Material de Archivo es un viaje por los recuerdos, por la ciudad que ha sido y que las fotografías actualizan. Misterio atractivo el de hacer presente lo que ya no está. Un rasgo que seduce, de manera inevitable, en la muestra virtual que Alejandro Lamas ofrece a través del sitio web del Centro Cultural Roberto Fontanarrosa. “Son todas fotografías vintage, hechas en papel blanco y negro, negativo, con papel copiado en laboratorio bajo el método físico-químico. Decidí trabajarlo como un archivo porque es algo caótico, es un material que me llevé a Madrid, al que traje de vuelta y traté de darle un orden”, explica el fotógrafo a Rosario/12.

-Por eso la cita que se elige de Antonio Ansón, donde dice: “la fotografía nace y se perpetúa irremediablemente unida al recuerdo”.

-De ahí salió la idea para el archivo. Porque la memoria cataloga, fija, clasifica. Estoy pensando siempre en el archivo del Museo de la Memoria de Rosario, que me conmovió cuando lo visité, porque es un ejercicio de reivindicación del pasado, para que aquello no vuelva a suceder nunca más, a través de imágenes contundentes. Yo no puedo hacer un archivo de la memoria, lo mío es un conglomerado de imágenes que se me vienen encima y que trato de ordenar. Pensaba en algo de más cantidad, pero no fue posible hacerlo de manera presencial y lo entendí perfectamente. Así que me propusieron una síntesis para una muestra virtual, de 30 fotos. Es una especie de condensación, y me viene bien, porque me ayuda a pensar para cuando el día de mañana se pueda hacer la muestra mayor.

-En las imágenes aparece una Rosario casi cercana, que ya no está; pero también Buenos Aires y Madrid.

-Cuando miramos la foto vemos un pedazo de papel, pero en realidad también algo que sucedió hace mucho tiempo: la presencia de una ausencia. A mí eso me seduce mucho. Está Buenos Aires porque es la ciudad donde nací, luego vine a Rosario a los 12 años y empecé a hacer mis cosas de fotografía como profesional. Luego mi partida a Madrid y la vuelta a Rosario. Son tres ciudades, pero fundamentalmente Rosario, porque acá es donde despierto a la cámara, al salir, a la adolescencia. Parece como si a través de la foto quisiéramos volver a esa ciudad que ya no es, como un acto tal vez irredento, que no tiene motivo, pero que tiene que ver con la nostalgia y los años vividos. Yo estoy a mediados de los 60, en una etapa de reflexión, en un momento más oscuro, ¡cómo no ser un caballero de la noche! (risas).

Lamas hizo muchas fotos de Cachilo. 

-No lo mencionamos, pero el blanco y negro está implícito.

-A excepción de una foto en color que me permití con el Cine Lumière. Cuando el blanco y negro del Lumière es algo, te diría, atávico, de pronto aparece esta foto, junto a una de Jean François Casanovas, a quien conocí cuando vino en el ’82. Encontré una vieja foto suya y la relacioné con el cine, para darle un poco de color a una cosa tan lóbrega.

-También hay fotos que integran recortes, retazos.

-Sí, trozos pequeños, pruebas de laboratorio que quise rescatar. Quise jugar con ellos, dando pistas sobre un archivo que no es una catalogación exacta, sino que se nutre de pruebas, de errores.

-Y está Alfredo Zitarrosa.

-Esa foto es de un archivo que salió en la revista Risario, del reportaje que le hicieron Miguel Roig, David Leiva y Fontanarrosa. Cuando estaba preparando la exposición, por Encuentro pasaron el documental Ausencia de mí, dedicado a Zitarrosa, y me dije: “esto me viene muy bien”. De pronto apareció (el álbum) Guitarra negra y digo: “Es Zitarrosa y el piringundín donde estaba Rita la Salvaje, y ese Falcon negro estacionado al lado de un hotelucho. Eso es Guitarra negra, algo negrísimo, y de alguna manera fue Zitarrosa quien vino a decírmelo a través del documental (risas).

-Seguida de esa foto de Jorge Riestra y Roig en el bar, con vos reflejado en el espejo.

-Tenía esas cosas de superchería egoica, de estar ahí. Tengo un montón de fotos donde estoy en espejos. Como si dejara una huella en la misma foto, porque el fotógrafo lo único que hacía es registrar la escena, estaba su mirada, su marca, pero no su presencia. Me gustaba formar parte de los reportajes, cuando se hacían de a dos o tres y el fotógrafo participaba. En la cámara minutera también estoy reproducido en fotografías pequeñas. Los minuteros eran unos gitanos que estaban en el Parque Independencia, maravillosos fotógrafos, y quise hacer un homenaje con ellos y estar allí también. Todo forma parte del pasado, todo es muy nostálgico.

-¿Y las fotos de Cachilo?

-En Risario, mucha gente como Manuel Aranda, El Tomi, David Leiva y Jorge Santa María, que eran los editores iniciales, detectaron en Cachilo a una persona que tenía una capacidad poética y artística muy grande. A Manolo Rivadera y a mí nos comisionaron para salir a buscarlo. Cuando Manolo lo veía pasar por la calle me llamaba por teléfono y decía: “¡Lamaaas, está por acá!”. El único que podía hablar con él era Manolo. Cachilo no se comunicaba con todo el mundo, solamente con la persona que se acercaba con respeto y se sabía poner a su nivel. La nota salió en la revista, pero a mí me quedó la mosca en la oreja, porque su presencia me pegó muy fuerte. Cada vez que podía sumaba más fotos. Tengo muchísimo material en la galería de Gilberto Krasniansky, con él afuera, durmiendo en lugares abandonados, entre la gente, haciendo sus grafitis. Cuando (Mario) Piazza hizo su gran película sobre Cachilo (Cachilo, el poeta de los muros, 1999/2000) le di mi material. Cuando Mario estrenó el documental, yo vivía en Madrid, me escribió y me dijo: “Alejandro, tengo que decirte una cosa con respecto al estreno. El establishment rosarino no acepta a Cachilo porque es un croto, un vagabundo". Ahí tomé conciencia de que la jugada de Mario fue muy fuerte, porque puso en primer plano a una persona que la ciudad veía pero a quien no le terminaba de dar el status que tenía. Me pareció que incluirlo es una manera de tenerlo en cuenta, y de rescatar sobre todo sus grafitis, de los cuales tengo muchísimos. Espero que algún día se den a conocer porque son inéditos.