Algunos de los poemas de Verso, primer libro de poemas de Paula Maffia, podrían haber sido mensajes de madrugada enviados por WhatsApp como balas. Hay verdades lanzadas al vacío y, como ella misma escribe, palabras correctas regaladas a las personas equivocadas. Algunos de estos poemas podrían haber sido apuntes en el margen de un cuaderno de facultad, A4, espiralado. Y por supuesto muchos otros fueron canciones.
Están presentes en Verso sus ansias de amante que mata el tiempo tejiendo y mandando señales de humo, y también la que con plena determinación le pone fin a la espera: las dos son la misma poeta. La persecución de los placeres es uno de los grandes temas del libro y los obstáculos que se cruzan en el camino para alcanzar eso que Pino Solanas llamó una vez en el Congreso estirando mucho la letra “O”, el gooooce.
“Quería sin duda darle lugar al placer que nos dan las manos. Hay todo un elogio a las manos de mis amantes en este libro que me pareció un lugar divertido para empezar a hacer otra propuesta a la idea de erotismo que atraviesa casi toda la literatura. En este caso son las manos las protagonistas. Es una contrapropuesta honesta y lésbica a formas de hegemonía que tenemos muy asimiladas hasta el tuétano. Y ese gesto de alabanza con las manos está llevado a tal extremo que elegí que la tapa tuviera una textura”.
“Una fantasía erótica que tengo es que me devuelvan todos los libros que presté”, dice la autora de una compilación de poesía que arroja una pregunta muy potente por el lugar del erotismo en la vida cotidiana, que en este estado de cosas, con el futuro en suspenso, maximiza su valor. Un erotismo que en puño y letra de Paula incluye el amor a una misma, la belleza de las manos, los desayunos, la larga vida de sus gatos, la génesis y metamorfosis de sus plantas. También hay placer en sus rituales: los métodos de depilación que recomienda frente a otros con los que jamás se torturaría, la pregunta recurrente de adónde van las medias que se pierden. Y un universo de sensaciones que transmite con su verso: como cuando se acaricia contrapelo a un animal, la sensación de tener la boca llena de arena y el olor que deja su novia en la almohada.
Verso se puede leer prolijamente. O se puede abrir en alguna página al azar -como dijo la escritora Camila Sosa Villada en la presentación del libro- como un I Ching erótico que dice: Moríme de amor / sacáme la ropa / tiráme del pelo / perdéme el control. O una meditación en forma de haiku lesbiano que asegura Quisiera ser aquella / con la que quiero / pasar / el resto de mi vida.
Pensaba preguntarte algo sobre la escritura en el encierro y devenir poeta cuarentena… pero luego me enteré de que estos poemas son anteriores a marzo de 2020.
-Pero más allá de eso, yo nunca devine poeta. Creo que comprometerte con una disciplina profundamente y ser una persona que se cultivó en la autogestión te da esa, si querés, habilidad de ir y venir. Quiero decir: mi mundo de acciones siempre fue uno completamente cruzado por la transversalidad y la interdisciplina. Entré al conservatorio a los 15 años pero empecé a tocar mis canciones a los 17. Tuve muy poco de lo que la Academia me pudo haber dejado en la cabeza y tengo muchos más textos académicos por los años como puaner, estudiando Antropología y Filosofía, que como persona que fue al conservatorio. Mi universidad fue el punk. Fueron la autogestión, los festivales, las ferias, salas como la Cosmos, el Gaumont, el San Martín, el Rojas, hacer movidas en La Tribu, en espacios barriales, en peñas universitarias. En esos lugares me formé y en ellos todas y todes hacíamos todo. Mucha gente me pregunta por la escritura: “llegó de pronto... ¿cómo fue?”. Lo que casi nunca le sorprende a nadie es que una música haga también sonido, iluminación, resuelva temas técnicos. Eso está naturalizado. Está completamente sobreentendido que lo vamos a hacer porque es parte de la autogestión. Soy una persona que entró al arte accidentalmente y deseosamente.
¿Por qué accidentalmente?
-Porque no vengo de una familia relacionada con las artes directamente. Yo empecé a buscar canales de expresión desde muy piba para sobrevivir a la adolescencia. Entonces, lo primero que hice fue dibujar y escribir porque era gratis. Solo necesitaba un elemento de soporte y otro de ejecución. Fin.
¿Entonces en verdad la música es lo que vino después?
-La música recién me llegó cuando me pude gestionar un ingreso al Conservatorio por mi cuenta. Pero hasta ese momento escribía y dibujaba muchísimo. Cuando empiezo a hacer música me doy cuenta de que me quiero dedicar a eso. Dedicarse en ese momento era vivir para eso, no vivir de eso. Ahí me aparto del dibujo y la escritura porque lo único que quería era hacer canciones todo el día ¡y socializar! Hay un factor increíble y poderosísimo ahí que es crear en conjunto. Mucho, mucho, tiempo después entendí que era artista, no era sólo música. Capaz mañana se me ocurre dirigir una obra de teatro, podría pasar. Tengo por suerte ese caradurismo de decir que soy una artista, que es una forma de hacer performance permanente de una misma.
¿En qué momento dirías que pasaste a vivir del arte y no para él?
-Eso es algo de lo que nunca se habla. ¿Viste que nadie le pregunta a la gente del arte por la plata? Hasta entre artistas hay un pudor de hablar de plata. Por eso es tan valioso el libro Diario del dinero de Rosario Bléfari. Es rarísimo: no pedimos dinero ni hablamos de él. Lo que llaman 'amor al arte' es trabajo no pago o precarización, se podría decir.
¿Y en qué momento empezás a vivir de la música?
-Seguro hay gente a la que le va a servir leerlo. A los 27 años empecé a intentarlo. Hasta entonces yo era esta puaner de Antropología, trabajaba como desarrolladora de páginas web, ganaba bien, vivía en mi casa, tenía todo, como se suele decir, acomodado. Pero cuando llegué a ese nivel de estabilidad me agarré una úlcera tremenda. ¿Por qué? Me di cuenta de que empezaba el resto de mi vida. ¿Qué veo hacia adelante? Seguir la carrera, que ya no me atrae porque ya cursé todo lo que me interesaba. Tengo un puanic attack: una pila de exámenes pendientes. Tengo un buen trabajo… Pero me quiero morir cada vez que pienso que tengo que vivir el resto de mi vida según un calendario ajeno, transportándome de una punta a la otra de la ciudad todos los días. Y si me paso todo el tiempo dedicada a eso, ¿en qué momento me desarrollo como artista? Y ahí: la úlcera. Caí en cama y entendí que si yo proyectaba mi presente al futuro… estaba comprando un futuro en el que no iba a ser feliz. Y ahí dije: tengo que dar vuelta el tablero.
¿Y cómo hiciste?
-Casualmente, en ese momento, Casa Brandon me convocó para dar talleres de canto. Yo me había formado cantando de manera casi autodidacta. Y la propuesta de que yo estuviera a cargo de ese taller, y como un acto de venganza contra todos y todas lxs pésimxs docentes que tuve, pensé que tenía que hacer algo que le diera una vuelta de tuerca al canto. Tenía que ser algo más vinculado al goce, a la experiencia física. Algo que hoy es común pero en ese momento era todo muy melódico y muy chapucero. Junté mi deseo de venganza con mis ganas de cambiar de estilo de vida y empecé a dar clases todos los días, todo el día. Tuve más demanda y finalmente pude levantar el precio de las clases, trabajar menos y ganar más, y tener más tiempo para tocar. En un momento pude abandonar las clases y dedicarme a tocar. Me llevó diez años.
¿Entonces para las personas que te leen justo ahora tu recomendación sería…?
-Que el arte es una ingeniería. Hay que tener mucho cuidado de no ser precarizada. Y de no ser precarizada por una misma, en una especie de emoción autoexplotativa. La verdad es que yo trabajé mucho gratis. Es muy difícil decir que no cuando estás tratando de desarrollar lo tuyo y te emociona lo que hacés. Te ofrecen cosas y no podés decir que no. Hasta que en un momento decidís: mi tiempo vale. El tiempo es oro pero el oro no es tiempo. No se compra tiempo con dinero ni con obra. Tiene que haber un equilibrio entre lo que querés y lo que podés. Entre el deseo de desarrollar algo propio con una marca puntual pero que no sea tan hermético que no te genere un nicho.
El título del libro, Verso, quiere decir también “guitarreo” y “chamuyo”, seducir con la palabra mintiendo o exagerando. ¿Cómo llegaste a él?
-Me gustan mucho las palabras cortas y me gustan mucho las palabras con O. Mi último disco se llama Polvo y también tiene una polisemia espectacular. Cuando la editorial Planeta me pidió el libro y me puse en las pieles del poeta para empezar a componer, revisé trabajos de otras épocas, me puse en modo escritura, me prendí fuego y me vino el título. La palabra “verso” en sí es un movimiento poético, del humor. Es un poco un disclaimer. Es como si dijera: pensá bien si querés poner este libro al lado de Olga Orozco o Diana Bellessi. La editorial decidió llamarlo “poesía” pero para mí es extensión de obra. Es verso en la medida en que es juego. Quienes pasan tiempo conmigo lo saben. Soy insoportable con los juegos de palabras.
Hace un momento hablábamos de los placeres que descubriste con este libro. ¿Qué placeres perdiste?
-Hace pocos años, en un año nuevo. Estaba en un pasto muy lindo, había salido de la pileta y puede ser que estuviera acompañada de bellas sustancias. Acostada en el pasto sentí placer en todo mi cuerpo y me acordé de una escena de Orlando de Virginia Woolf. Hay un momento en la novela, cuando Orlando transiciona a mujer, se tira en la hierba y siente placer en todo el cuerpo. Cuando yo era niña tenía esa capacidad. Todavía no entendía que había una dirección erógena. Después de conocer, no sólo por los mandatos sociales sino por la autoexploración por supuesto, que había una zona que era más importante que las otras y más efectiva, me olvidé del resto de cuerpo. Y ahora maldigo haber sacrificado tantas superficies de placer. Ahí se me apareció mi cuerpo, algo que también es una experiencia muy treintañera: mujeres de nuestra generación e identidades que se identifican con lo femenino de nuestra generación empiezan a vivir el cuerpo de otros modos. Desde los achaques, los reclamos y otras cosas que también te dice el cuerpo que tal vez a los 20 no les podés dar bola. Le pedís y le pedís, y no te detenés a ver en qué estado queda, qué te está diciendo.
¡A los 20 hacemos extractivismo corporal!
-¡Sí! Y no quiero eso. Lo próximo que viene para mí es recuperar mis pies. Me los miro y pienso: cuánto los toco, qué les doy, mientras les pido todo. Me quejo del capitalismo y lalala pero estoy teniendo una actitud verticalista con mis propios pies. Con la cuarentena, si bien me propuse jamás hacer de ella un lugar cómodo, ni algo productivo, sí puedo decir que por primera vez en mi vida pude sentarme a meditar.
¿Cómo lo lograste?
-Me interesa el mundo de los sueños, tomé ayahuasca varias veces, leo mucho sobre técnicas del éxtasis. Son búsqueda que viene haciendo la Humanidad desde Pitágoras, pasando por todas las religiones y todos los sistemas filosóficos, que en algún momento proponen que el cuerpo se rinda al éxtasis. Hay quienes lo llaman encuentro con la divinidad, la totalidad, el cosmos. De pronto salís de un punto de vista en particular y de pronto empezás a contemplar el logos. Yo lo describo así, es el modo que encontré y el modo en el que empecé a entender algo del tema, con estas palabras que son lo más anti New Age que hay. Y me las permito.