El viernes, sorpresivamente, tuve la mañana libre. Hacía rato que venía pensando en cortarme el pelo y escribí al barbero de mi barrio para preguntarle si tenía turno, "venite a las 12", me dijo, y la celeridad me dejó girando en falso.

Había dilatado la decisión porque deseaba un corte como el de los reggaetoneros, medio rapado y cuadrado adelante, pero no terminaba de convencerme, en parte por las negociaciones con mi novia, que está más en el mundo del k-pop, y en parte porque debía viajar al día siguiente hacia Buenos Aires. Honestamente nunca presto atención a mi pelo, no me peino para ser más precisa, así que la indecisión me tenía un poco desorientada. ¿Qué me frenaba? No era el miedo a que me quede mal, porque el pelo me crece rápido, eran las pocas ganas de cruzar los diversos controles de policía, gendarmería y policía aeroportuaria que me esperaban, con un dni que dijera mujer y un aspecto físico que dijera varón. Esa contradicción se manifiesta de forma no siempre agradable en les interlocutorxs que me tratan de una forma creyendo que soy un varón cis, y luego deben reorganizar sus modos, sin saber bien cómo, cuando algo de la circunstancia evidencia que no lo soy. Hace poco escribí en mi diario que si pudiera sistematizar esos segundos de malestar por la confusión, la pereza de reorganizar su discurso que se manifiesta en la tensión de sus cuerpos, si pudiera reducirlo a pocas palabras, diría que esos segundos son, para mi, la definición de heteronorma.

Hace poco ví un meme que se reía de la diferencia entre cuestionarse la orientación sexual y cuestionarse la identidad de género.Considero que ambas son experiencias liberadoras y difíciles en igual medida, sin embargo, hay algo de la expresión de género, cuando es manifiestamente disidente, que dificulta circunstancialmente la experiencia cotidiana, comenzando por el hecho de no poder usar jamás un baño público sin que alguien cuestione tu presencia. A veces dejo que me lean como chico para ahorrarme el mal rato, siempre y cuando no conlleve un potencial de peligro para mi integridad, es decir siempre que no crea que en caso de evidenciarse que no soy un chico, esa persona vaya a ponerse violenta. En esos casos la tensión que no viven esas personas se traslada a mí, que estoy permanente temiendo "que se de cuenta".

En todo eso pensaba mientras caminaba las dos cuadras hasta la peluquería de mi barrio. El barbero me preguntó qué corte quería, "el tuyo", le dije -porque él también tiene ese estilo, la última tendencia de los muchachos musculosos que desfilaban en la tele de fondo, con actitud desafiante y mucha seguridad en ellos mismos-. Me miró con cara extraña pero como está acostumbrado a extrañarse conmigo, prendió la maquinita y me rapó la cabeza.

El problema con los controles en los que media el dni, es que no tengo estrategias para zafar de la secuencia.

Podría hacer el cambio de nombre, claro, pero resulta que me gusta mi nombre y no quiero cambiarlo, como tampoco quiero faltar el respeto a los procesos que atraviesan las personas trans, cuyas complejidades desconozco pero intuyo son mucho más difíciles que las mías, como lesbiana butch. Quizás también deba aclarar que me siento cómoda con mi identidad por un sin fin de razones que no van al caso.

La cuestión es que encaré la ruta y cuando llegué al primer control casi sin querer le solté al cana un "dice mujer, no te asustes" mientras le pasaba el plástico. No sé por que dije eso, nunca lo había hecho pero sentí la necesidad de tomar la delantera. "No hay problema" me dijo con tono sobrador "ahora vale todo, ¿no?", remató. "Si, por suerte", le dije mientras agarraba el dni a toda velocidad. No contestó nada y aproveché el silencio para irme, aún tenía tres controles más por delante.