Llega la noche y me voy a dormir. Tengo mis rituales para eso, varios. Pero el más importante lo comparto con Pili. Ya cuando me ve desplegando todos los otros, me ronda marcando su mapa de señales invisibles. Ella sabe exactamente todo lo que hago, mejor que yo. Acomodo los almohadones, me recuesto y ella se sube a mi abdomen. Estoy a su disposición y ruego que haga lo que hace siempre. Allí comienza su danza mágica y sanadora con la música de su ronroneo. Masajea con sus cuatro patas mi plexo solar, mis órganos, los libera de tensión y me conecta con el otro mundo, ese que ella habita todo el tiempo. Juro que voy a recordar la sensación, que no dejaré que se escape, que aprenderé de una vez. Ella pacientemente, sin juzgarme, hace lo que tiene que hacer: sostener la conexión entre mundos, recordarme que ese momento es el único que hay y que, si puedo salir de mi cabeza, volveré al núcleo más profundo de mí, donde ella habita.

Amanece. Abro los ojos y ahí están ellas. Pili y Sama. Yin y yang. Gata y perra. Me obligan a sonreír aunque la noche haya sido tormentosa, aunque no tenga motivos para sonreír. Me enseñan que sí los hay. Sama rasga las sábanas con sus patas poderosas y me dice ¡Ey! Acá está la vida. ¿Vamos? Aullemos festejando nuestra existencia en la tierra, olfateemos el olor del aire frío, movamos el cuerpo, descubramos los rastros que dejaron otros pasos, juguemos a perra grande y perra chica ¡Ahí están les otres! Sama me sostiene la comunidad con mi especie. Es la que pone a prueba mi fuerza y mi carácter. Sama es el día, la luz del Sol.

 

Formo parte de una manada. Era más grande hace unos años y ahora quedamos tres. Pero conservamos el espíritu y nuestra alianza. Perra, gata y humana. Una comunidad de hembras empoderadas, cada una a cargo de su rol. Dicen que los animales se humanizan, pero por suerte la animalizada soy yo. Siempre lo fui, con un poco de pudor, y ahora lo celebro con orgullo. Sama y Pili son mi posibilidad de animalidad en medio de una ciudad. Digo animalidad con un componente sagrado, un origen en donde nos encontramos. Ellas me enseñan cosas fundamentales como la inocencia y el juego y yo aporto al grupo la atención de las necesidades cotidianas. Envejecemos las tres, ellas más rápido que yo, y me recuerdan todo el tiempo que el amor es ahora. Amor animal. Y sagrado.