“No soy una heroína, ni mucho menos”, dice Gimena Corral. “Viví una situación que podía pasarle a cualquier mujer, como de hecho pasa”, insiste la médica de 37 años que el 7 de julio de 2019 sufrió un ataque machista que le significó meses de encierro y segura de que lo último que quiere es que le cuelguen una medalla por haber sobrevivido a la violencia machista extrema. Su mayor enojo es con el Hospital Provincial, donde en lugar de aplicar los protocolos de atención, dieron por hecho que estaba alcoholizada. La entrevista se hace el 3 de junio, en su departamento de barrio Abasto. Hospitalaria, cuando se le señala la fecha, asiente con una sonrisa. Cuenta que si no hubiera pandemia hubiese marchado, como todos los años. Aunque no se pueda salir a las calles, se dijo #NiUnaMenos. Ella, con más fuerzas que nunca.

Es que su historia tuvo repercusión nacional por el grado de crueldad que le tocó vivir. El 7 de julio de 2019 salió de un bar ubicado en calle Pellegrini 1147 y no recuerda nada de ese momento. Ella cree que la drogaron. Que le pusieron algo en la bebida. Su memoria retorna durante la mañana, cuando se despierta en el Hospital Provincial con el tabique nasal quebrado, traumatismo de cráneo y vértigo severo. Un cuadro que le impidió durante siete meses salir de su casa. Sí, siete meses.

El video de una cámara de seguridad ubicada en Maipú al 2200 muestra que a las 0.35 de ese día un hombre la encontró caminando tambaleante, la recostó en el suelo para besarla y como ella se lo quitó de encima, él la azotó de lleno contra una columna y le pateó la cabeza con rabia, como si fuera una pelota de fútbol. La mujer, de contextura menuda, quedó inmóvil.

Gimena tardó casi un mes en ver ese video y entender lo que le había pasado. “Fue un alivio, porque en el Hospital Provincial me habían tratado como a una borracha. Sentí que tenía la culpa de lo que estaba sufriendo. Pero no”, recuerda. Y se quiebra. La difusión de las imágenes en televisión permitieron encontrar al agresor: un cuidacoches de 35 años que fue juzgado y ahora cumple condena.

Gimena no le guarda rencor. “Tuvo una vida de mierda. Me parece bien que esté preso porque así no va a poder hacérselo a ninguna otra mujer -sentencia-. Pero lo que más me dolió y me duele es el abandono que sufrí en el Hospital Provincial. No me hicieron ningún examen toxicológico, así que no sé con qué me drogaron. Tampoco el examen ginecológico, o sea que a casi dos años de lo que pasó no sé si ese tipo u otro abusó sexualmente de mí o no, ¿entendés?”, pregunta con énfasis. Y es difícil responder ante ese dolor, que es un abismo dentro suyo.

“¡Como puede ser que personas formadas, que conocen los protocolos, dejen tirada a una mujer sin siquiera limpiarle el vómito porque piensan que está alcoholizada!”, se indigna.

A Estela, la madre de Gimena, le informaron en la guardia del Provincial que su hija había llegado con un coma alcohólico, aunque ningún estudio médico lo acreditaba. Se lo dijeron con sorna, con el desprecio con el que cierta gente mira a una chica ebria y la condena doblemente por su condición de mujer. El machismo puede estar enquistado en las instituciones a tal grado que no reaccionen ni siquiera para contener clínicamente a una víctima de violencia de género. Y tampoco pidan disculpas.

Ese mismo día, la médica fue trasladada al Hospital Español donde le diagnosticaron las lesiones. La más grave fue el vértigo, producto de la patada que recibió en la cabeza y que la dejó catorce semanas en plena oscuridad. No podía girar la cabeza, no podía bañarse, ni ir al baño sola, o comer. Perdió su autonomía. Tampoco podía escuchar ruidos porque todo la aturdía. Aunque las sesiones de rehabilitación neurológica iban mejorando su cuadro clínico, las heridas emocionales sangraban.

Cuando en enero de 2020 se hizo público el caso, y se detuvo al agresor, ella siguió sin poder salir de su casa. Permanecía en estado de shock e inmersa en una profunda tristeza. No lograba siquiera caminar tres cuadras sola. “Iba de la mano de Emma, la hija de mi novio Sebastián, y apenas podía mover las piernas. Encima arrancó la pandemia y yo quería estar al lado de mis compañeros. Pero no podía. La psiquiatra no me daba el alta. Eso me provocaba una angustia enorme”, recuerda. El permiso para volver a ejercer tardó en llegar. Pero antes pudo salir de su casa sola por primera vez y sintió que podía enfrentar el mundo hostil que la había paralizado.

No se trataba de que el agresor estuviera preso. “Para ser sincera yo salí, me subí a un auto y manejé sola hasta la casa de Camila, mi amiga de toda la vida, porque ella se estaba muriendo de cáncer”, recuerda ahora con los ojos húmedos. “Cami nunca me había dejado sola durante todo este proceso espantoso. Y ahora ella estaba en la cama, no podía moverse. Yo tenía que estar. ¿Cómo no iba a estar?”, dice. Gracias a eso fue recuperando autonomía.

-¿Se lo pudiste decir?

-Sí, pude. Cami se murió agarrada a mi mano. Pero antes de que la sedaran -interrumpe un relato donde la voz se resquebraja- le dije: gracias, gracias, gracias por darme fuerzas para estar acá. Y nos despedimos.

La sororidad de sus amigas de toda la vida que entendieron, contuvieron y ayudaron a Gimena fue clave. También la de su mamá, sus cinco hermanos, su abuela, su novio, sus suegros… que no la dejaron sola. “Yo siento que fui una privilegiada porque tuve personas que fueron mi sostén emocional durante todo este tiempo y además un trabajo estable como médica. ¿Sabés la cantidad de mujeres que no cuentan con esa posibilidad? ¿Que son violentadas y al otro día tienen que salir a trabajar para poder comer? ¿Qué no tienen dónde ir?”, pregunta con vehemencia y calidez.

Gimena tiene plena conciencia de lo que dice porque desde hace cuatro años es médica clínica en el centro de salud municipal “Las Flores”, ubicado en calle Flor de Nácar al 6900. Atiende a mujeres que han padecido y padecen violencia machista de todo tipo, pero no siempre tienen los recursos necesarios para salir airosas. Apenas sobreviven.

“Hace un tiempo vino una señora a la que el marido le había causado heridas muy graves por las que estuvo internada. Le pregunté como estaba y respondió: bien. Pero cuando se fue me puse a llorar. Y pensé: no sabe la que se le viene…”.

-¿Y qué se le venía?

-La angustia, el dolor, la bronca, el miedo… Eso dura meses, años. Sigue mucho después de que el cuerpo sana.

Ella sabe de lo que habla. Pero pudo. Puede. Luego de dar batalla contra las secuelas físicas y emocionales, el 15 de septiembre de 2020 la doctora Gimena Corral volvió al centro de salud de Las Flores. La recibieron con afecto. “Mis pacientes, que me habían visto en la tele destruida por esta situación, se emocionaron conmigo. También mis compañeros y compañeras. Incluso una chica que antes había pasado por algo parecido me dijo que yo la había acompañado mucho en ese momento. Y la verdad es que recién ahora puedo entender la magnitud de todo lo que ella sufrió”, cuenta.

-¿Sentís que ahora podés atender a las víctimas de violencia de género con más empatía?

-Quizás sí. Pero es mi trabajo atender con empatía. Antes y después de lo que viví. Eso no cambia. Uno no está para juzgar a un paciente, está para atender, escuchar, acompañar. Por eso no puedo concebir que a mí me abandonaran de la forma en que lo hicieron en el Hospital Provincial.

Para Gimena, la demora en volver a la medicina fue durísima. “No poder trabajar cuando sos médica durante una pandemia es durísimo”, asegura. 

Ese 15 de septiembre de 2020 se concentró en los hisopados. La curva de contagios comenzaba a crecer en Rosario y los centros barriales cobraban relevancia para detectar casos a tiempo. “Yo estaba feliz de volver. De estar donde tenía que estar”, dice con una sonrisa.

 

Desde entonces, cada mañana, se levanta a las siete. Desayuna y visita a pacientes que requieren cuidados paliativos, su especialidad, enfermos terminales o con padecimientos neurológicos. Al mediodía llega a Barrio Las Flores y sigue trabajando. Ha recuperado peso y su vida se parece a la de antes. Tiene una fortaleza admirable. Cuando se lo dicen interrumpe con una frase que dirá una y otra vez durante la nota: “No soy una heroína. Soy una sobreviviente. Y pude porque nunca estuve sola”.