Colón sumó su nombre a la larga y gloriosa lista de campeones del fútbol argentino. Y no hay nada que objetar. Ganó la Copa de la Liga Profesional porque empezó y terminó a toda orquesta. Sumó triunfos en seis de los primeros ocho partidos del torneo. Después sufrió un bajón y logró una victoria en los seis juegos posteriores. Y en las semifinales recobró su esplendor: derrotó 2-0 a Independiente y 3-0 a Racing para anotar su primer título profesional desde que en 1966 alcanzó la máxima categoría. 

Hay un mérito adicional: a la definición en San Juan, faltaron algunos jugadores importantes. Y el técnico Eduardo Domínguez no perdió la cabeza. En la defensa se lesionaron el lateral titular (Erik Meza), el primer central (Paolo Goltz) y su reemplazante natural (Bruno Bianchi), y hubo que cambiar el esquema: se pasó de la línea de cinco a la la línea de cuatro en el fondo y el equipo mantuvo la eficiencia: de hecho no sufrió goles en los dos partidos. Rafael Delgado tampoco pudo jugar ante Racing por acumulación de tarjetas amarillas y lo reemplazó Gonzalo Escobar. O sea: jugó la final con tres defensores suplentes y terminó con el arco en cero.

Tampoco pudo estar Facundo Farías, la joya juvenil de 18 años, aquejado de coronavirus. Pero estuvieron (y en gran nivel) Rodrigo Aliendro, Federico Lértora y Alexis Castro, que armaron una media cancha con mucho fútbol. Y sobre todo, Luis "Pulga" Rodríguez, acaso el rostro de la consagración, goleador del equipo con ocho tantos, autor de algunos de los goles más lindos de un campeonato feo, y símbolo de una manera distendida de entender el juego. Con altibajos lógicos, Colón pudo enfocarse en esta Copa mientras 13 de los 26 conjuntos participantes se desgastaron jugando este torneo y las Copas internacionales. Eduardo Domínguez armó un buen equipo. Supo transmitir una idea y los jugadores se sintieron capaces de interpretarla. En los tiempos que corren en el fútbol argentino, no es un detalle menor. Más bien, todo lo contrario.