El accionar estatal represivo desplegado en Colombia debería ser registrado con mayor atención.

La profunda crisis económica y social persiste a lo largo de las décadas y los efectos sociales han ido corroyendo los lazos sociales y trastocando las subjetividades.

A la par, la violencia se manifiesta de múltiples maneras implícitas y explícitas.

En efecto, cuando la furia de los chacales artillados aparece en las calles para atacar las protestas sociales y a las multitudes hartas del escarnio, la humillación y la expoliación es para dejar marcas indelebles, perennes en los cuerpos.

La saña represiva del Estado emergió en Chile como terrorismo de Estado.

Es paradójico que se hable del resultado electoral por la eventual asamblea constituyente en Chile y se soslaye o se ponga en segundo plano el número de personas mutiladas de por vida por la represión estatal. El acto comicial fue la tabla de salvación del gobierno de Piñera en medio de la revuelta popular.

Es obsceno que se exalte el debate sobre la realización o no de la Copa América de fútbol cuando la población del continente está padeciendo los embates de la miseria estructural agravada por la pandemia de covid.

¿Chile y Colombia están lejos o cerca?

La pregunta no es de tono retórico o de índole geográfica.

Reflexionemos y veremos cómo la respuesta puede ser inquietante.

Carlos A. Solero