“Comienza el torneo de fútbol argentino y el Lobo arranca último en los promedios. En perspectiva, es casi imposible que se salve. Su mercado de pases fue, encima, una catástrofe”. Así arranca el periodista platense Facundo Arroyo su Diario de un tripero. Y observa: “Se puede pensar a la crónica futbolera, también, como un derrotero. Son fáciles los textos sobre fútbol desde la gloria, la victoria, sobre los nuevos campeones”.
No era el caso de Gimnasia y Esgrima, al menos cuando escribió la primera crónica el 27 de julio de 2019, día del comienzo de aquella Superliga. Lo que en el último minuto de juego parecía rubricar un valioso 2-0 frente a Patronato (rival directo en la lucha por no descender, el famoso “partido de seis puntos”), terminó con el penal errado por Lucas Barrios y el empate final en la jugada siguiente.
Orden y aventura
Alguna vez Borges dijo que la literatura es “orden y aventura”. Y tiempo después, el Flaco Menotti hizo un cover de esa frase pero para definir al fútbol. Quizás Facundo desconozca esta historia, pero tampoco le hace falta: su libro es el sincretismo exacto entre la pluma y la cancha a través de una premisa ordenadora que luego devino en aventura.
Precisamente, en la que vivió el Lobo, club con el que fanatiza (y que, a partir de su obra, también historiza) en aquella temporada que arrancó con empate y continuó con cuatro derrotas al hilo. Con ese inicio desalentador (“al principio estaba escribiendo la crónica de una muerte anunciada”, reconoce el autor), nadie imaginaba el final: la pandemia suspendiendo el fútbol y cancelando los descensos. En el medio, claro, el ariete que convirtió al libro y a esa campaña en una gesta de épicas y milagros: la impensada llegada de Diego Maradona al bosque platense.
“En principio no tenía una hoja de ruta sobre las crónicas, y mucho menos la idea de que eso derive en un libro. De hecho, al principio tenía pegada un toque la verba del periodismo deportivo, pero la fui limando porque no quería acercarme a eso”, explica Facundo, quien empezó publicando estas historias en La Agenda.
“Más que el formato, busqué prestarle atención al tono -sigue-. Sacarme de encima algunos aprendizajes e ir contra las reglas de algunos formatos canonizados, vivo con mucha angustia las reglas narrativas que se fueron endureciendo en la crónica latinoamericana. Lo que empezó siendo un juego, terminó siendo una norma. Esa producción de la escritura se volvió políticamente correcta, pero mi espíritu zumbón siempre trata de ir por otro lado”.
Definiciones de un beat platense
“El tono que yo perseguía era el de En el camino, de Kerouac, el de la libreta de Ginsberg en la gira gitana de Dylan, el de la mochila con el máster de Candombe del 31, de Jaime Roos. Algo bien caliente, intuitivo, torpe, impulsivo e inmediato”, enumera. “Volver a esos textos me hizo plantarme frente al correctismo de mi oficio periodístico. Por otro lado, fue todo tan urgente en esa temporada del Lobo, que al diario lo hubiera escrito en los tablones de cemento de la cancha”.
Arroyo siente que letras de los Redondos, Bob Dylan o Serú Girán bien pueden explicar al Lobo (¿qué es el rock, sino aquello que siempre parece hablar de nosotros y a nosotros?). Rock y gol: muchas veces, la cultura rockera y la futbolera se explican mejor desde las pasiones populares y personales. De hundir el cuerpo en un pogo irresistible, de mezclar la garganta en una tribuna conmovida. Fundirse con un otro que se identifica como similar, como par… aunque ese otro sea un desconocido (¿o no, quizás?). Facundo señala en Diario de un tripero una potente postal que describe esto mucho mejor: El Diego sentado en el banco de suplentes de 60 y 118 con una gorra del Indio Solari.
“La épica de escribir sobre Gimnasia desde el dolor la vinculo con el paradigma que envuelve al indie criollo, de alterar la figura de líderes ganadores, machos, etcétera, con la figura del super loser”, comenta el autor. “En nuestro caso y por una cuestión generacional, está el Chango, de Él Mató a Un Policía Motorizado, quien siempre cuenta que decidió hacer música el día que vio a Joey Ramone en vivo y dijo: ‘Este es un roñoso igual que yo, así que yo también lo puedo hacer’”.
Cultura pop y lucha de clases
Ese espíritu entre indie y punk, entre cierta melancolía y el "hazlo tú mismo", pugnaron para que sus textos se formateen en un libro, incluso a su pesar. “Cerré alguna idea con editoriales, pero no llegué a puerto por mi autoexigencia. Finalmente, es mi novia quien termina contratando a un diseñador para que haga la diagramación en PDF. Ahí me di cuenta de que no tenía sentido dejar tirados esos textos, incluso agregué otras cosas”. De momento, Diario de un tripero está en formato digital y se puede conseguir haciendo un donativo.
El libro de Arroyo se resume en cincuenta páginas que atrapan de principio a fin, con un montón de recursos narrativos y estéticos. Hay fulbito, porque el camino de su propio equipo amateur Ruta 11 llega a coincidir varias veces con el de Gimnasia. También liturgia, cultura pop. Llanto y alegría. Y lucha de clases, acaso la mejor forma de explicar las diferencias entre Estudiantes y Gimnasia (clubes que habitan un mismo bosque a pocos metros de distancia), más allá del medallero.
“El Lobo representa a la clase trabajadora de La Plata y el Pincha a la clase media medio pelo, en términos de Jauretche. El correctismo. Su lugar de entrenamiento en un country privado de City Bell, una de las zonas más chetas de la ciudad; el nuevo estadio parece un shopping. Ideológicamente estoy en otra vereda que el medio pelo que nunca deja avanzar, que rompe los procesos sociales de igualdad”, saca pecho Facundo.
Aquel último milagro
A Gimnasia y sus hinchas los acompaña cierto espíritu de frustración que Facundo convierte en tinta. “Nadie mejor que nosotros entiende la decepción y la angustia del fútbol argentino”, escribió. Esa especie de regodeo en el lamento (describe “la belleza del dolor” y hasta sentencia que el Lobo vive una “desgracia eterna”) es tan imperturbable (“¡Tenemos cinco subcampeonatos!”, recuerda) que necesitó de un milagro para torcer el ánimo de los triperos y la pluma del escritor: la aparición de Diego Maradona. Un rumor que “en el bosque comenzó como fake” y terminó como “el punto de fuga de una obra artística colosal”. La última Mano de Dios fue salvar al Lobo del descenso y, de paso, dejarle al periodista platense una gran historia para narrar.
Quedará para siempre aquel domingo 8 de septiembre de 2019. El estadio Juan Carmelo Zerillo de bote a bote, tiznado de azul y blanco, con banderas y bengalas bicolores. No había partido. No jugaba nadie. Jugaba el Diego. Jugaban todos, entonces. Tan sólo el rifirrafe de las gestiones en la contratación de Maradona hubiera merecido un libro aparte. Pero Arroyo encuentra el resumen para no quedarse corto, ni empalagarse. Lo comprime con la fuerza de una bomba atómica: “El Lobo es pueblo y Diego también”.
“Esa cuestión de clase es la que lo termina acercando a Gimnasia. Él mismo lo dijo. También el Indio Solari cuando explicó por qué Maradona fue al Lobo y no al Pincha”, remacha Facundo. El milagro comenzaba a materializarse. Y, de paso, aporta un nuevo elemento a un stock pródigo en la ciudad del cuadrado y las diagonales: “La Plata convive con un flujo de mitos que forman parte del acervo cultural de su historia”.