Los conejos se parecen a los gatos en su carácter territorial. No maúllan porque tienen su propio lenguaje, sonidos que hay que saber descifrar. Palabras encriptadas, mensajes en voz baja. Tampoco ladran como los perros, sin embargo, sacuden su rabito para transmitir que están contentos. Saltan, hacen piruetas y duermen por la mañana, cuando el mundo despierta. Tener animales domésticos en casa nos invita a hacer el ejercicio de salir de nuestra propia cabeza y mirar alrededor como lo hace una criatura distinta a nosotrxs. En tiempos de pandemia esa compañía marca una diferencia no solo porque disminuye el grado de soledad, sino porque te saca del papel de protagonista en los momentos más necesarios. La gente siempre me hace la misma pregunta: “¿es fácil vivir con 11 conejos?”. No es fácil, pero es hermoso. Algunos conejos me esperan en la puerta cuando llego, otros demuestran su alegría dándome vueltas alrededor como un trompo. Tener animales nos enseña a cuidar de otrxs, a reconocer que somos frágiles y al mismo tiempo más fuertes de lo que creíamos.
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