Cada noche, después de haber juntado cartón todo el día por las calles de Sao Paulo, a pesar de los dolores de espalda, de la enfermedad en sus piernas y de los pies descalzos, después de haber defendido a sus hijos de la vecina que amenaza con matarlos cuando ella no está en el rancho construido para ellos con sus propias manos, después de acostarlos todavía con hambre, prometiéndoles pan para mañana, después de haber hecho la fila para juntar el agua, después de pasar por el juzgado a corroborar que el padre de Vera Eunice, la más chica, volvió a olvidarse de depositar el dinero (que alcanzará apenas para una comida a la semana), después de un día más de supervivencia, Carolina María de Jesús separa el papel más limpio que acaba de levantar de la calle y se sienta a escribir su día. Lo hace como un acto de rebeldía y belleza frente a tanta miseria, frente a tanta injusticia, pero sobre todo lo hace porque aunque la gente de la favela se le ría en la cara y hasta ella misma muchas veces lo ponga en duda, Carolina María de Jesús sabe que es escritora y que escribir cada noche lo que le ha dejado el dia es el pasaje a una existencia más acorde a su medida. El registro de ese diario que se publicó bajo el título de Cuarto de desechos, diario de una afavelada, por Francisco Alves, la editorial más antigua de Brasil, no es la primera ni la mejor obra de Carolina María de Jesús, sino el libro que le dio la popularidad y la proyección que se merecía. Y es importante esta distinción, porque para comprender el legado que dejó con su obra es preciso entender por qué luego de la publicación y el best seller que significó Cuarto de desechos, no volvió a tener en la prensa ni en el mercado editorial la misma recepción. Carolina no solo es la primera representante de la literatura negra escrita por mujeres que logró visibilidad, sino que tanto para críticos como historiadores es la mayor escritora negra en América del Sur. Traducida a dieciséis lenguas, publicada en cincuenta y seis países, con seis millones de libros vendidos, alcanzó en sus días el estatus de escritora estrella pop. Sin embargo, el peso del racismo epistémico que modela al Brasil del orden y el progreso, sólo la dejó hablar desde el lugar de mujer negra y afavelada, condenándola a morir en la pobreza y el olvido en 1977. Fue recién durante el gobierno de Lula da Silva -donde el revisionismo histórico que caracterizó a la época, junto a las políticas de cupo racial en las universidades federales- que se releyó la obra completa de Carolina Maria de Jesús y se le dio el reconocimiento definitivo que hoy hace posible esta reedición en ser nuestro país, luego de sesenta años de su primera publicación. Gracias a la enorme propuesta de traducción y edición llevada adelante por Mandacarú, una editorial concentrada principalmente en la traducción de autorxs afrobrasileñxs que está dando a conocer y rescatando obras fundamentales de quienes escriben y escribieron cruzados por una conciencia de género, de clase y de raza.
FAVELA Y TENSIÓN
La intención de registro, documentación y testimonio a futuro del diario es tan inmanente a su escritura como la fragmentación continua de su presente. Tal vez ahí resida su profunda y singular conexión con lo real: una escritura que intenta y descarta simultáneamente la posibilidad de concebir un tiempo lineal de causas y efectos. La fecha de cada entrada es una y otra vez el enunciado de un fracaso: a veces toma la forma de un ordenamiento del mundo -propio-, otras, la observación del haiku fotográfico, la fractura del tiempo, la trama en pedazos. Lo que más resuena en la lectura de un diario es el silencio de los días no narrados, el trabajo de recomponer, de imaginar a qué pliegue de la trama o del tiempo, obedece la caída de la escritura. Cuarto de desechos es también un diario del hambre y frente a él la pregunta que impregna todas las otras es ¿cómo se puede pensar siquiera en escribir con el estómago vacío? ¿Con qué palabras, con qué fuerza puede un ser humano hacer prevalecer su deseo de lenguaje ante la falta más atroz? La fragmentación de la escritura en este caso es aún más honda. Pasan días, semanas y meses para los que no hay una sola palabra. A veces Carolina habla de un mundo teñido de amarillo, amarillo es el color del hambre, dice. Otras veces apunta y dispara sin más: “El hambre es una invención de los que comen” o “El mayor espectáculo del pobre es tener qué comer”. Según la brújula del hambre, la mirada que guía la escritura avanzará de forma aún más errática, abierta y dispersa, como el curso de las cosas. Esto sucede especialmente en los diarios del hambre, en los diarios de la guerra, y en los diarios de la locura. Por eso Cuarto de Desechos es compañero de ruta del de Jonas Mekas, Ningún lugar a dónde ir o de los diarios de Nijinsky, donde conviven la confesión y la venganza, la licencia poética y la construcción de la fábula en el desdoblamiento, por definición contradictorio, de quien sabe que no tiene nada que perder más que a sí mismo. Cada entrada y salida del diario encuadra a Carolina Maria de Jesús en ese doble movimiento en el que el hambre se denuncia mientras se hace tema y forma de la escritura, en el que las condiciones de producción son el propio texto.
Así como Carolina va a escribir, luego de una conferencia en la que se pretendía que ella opinara sobre la pobreza en medio de oradores políticos: “Sentí que estaba en la favela, nadie se escuchaba, todos querían decir lo suyo. No se puede hablar del hambre con quien nunca lo ha padecido”; también se aferra al lenguaje como una manera de aferrarse a la cordura, de reclamar para sí misma un lugar de intimidad, de silencio donde poder sentarse a escribir o a leer, donde no ser madre por un rato y olvidarse del futuro de esos hijos que duermen a su lado. Carolina defiende, desde la escritura del diario, su condición más humana: no busca solo el alimento material sino también la belleza. Quiere dejar su marca en el mundo y por eso cinco años antes de comenzar a escribir este diario, le muestra a un periodista sus textos y consigue salir en una foto del periódico Folha da Manha donde se menciona que es una mujer pobre y negra que escribe y en 1950 publica un poema en honor a su político predilecto: Getulio Vargas, que en ese momento es candidato a presidente de Brasil. Al igual que en Mekas, en los diarios de Carolina hay un trabajo consciente y material alrededor de la figura de autor, y en esa operación también realiza un doble movimiento: por un lado describe y le da estatuto de personaje a la favela -su contexto de producción- y por el otro se recorta de él, marca el límite que la deja afuera, el espacio del que no forma parte, aún estando dentro de ella. Así como Mekas se aparta de los demás desplazados, Carolina denuncia en su diario a quienes se portan mal con ella. No sin antes avisar que lo hará, usando su escritura como arma propia de justicia. Al vecino usurero que presta dinero y cobra intereses siderales, al otro que que desconecta el cable de la luz de las casas de quien se atrasa en el pago, a la almacenera que no le vende manteca porque ella paga con dinero de favela (algo similar a la tarjeta alimentaria). Carolina amenaza con poner sus nombres y el futuro libro comienza a ser real cuando de pronto la amenaza genera sus efectos.
El famoso día en el que el periodista Audalio Dantas entra a Canindé para hacer una nota sobre la vida en la favela, ella sabe lo que tiene que hacer. Aprovecha la discusión con unos hombres que están ocupando el parque para niños recién inaugurado y les grita a toda voz que va a incluir sus nombres en el libro que está escribiendo. Enseguida el periodista siente curiosidad de conocer a esa mujer que se dice escritora y que pelea por un parque, con hombres que le ganan en fuerza y estatura. Carolina lo hace pasar a su rancho y le muestra sus cuadernos. Dantas encuentra en ellos una escritura sofisticada y cruda a la vez, un material inclasificable. Le dedica la nota a ella, publica unos fragmentos y le pide que continúe escribiendo. Dantas no es cualquier periodista, en 1954 había comenzado su carrera de reportero en el diario Folha da Noite pero su compromiso político lo llevará a ser el presidente del sindicato de periodistas en plena dictadura militar y premiado más tarde por la ONU por sus lucha por los derechos humanos. Él fue el editor de sus primeras obras publicadas y ha afirmado que esa entrevista a Carolina fue la más importante de su vida.
Sin embargo, a pesar de las giras internacionales el interés editorial por Carolina duró sólo entre tres y cuatro años. Casa de Ladrillos es el diario de la escritora que llega a cumplir el sueño de salir de la favela, los días de transición entre una y otra realidad. La obra no obtuvo la misma atención que la primera, a nadie le interesaba la afavelada que había dejado de serlo. Su relación con la favela fue siempre tensa, y más aún al publicar el diario. Por otra parte, a la izquierda le generaba recelos el hecho de que ella no hiciera del pobre una pancarta y luego del golpe, la derecha que la había visto como modelo de la meritocracia, pasó a tenerla como una figura subversiva. Su biógrafo, el escritor e historiador Tom Farías lo describe así: “Lo que Carolina sufrió, fue siempre a causa de la literatura, por no ocupar ese lugar que como mujer negra tenía asignado en la sociedad. Desde ir presa por leer a vivir la angustia por ser, y luego por haber sido una escritora. Fue castigada por no encajar en ningún parámetro establecido.”
DÓNDE ESTÁS FELICIDAD
Es el movimiento de literatura periférica de Sao Paulo, a comienzos de los años 2000, el que levanta la figura de Carolina como antecesora de su revuelta literaria. Conceicao Evaristo, Ferrez, Marcelino Freire encuentran en su escritura la tenacidad y la urgencia de su propia voz. Al mismo tiempo que la academia la relee y la estudia, los activismos la hacen bandera de sus reivindicaciones. ¿Qué pensaría Carolina hoy de ocupar este lugar? En vida, no fue amante de proferir discursos, ni quiso que la usaran como imagen de ninguna causa. A pesar de haber dejado muy en claro su posición política en toda su obra, su escritura y su vida fueron más la de una poeta que la de una militante. Iba juntando cartón con el oído atento a las forma de decir de la gente, su mirada se detenía en los colores de un féretro durante el velorio de un niño, o en las creencias de las mujeres que lavaban junto a ella la ropa en el río. Carolina escucha, observa y anota, y nunca lo hace desde el rencor o desde el prejuicio hacia el blanco. Está tan harta de la vida miserable en la favela que a veces opta por callar el juicio y en su lugar deja un señuelo. Como cuando observa a los obreros saliendo de la fábrica: "Algunos hombre en Sao Paulo / caminan todos sellados / con letreros en la espalda / de donde son empleados".
O cuando describe a la hija del vecino: "Una niña de un año y medio que no puede ver a nadie moviendo la boca porque pregunta: -¿Qué está comiendo? Es la última hija de Bindito Pantera. Me di cuenta de que la niña va a ser inteligente”.
Carolina escribe con una delicadeza elocuente, y en su insistencia sobre la reflexión del escribir de pronto se acerca a Marguerite Duras. Intenta imponer un nuevo orden del mundo en el que la existencia real es la de su escritura y en cambio la imaginada, es la de revolver en la basura. A veces agradece los sueños llenos de belleza, en los que sube al cielo para conversar con las estrellas. Como los presos, bendice la hora en la que duerme porque es el único momento en el que olvida la cárcel en la que vive. Cuarto de desechos, Casa de ladrillos y ¿Dónde estás felicidad? llegan traducidos hoy al español a nuestro país ya no como escritura del testimonio sino como obras que amplían voces, perspectivas, estructuras narrativas, géneros literarios y lecturas del margen, el lugar donde suceden siempre los grandes hallazgos.