La alegría inmensa y extendida de vacunarse, el solo hecho de recibir la notificación para hacerlo, las fotos compartidas y multiplicadas apenas se lo hizo, no existe en los medios.

Ni siquiera se registró en lugar destacado el acuerdo con Rusia para producir la Sputnik en Argentina. Y menos todavía el convenio logrado por la gobernación de Kicillof para allegar diez millones de vacunas Covaxin, para repartir en todo el territorio nacional.

La campaña del anti-todo agobia, pero tiene sus dificultades saber afrontarla.

Hace algunas semanas --y es motivo de comentario en el ambiente periodístico-- el tema central es tan reiterativo, pega tantas vueltas alrededor de sí mismo, ofrece tan pocas variantes, que se hace difícil encontrar noticias o aspectos novedosos.

Es decir: aristas dignas de detenerse en ellas, sin caer en una repetitividad agotadora.

Las vacunas arriban y continuarán haciéndolo masivamente, desde el exterior y porque comenzarán a fabricarse en plantas locales.

Ese dato sustancial provoca desesperación opositora.

Y es desde allí donde partirá, de manera aguda y progresiva, la intentona de mudar el eje, exclusivamente, hacia el dramático estado de la economía. Ese escenario muestra a un Gobierno flojo, muy flojo, respecto del control de la inflación.

Se repite, entonces, la incógnita de qué llegará en primer término a los próximos meses que incluyen elecciones, quizá decisivas para el corto y mediano plazo.

¿La certidumbre de protección vacunatoria? ¿O la bronca por orígenes y secuelas económicas que, si es por la plata en el bolsillo de “la gente”, no parecen estar bien combatidas?

Nadie tiene respuesta segura para ese interrogante que, en un país con la dinámica del argentino, puede variar de un “momento” a otro.

Como mucho, podría afirmarse, relativamente, que si el Gobierno logra sensación protectora contra el virus habrá de imponerse frente a la desmesura del ataque opositor.

Pero, otra vez reiterado, también podría ocurrir que se tome como “normal” estar vacunados.

Que la prioridad absoluta, o largamente distanciada del resto, pase por lo que suceda con los precios de las cosas indispensables.

Que se trate de más piripipí que de acciones concretas, contra quienes forman esos precios de esas cosas.

Que no haya mostranza de liderazgo político, pese a lo mostrenco de una oposición también inconducente en sus internas de egos. Y en sus obviedades.

Sin embargo, si es por la reiteración de esas obviedades, también debieron estar claras cuando ganó Macri y ahora son más confirmatorias aún. Porque se sabe cómo gobernó. Y porque está desnuda su impotencia propositiva como oposición.

El viernes tuvo profuso recorrido en las redes un posteo que habla de la oferta de trabajo Pfizer, consistente en seleccionar personal para visitador médico con el requerimiento de ser diputado, senador, gobernador o político de la oposición con acceso a los medios. Y la promesa de excelentes ingresos, junto con posibilidades de progresar.

El chiste no lo es tanto cuando se toma nota de que la campaña local, en pro de la multinacional farmacéutica líder, debe carecer de antecedentes a nivel mundial.

Santiago Cafiero tuvo el mejor hallazgo de elocuencia descriptiva de toda su gestión al aludir como tales, como visitadores médicos, a quienes simplemente entran en cadena nacional para promocionar la vacuna de Pfizer.

No debe ser tomado en perjuicio o prejuicio contra trabajadores del área, sino, ante todo, como una ironía muy bien construida sobre la opereta descarada de periodistas y figuras opositoras.

Son convenientes algunas aclaraciones.

La deducción instintiva, irrefrenable, es pensar en colegas y dirigentes políticos ensobrados por Pfizer.

No funciona así.

En este medio nos conocemos todos.

La grosería de que se cobra por debajo de la mesa, para favorecer o denostar a tales o cuales personalidades y posicionamientos, no queda registrada.

En los casos periodísticos, individuales y/o corporativos, se factura por la ventanilla de recibir publicidad a través del sostén, y alcance, de la retórica más fanática o más inteligentemente modosita del libre mercado. Las contrariedades que deben afrontar las grandes empresas frente al pérfido populismo. Lo imperioso de que se ponga una barrera contra los agresores de la República. El subrayado del Eje del Mal constituido por rusos, chinos, cubanos, narcochavistas iraníes amparados por La Cámpora. La antítesis del “mundo civilizado” que, de modo invariable, encabezan Estados Unidos, Israel y algunos países europeos.

Tampoco se trata de que la Comandante Pato reciba honorarios directos de La Embajada.

No lo hacen así ni ella ni símiles del extremismo cambiemita, como si hubiera diferencias sustanciales entre ellos y quienes se dibujan como moderados dentro del mismo espacio.

Es mucho más sencillo, o complejamente sencillo, que lo simplote de esas conclusiones emocionales.

Es cómo funciona el sistema de mantener la hegemonía discursivo-ideológica, que en Argentina, felizmente, porta el enorme detalle de estar en disputa.

Tan en disputa que la derecha, notablemente más práctica y experimentada que la izquierda, cae en obscenidades como ésta de la campaña que no banca Pfizer (digamos), sino lo que Pfizer representa.

Destruir al Gobierno. Imputarle haber desprotegido la salud de los argentinos por un mero sentimiento antiyanqui. Inventar en forma alevosa que un director del Fondo Covax, enmarcado en la Organización Mundial de la Salud, habló de tongo en la provisión de vacunas. Mantener ese invento en los portales del día después, cuando el susodicho ya había aclarado sus expresiones. Involucrar en la manipulación estafadora a una ministra de Salud que no para de trabajar, mientras se festeja con displicencia mediática la atorrantada de quien ejerció de Presidente y que a eso de las siete de la tarde, de todos sus vagos días, se dedicaba a Netflix (mejor, como también circuló en las redes: imagínense si se hubiera aplicado a tiempo completo).

Todo eso no se cobra en sobre explícito.

Se cobra en intereses políticos, vendidos como periodismo independiente y vocación republicanista que abultan al sobre por otro lado.

Al menos, como probable o seguramente inútil expresión de deseos y siendo que hoy se celebra el Día del Periodista, cabría aspirar de vuelta, reforzado, cansador, a aquello de que deberían regir ciertos pisos de dignidad profesional.

No hablamos sólo de la honestidad de dejar claro desde dónde se informa y, luego o antes, desde dónde se opina.

Hablamos de --y claro que vale asimismo para unas cuantas exaltaciones de la defensa oficialista, capaces de haber perdido todo pensamiento crítico-- rescatar valores imprescindibles de esta profesión u oficio.

Vaya un recorrido por la negativa.

Seguir vociferando verdades únicas. Panelizar a gritos imperturbables. Hacer preguntas invictamente retóricas. Relatar lo que la patria zocalera ya describe de sobra. No darse siquiera unos momentos para alguna entrevista templada. La mecánica agotadora de interrumpir. Los títulos desmentidos por las bajadas. Las bajadas que reproducen al título sin agregados determinantes. Los errores y horrores gramaticales y sintácticos. Las dificultades crecientes para construir oraciones básicas porque primero está impresionar, a cualquier costo. La falta de chequeo de datos básicos. Querer convertirse en la noticia. Que la noticia sea echar sin más a periodistas que incurran en ese error.

¿No hace falta revisar todo eso?

Disculpas, si cabe, por estos tramos dedicados y reducidos a que, ya que todos bajamos línea (absolutamente todos), al menos lo hagamos con cierta… categoría de responsabilidad.

Por respeto a quienes nos “consumen”, sea, por caso, para propagandizar la vacuna de Pfizer.

O para apuntar a quienes lo hacen desvergonzadamente.