Luego continúa: “En los menores de 15 años hay, fundamentalmente, un problema posterior que se destaca también por una frecuencia mínima. Me refiero al síndrome inflamatorio multisistémico que se manifiesta a las cuatro o cinco semanas de obtener el alta. Esta complicación se vio en más de 100 chiquitos, pero insisto en que se trata de una incidencia mínima”, subraya.

No obstante, pese a que la gran mayoría de los menores que se contagian transitan la enfermedad con cuadros leves, transmiten el coronavirus a individuos de mayor riesgo con los que comparten su vida. “Los chicos se infectan y transmiten apenas un poquito menos que los adultos. Que no se malinterprete, la postura es que todo el mundo con independencia de su edad se vacune. Sin embargo, en términos de ingresos a terapia intensiva y fallecimientos que se pueden evitar, los que deben privilegiarse bajo cualquier punto de vista son los mayores y el personal de salud”, apunta el especialista. En esta línea, según se ha comprobado, las vacunas también contribuyen a cortar la propagación viral; los que se contagian estando vacunados infectan a menos personas. “En los próximos años la vacuna para covid se incorporará a los calendarios obligatorios y todos deberán recibirla, incluso los niños y niñas. El asunto es qué hacer en esta coyuntura, en que el cuello de botella que caracteriza a la oferta mundial de vacunas continúa”, remata Geffner.

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