“Me encantaría retirarme con una medalla”. Federico Molinari conoce bien los finales felices, desde aquella soñada película en Londres 2012 que lo catapultó a la fama nacional hasta la de Lima 2019, con presea de bronce y propuesta de casamiento incluida a su mujer en la zona mixta. Pero el santafesino pide un deseo más, despedirse a lo grande, como merece su carrera en la gimnasia. Y, por estos días, en Brasil, intentará empezar a hacerlo. “No tengo chances de clasificar a Tokio porque voy sólo a competir sólo en anillas, pero quiero meterme en la final y, por qué no, ilusionarme con el podio”, explica.
A los 37 años y con tantas realidades y proyectos en su vida, Fede tiene claro que el amado tiempo como deportista llega a su fin. Pero, amén de alguna pena interna, la decisión está madurada. Hace tiempo que se prepara para el momento y, mientras transita los últimos instantes de pura adrenalina, avanza con las otras inquietudes. Como en su costado solidario, que hace seis años descubrió con el programa Huella Saint Gobain y ahora, en plena segunda ola de pandemia, profundizó con un nuevo proyecto social en La Matanza.
Desde Río de Janeiro, donde llegó con el seleccionado de gimnasia, Molinari cuenta cómo se siente en su regreso a la competencia. “Estoy con ganas, ilusionado. Por suerte, desde julio-agosto pudimos retomar los entrenamientos y logré bajar de peso luego de haber subido en la primera parte de la pandemia. Estoy en 67 y bastante en forma. No fue fácil. A los 37, ponerme en forma, sin tener dolores, no es como antes y más con tantas obligaciones. Pero lo logré y tengo la ilusión de volver a estar en una final de anillas”, explica quien es, junto a los entrenadores, un líder de esta comitiva joven. “Es muy loco porque ellos tienen veintipico y yo fui su coach en el Panamericano Juvenil. Es raro compartir ahora la Selección de Mayores, pero a la vez motivante. Ayudarlos, guiarlos –tres de ellos tienen chances de llegar a Tokio- y, a la vez, seguir estando yo a la altura de la competencia”, admite el nativo de San Jorge, quien en 2019 tuvo un gran año, algo que lo motiva en esta recta final. “Fue prácticamente el mejor, con la medalla en Lima y el 10° puesto en el mundo. Luego me agarró la pandemia y es duro estar casi un año y medio parado pero, como dije antes, no quería que la pandemia me retire y acá estoy”, resalta.
Este Panamericano y el Sudamericano, programado para noviembre en San Juan, pueden ser los últimos torneos para Molinari. “Siento que la transición no me va a costar tanto porque me sacaré la ropa de gimnasta y me pondré la de coach, algo que vengo haciendo, de alguna forma, hace tiempo, con Julián (Jato) y también en mis academias. Pero, a la vez, tengo claro que es difícil salir del protagonismo que tiene el atleta activo. Cuando pasás a ser coach, vas a un segundo plano. Ya las luces no están sobre vos, en especial en los deportes individuales. Deberé aprender a dar un paso al costado. Pero siento que estoy preparado. Por ahora me preocupo más por cerrar bien mi carrera, de una forma competitiva. No quiero dar ventajas ni retirarme en un bajo nivel”, explica.
Pero, claro, tanto trabajo fuera de las pistas, está dando sus resultados. “Cuando la pandemia nos dio un respiro, las academias fueron un furor. Estuvimos en los 700 alumnos, cuando antes no llegábamos a 100, y abrimos tres más, en Nordelta, San Isidro y Palermo, que se sumaron a las de Caseros y Torcuato. Estamos muy agradecidos a las familias y a los chicos, que han tenido mucha paciencia y se han enganchado mucho. Estamos mejor parados que cuando comenzó todo esto”, es su mensaje. Pero, inquieto como siempre, su lado B incluye la ayuda social que descubrió hace seis años cuando se sumó al programa Huella SG. “Ahora estamos encarando el proyecto más ambicioso desde que me sumé. La Universidad de La Matanza, a través de su Observatorio Social, área que de la facultad busca desarrollar la equidad social vinculándose con la comunidad local, tiene siete comedores con más de 700 chic@s y sus familias y nosotros arrancamos visitamos uno de ellos, el Arbol de las Cosquillas, para dejar los materiales para todos”, explica.
“Siempre que visitamos estos merenderos lo que más nos comentan es que hay muchos días al año en que los chicos no pueden ir a merendar por el barro, la lluvia, ya que los lugares no estaban en las mejores condiciones y esta es una gran forma de ayudar. Porque, además de hacer donaciones, la empresa se encarga de capacitar a quienes trabajan sobre cómo trabajar con sus materiales”, comenta quien volvió a sentir esa emoción que motoriza su lado más humano.
“Cuando visitás lugares así te llevás la alegría, el agradecimiento y la calidez de la gente a la que ayudás. Y te vas asombrado por el compromiso de muchas personas. Aun en pandemia son tantas las que ponen el hombro... Son esos momentos en los que tomás dimensión sobre la importancia del deporte y el ser solidario. Uno tuvo el privilegio de nacer en familia de clase media, con una realidad distinta, y cuando vas a lugares así, con tantas carencias, entendés muchas cosas y te das cuenta la importancia de comprometerte para dejar una huella en la comunidad. De eso se trata y estoy muy orgulloso de este programa, que ya superó los 10 años y siempre se reinventa para continuar cambiando realidades. Por eso tengo tantos colegas que quieren sumarse”, reflexiona quien quedó en la historia por aquella producción en Londres 2021 y ahora quiere repetir para ponerle un moño a su carrera.