A veces, los números más fríos confirman percepciones que se tienen viendo de cerca la ciudad. Una de ellas es que el macrismo sostiene desde los comienzos de su gestión un Plan Jefas y Jefes de Empresas Constructores, subsidio a los ricos del palo que no le molesta a nadie del PRO. Esto era fácil de ver ante planes como el que reemplazó kilómetros de cordones de vereda hechos de buen granito por porquerías de cemento armado, feos de nacimiento y de futuro limitado. ¿Por qué cambiar buena piedra de un siglo o más por cemento? La única explicación es para generarle contratos a la industria mimada, la que realmente está en el centro de la gestión macrista.

Este mes, Economía publicó un número revelador que confirma que este mimo y este subsidio se trasladó con soltura al nivel nacional. En marzo se vendieron algo más de un millón de toneladas de cemento, cifra que supera en algo más de un quince por ciento lo vendido en el nefasto marzo de 2016, con Mauricio Macri fresco en la presidencia. La suba en el trimestre es del 6,2 por ciento y el nivel de despacho de cemento sigue por abajo que en 2015, último año K, pero lo realmente notable es por qué se registró este crecimiento: por la obra pública. Así como es amarrete con el empleo público, los maestros y las provincias, el actual gobierno nacional entiende plenamente y atiende generosamente a los que piden emprendimiento viales y planes de vivienda, que ayudan a los amigos del alma. Sobre todo en estos tiempos en que la obra privada, la vivienda por tantos dólares el metro, sigue planchada por la diferencia entre ingresos y precios.

Con lo que hay que dar un disimulado subsidio.

Sobre puentes

Esta semana llegaron a Buenos Aires dos intendentes franceses con una misión realmente original. Michael Gaillot está al frente de la ciudad de Echillais y Hervé Blanché es intendente de Rochefort, además de presidente de la “aglomeración” de Rochefort-Ocean, un grupo de 25 ciudades. Lo que comparten ambos funcionarios y sus ciudades es un puente transbordador, el último en funciones de Francia, que cruza el río Charente. Y lo que hacen en Buenos Aires es atender una invitación de la Fundación por La Boca para ver nuestro puente transbordador Nicolás Avellaneda, sobre el Riachuelo, y coordinar una aventura especial: que ambos puentes, el francés y el porteño, más dos alemanes, se junten como patrimonio de la humanidad al de Bilbao. La idea es que la Unesco amplíe la catalogación de la pieza vizcaína a un grupo de puentes similares.

Escuchando a Gaillot y Blanché se aprende que los puentes transbordadores son piezas realmente raras en un mundo lleno de puentes convencionales y de ferries. En Gran Bretaña hay apenas tres y el suyo es el último que presta servicios en Francia, transformado ahora en una verdadera atracción turística. El puente de Rochefort-Echillais es mucho más grande que el nuestro, con 175 metros de largo, una luz entre los pilares de 129 metros, torres de sustentación de 66 metros de alto y un tablero que se eleva hasta 50 metros. La obra fue inaugurada en 1900, cuando los franceses exportaban este tipo de tecnologías de perfilería de hierro al mundo entero. 

Los franceses le explicaron a Teresa de Anchorena, presidente de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, que hay apenas ocho puentes transbordadores en este planeta, por lo que la idea de unir al francés al porteño y a los dos alemanes –los que unen Osten y Hemmoor y Rendsburg con Osterrönfeld– en una categoría de la Unesco es particularmente atractiva. El entusiasmo de los locales resultó notable, particularmente pensando en el patrimonio que tiene Francia. Los ingleses no mostraron tanto entusiasmo y además, curiosamente, dos de sus puentes son privados, lo que complica las declaratorias.

Los franceses también se reunieron con la Cancillería argentina y visitaron varias veces La Boca. Nuestro puente iba a estar terminado y en funcionamiento en mayo, y la cabina ya está restaurada y puede cruzar el río. Pero la inauguración se demora hasta septiembre, lo que podría permitir que Philips prepare un sistema de iluminación especial. En septiembre se realiza también el Congreso Internacional de Puentes Transbordadores, organizado por la Fundación por La Boca con apoyo de entidades como los vecinos de la Calle Irala, lo que podría permitir lucir nuestro Avellaneda ante franceses y alemanes.

Terminaciones

Es realmente fastidioso ver la diferencia entre anuncio y realidad que genera constantemente el gobierno porteño y que repite la prensa oficialista. Un ejemplo es la reciente “renovación” –palabra cauta que ya hace dudar– de la Casa de Ejercicios Espirituales de la avenida Independencia. Visto de pasada desde el colectivo o desde la vereda de enfrente en una foto que acompañe un texto complaciente, se ve el edificio colonial blanco y limpio, liberado del horrendo guarda rail que lo protegía del tránsito. Como la Casa es de esos edificios ejemplarmente ceñudos, seco de todo ornamento, con muros desnudos y aperturas que son simples rectángulos con rejas, la desaparición de las pintadas y grafittis ya es una alegría.

El problema empieza cuando se acerca al edificio y lo ve realmente. Uno sospecha de qué se usó para retomar las superficies y sospecha fuertemente el uso de cementos de corralón. Luego, la pintura blanca tiene un extraño tono verdoso, que resalta en días de cielo gris. Pero lo que es un dolor es el nivel de mugre de obra con que se dejó todo lo que no se pintó: rejas, portones, vidrios, ventanas están manchados y salpicados a la que te criaste. En el frente de la Casa, sobre Independencia, todavía se cuidaron un poco las apariencias, pero en la retaguardia sobre México el salpicado es alegre e incluye la vereda, como para no dejar a nadie afuera.

Sobre la calle México

La nota de tapa sobre el patrimonio de algunas calles de la calle México puso nostálgico a más de un lector. Sobre todo a Patricio Ochoa, que contó en un amable mail que vivió casi sesenta años en el 1300 de México, al lado del hotel boutique que en el barrio conocían como la Quinta de los Podestá y que estaba ahí desde cuando la aldea porteña terminaba en la calle Salta, una cuadra para el Bajo. Otro dato inesperado que aporta el lector Ochoa es que Aux Charpentiers fue una sastrería antes de especializarse en ropa de campo y de trabajo, y que hace medio siglo su madre le regaló uno a medida, “de pantalón largo”, por sus buenas notas. “Era un traje ‘de cartero’, muy de moda en los años sesenta...”

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