Murió Rubén "Pelo" Aprile y con él se fue parte importante de la historia del rock argentino de los últimos cuarenta años. No es que inmensos discos del rock vernáculo como Kamikaze, Privé o Pelusón of Milk de Luis Alberto Spinetta; La era de la boludezVivo acá, de Divididos; o No llores por mí, Argentina, de Serú Girán no hubiesen existido sin él, pero algo de eso hay... entre mil comillas, claro. Igual que el paso de la independencia a una discográfica multinacional de La Renga, banda estoicamente refractaria a ese tipo de manejos, que solo Aprile supo cómo resolver, en beneficio de díada A donde me lleva la vida - Despedazado por mil partes. Todos esos discazos salieron por sellos que tuvieron en Pelo a su artífice principal, tanto en sus propios Interdisc y Pelo Music como en las multinacionales Polygram/Universal, que tuvo bajo su dirección.

Menos rimbombante -al menos en cuanto a títulos- pero igualmente incansable fue su rol como capitán de la industria musical independiente, al comando de Pelo Music, su propia discográfica, que fundó cuando la cosa corporativa se estaba yendo a pique. Mediante ella motorizó discos de Marilina Bertoldi, Miranda!, Callejeros, Juanse, Fidel Nadal, Pablo Lescano, Javier Calamaro . Tal instancia postrera de su vida -con el período antedicho entremedio- se une cíclicamente a un origen vinculado a la barriada de Piñeyro, localidad de Avellaneda que se besa hacia el sur con el Riachuelo. Allí nació y se crió “Pelo”, cuyo sobrenombre era la continuidad del de su hermano mayor. Y allí esquivó, detonando púas con discos de Manal, Pescado Rabioso, Vox Dei y Pappo's Blues, el destino obrero que le esperaba a varios de sus amigos del barrio.

Su prehistoria musical va vinculada a esos tiempos de novias de flores y primeros cigarrillos cuando, sin su padre fallecido cuando él tenía 7 años, le daba por jugar a ser disc jockey o intercambiar discos de vinilo con sus pares -costumbres sanas si las hay- que luego fueron mutando hacia el comercio. Primero tentando a primigenias huestes rockeras del primer cordón suburbano, a través de un austero puestito de venta de esos mismo discos que escuchaba, frente a la sede de Racing en avenida Mitre. En simultáneo, poniendo música en los bailes que antaño animaba el glorioso club El Porvenir de Gerli.

Luego, cruzando el empetrolado charco negro, en el legendario local de Libertad y Corrientes donde, además de verse las caras con melómanos empedernidos, empezó a codearse además con personajes que le fueron despertando inquietudes comerciales que lo hicieron llegar a una conclusión que lo pinta de cuerpo entero: sin el rock no se puede, pero con el rock solo no alcanza. De hecho, bien supo Aprile de temprano que era imposible “triunfar” en el negocio musical si no le tiraba el ancla a otros géneros. En efecto, incluso soportando que Mercedes Sosa lo trate como un “pelotudo del rock and roll”, tuvo la paciencia de guiarla hacia buen puerto mediante dos discos fundamentales de la “Negra”: Gestos de amor y el compilado Mercedes Sosa, 30 años.

Que su muerte haya compungido a medio mundo habla mucho en este sentido. En rigor, en la larga lista de lamentos virtuales que sucedieron a la noche del martes figuran también los de Pablo Lezcano y el dúo Pimpinela. Al “buena gente”, tal como le definió el líder de Damas Gratis, se le sumó lo de “talento que iluminó a muchos”, de los hermanos Galán. Después, claro, las atribuladas palabras de su gran amigo Daniel Grinbank, otro motor imparable en los circuitos industriales y comerciales del rock hecho en la Argentina durante los últimos cuarenta años, que se refirió a él como “gran tipo”, además de evocar aquellas largas jornadas de asado y whisky. O Alejandro Lerner, que aseguró que se fue el único productor discográfico que quería “descubrir artistas, no inventarlos”. Emmanuel Horvilleur sumó sus salutaciones focalizando en las combustibles relaciones de Rubén “Pelo” Aprile con los músicos. “Los recuerdos que tengo con vos son dignos de un documental... Gracias por apostar en nuestra música y dejarnos convencerte de nuestras locuras”, dijo el Kuryaki, como para que los documentalistas vayan tomando nota.

Mucha reacción provocó entonces su muerte, acaecida el jueves por la noche a causa de la maldita Covid, e impulsada por un bravo ACV que había sufrido tiempo atrás. Allí quedan fotos a priori impensadas como esa en la que posa en medio de Luis Alberto Spinetta y la “Mona” Jiménez. O ese carácter de hacer a mil por hora, que combinaba compulsivas escuchas de discos con oficinas y estudios de grabación, una alquimia que también dio luz a Bares y fondas, el primero de Los Cadillacs, Hotel Calamaro, ópera prima de Andrés, o el mismísimo Slin 3001, compilado de Alejandro Pont Lezica que se convirtió en punta de lanza del sello Interdisc, que Aprile fundó junto a su mujer Irupé, en 1977. Cuando la compañía se metió en problemas durante la hiperinflación, el catálogo pasó de mano en mano, sin que los artistas se beneficiaran por su trabajo, hasta que finalmente recaló en Polygram Argentina bajo la presidencia de Pelo.