Pequeña sorpresa del streaming, de esas películas que aparecen muy por debajo del radar de las “recomendaciones” y los listados de las más vistas, el segundo largometraje del húngaro Barnabás Tóth es un retrato sensible de dos seres humanos agobiados por el pasado, en un contexto social y político por demás complejo y asfixiante. El año es 1948 y en Hungría la experiencia de la guerra y los campos de concentración se siente en el espíritu, la carne y la piel. Un plano fugaz muestra el tatuaje numérico en el brazo de Aladár (perfectamente taciturno Károly Hajduk), un ginecólogo cuarentón cuya solitaria vida personal señala hacia una enorme pérdida. La adolescente Klára (Abigél Szõke, de ojazos tan claros como melancólicos), huérfana de padre y madre, llega un día a la consulta empujada por su tutora legal, preocupada por la demorada aparición de la menarquia. Esa simple visita médica se transforma rápidamente en un choque de planetas, el comienzo de un vínculo padre-hija putativo que, desde el exterior, no puede sino ser confundido con otra cosa. Y, tal vez, también desde adentro.

Pero el guion de Toth y Klára Muhi no enfatiza un solo elemento de la trama, optando en cambio por una descripción de las fases de esa relación de afecto y necesidad. La chica es avispada, inteligente y ducha en varios idiomas, pero su tristeza y desprecio general al orden de las cosas la transforman en un bicho raro para sus profesores y compañeras de escuela. Cuando Aladár apoya su mano en el hombro de la paciente en señal de apoyo, una innombrada empatía y comprensión mutua los une para siempre; es precisamente en esos momentos en que las palabras quedan relegadas ante los gestos más humanos cuando Los que quedaron toma verdadero vuelo. Poco después, cuando se decide que Klára viva en el departamento del médico, este deberá tomar las riendas paternales de una relación inevitablemente cercana y física. La primera noche en el nuevo hogar, la joven se muda al pequeño catre de Aladár, como si fuera una niña de escasos 4 o 5 años, temerosa de la oscuridad. La incomodidad del adulto es evidente, como lo será para todos aquellos que observen a la pareja desde el prejuicio.

El régimen comunista derrocha interrogatorios y purgas, y la posibilidad de ser denunciado (por algo, por alguien) y detenido es un pensamiento que va más allá de la paranoia. El encuentro con un colega a quien no se ve desde hace tiempo, afiliado reciente al Partido y confeso delator, suma un elemento de ligero suspenso que, en el fondo, sólo es parte de la pintura de época. Gracias a la calibrada actuación de los dos protagonistas, el drama personal y colectivo adquiere la potencia necesaria para transformarse en un relato universal. Deudora de las películas intimistas de Márta Mészáros, una de las referentes ineludibles de la tercera generación de directores húngaros bajo el socialismo (varias de sus películas pueden verse actualmente en la plataforma Mubi), Los que quedaron es un ejemplo cabal de un cine de texturas clásicas, pero que no se deja encantar por la posibilidad del melodrama raso o la denuncia a los gritos. Sin estridencias ni edulcoramientos innecesarios, el epílogo en 1953 habilita la posibilidad de un comienzo de cicatrización para tantas heridas.

LOS QUE QUEDARON 7 puntos

Akik maradtak; Hungría, 2019

Dirección: Barnabás Tóth.

Guion: Klára Muhi y Barnabás Tóth.

Duración: 83 minutos.

Intérpretes: Károly Hajduk, Abigél Szõke, Mari Nagy, Barnabás Horkay,

Katalin Simkó.

Estreno disponible para su alquiler en Flow.