Desde Lima.Cerró una campaña en extremo polarizada, llevada adelante en un ambiente de mucha tensión y crispación. Ha sido una campaña que ha dividido al país entre el profesor y sindicalista de izquierda Pedro Castillo, la sorpresa de las elecciones, que ha sintonizado con buena parte de la población por su origen popular y su mensaje de cambio del modelo neoliberal, y la derechista Keiko Fujimori, la hija del encarcelado exdictador Alberto Fujimori, que defiende la continuidad de ese modelo neoliberal que su padre impuso hace treinta años. La izquierda en su conjunto se ha unido alrededor de Castillo, y del otro lado la derecha política, económica y mediática ha cerrado filas con el fujimorismo.
Llega a su fin una campaña marcada por la violencia verbal, especialmente desde la derecha, y por una guerra sucia contra la izquierda masivamente amplificada por los medios. A pesar de los múltiples y constantes ataques recibidos -la derecha lo acusa de querer implantar una dictadura comunista y hasta de ser terrorista, asusta a la población diciéndoles que un gobierno suyo les quitará sus negocios y ahorros, que habrá inflación, desempleo y hambre- y algunos errores de su campaña e imprecisiones al presentar sus propuestas, y del masivo apoyo mediático a su rival, Castillo llega al cierre de campaña con una ligera ventaja en las encuestas de entre uno y dos puntos. La campaña cierra con alrededor de un quince por ciento de indecisos. De ellos saldrán los votos que definirán al ganador. Los analistas no se atreven a pronosticar un resultado.
“Los candidatos llegan en un empate técnico, con Keiko creciendo más entre los indecisos y reduciendo la diferencia que le llevaba Castillo. Vamos a tener un resultado muy ajustado, gane quien gane”, señala Alfredo Torres, director de la encuestadora Ipsos.
“Keiko tiene el apoyo de los medios y ha estado subiendo. La campaña de miedo contra el comunismo ha tenido impacto en una clase media que teme perder lo que ha conseguido. Castillo tiene un voto duro en los sectores populares. Hay un empate técnico, pero con una mínima ventaja de Castillo. Creo que los indecisos que quedan pueden repartirse por igual entre los dos candidatos”, indica Patricia Zárate, del Instituto de Estudios Peruanos.
En ese ambiente de polarización, división, tensión e incertidumbre, ambos candidatos cerraron sus campañas el jueves. Los dos lo hicieron en Lima. Castillo y Keiko pretendían hacerlo en la céntrica plaza San Marín, tradicional escenario de encuentros políticos. Ambos anunciaron manifestaciones en ese lugar. Una coincidencia inviable, que las autoridades resolvieron negándole el perimo a los dos. Castillo mudó su manifestación de cierre a la Plaza Dos de Mayo, también en el centro de la capital, un espacio de manifestaciones de los sindicatos. Keiko optó por ir a Villa El Salvador, un barrio popular en las afueras de la ciudad.
Antes de su mitin de cierre, Castillo tuvo una conversación por internet con el expresidente de Uruguay José Mujica. El día anterior, el candidato de la izquierda se había reunido con familiares de las víctimas de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura fujimorista, a quienes les aseguró que apoyaría sus demandas de justicia.
“El 6 de junio (día de las elecciones) podemos escribir la nueva historia de esta patria. Llamo a la unidad más amplia de este pueblo. Voy a demostrarle a mi patria lealtad, respeto”, señaló Castillo, antes de ir al mitin final de una campaña en la que entró como un desconocido y ha terminado disputando la presidencia.
En su cierre de campaña, Castillo habló desde el balcón de una vieja casona de la plaza Dos de Mayo. Durante su campaña ha puesto el énfasis en la necesidad de un profundo cambio en el país que signifique dejar de lado el modelo neoliberal y corregir las profundas desigualdades. Ha insistido en priorizar la educación y la salud públicas.
Hace unos días, Keiko pidió perdón por “no haber estado a la altura de las circunstancias” cuando su partido obtuvo la mayoría parlamentaria en las elecciones de 2016 y la usó para boicotear al gobierno y generar una grave crisis política, y también pidió “una nueva oportunidad”. El problema de Keiko es que después de tantas promesas incumplidas a lo largo de su vida política, su palabra ha perdido credibilidad y sus arrepentimientos públicos son percibidos como una estrategia de campaña antes que como un sincero reconocimiento de culpas.
Entre tardíos y estratégicos pedios de perdón, un festival de ofrecimientos -bonos de ayuda económica a la población, obras y reducción de impuestos, sin decir cómo se financiará todo lo ofrecido- y ataques a su rival, Keiko cerró su campaña. La suya ha sido una campaña marcada por un agresivo discurso macartista, que ha buscado poner el eje de esta contienda electoral como si fuera una disputa entre comunismo y democracia, división en la cual, para ese discurso que casi ha monopolizado los medios, el fujimorismo es despojado de su esencia autoritaria y corrupta y presentado como defensor de la democracia, y la izquierda estigmatizada como “una amenaza comunista”. Keiko, que en su entorno tiene a exfuncionarios de la dictadura de su padre, ha dicho que su misión es “rescatar al Perú del comunismo”.
“No al comunismo”, se leía en banderolas colocadas cerca al estrado desde el que habló la candidata de la derecha autoritaria. Criticó a los últimos gobiernos, pero en su equipo lleva a exministros de esos últimos gobiernos. Defensora del continuismo del modelo neoliberal, pero consciente que una mayoría exige cambios en medio de una grave crisis, la candidata fujimorista habló de “un cambio hacia adelante”. Lo suyo es un cambio para que todo siga igual. A pocos días de revelarse nuevas cifras de las muertes por la pandemia, que ponen al Perú con la mayor tasa de mortalidad del mundo, la candidata fujimorista disparó contra las restricciones para combatir la pandemia –en el país no hay cuarentena, pero sí restricciones en los aforos a lugares públicos y toque de queda nocturno- y ofreció levantarlas.
Con pocos méritos propios para ganar respaldo popular y un alto rechazo, Keiko, que enfrenta un proceso judicial por lavado de dinero y organización criminal, busca ganar la elección con esa campaña de miedo contra su rival y presentándose como el supuesto mal menor. Si Keiko apuesta por el miedo, Castillo lo hace por la esperanza y las demandas de cambio. Ese fue el tono de los dos cierres de campaña.