Es gracioso y triste a la vez, cada vez que algún amigo inaugura un periódico, me invitan a escribir, y ese periódico INDEFECTIBLEMENTE QUIEBRA, se funde, o simplemente deja de existir sin razón alguna. Mis notas se pierden en el éter de las páginas que no pueden pagar servidores, lo cual tiene cierta belleza que no me deshonra.

Así que para qué me invitan a escribir si ya saben cómo me pongo.

Sin sonrojarse

Si bien es sabido que últimamente el periodismo ha sido más militante que nunca -así se ha explicitado impúdicamente-, y que los títulos de las noticias rara vez se corresponden con su desarrollo, también debemos tener en cuenta que el lector moderno es un lector fugaz, irreflexivo, volátil. Un lector de títulos. Resulta imprescindible tratar la problemática de este lector sin tiempo, y que constituye, quizás, el principal desafío del comunicador. Escribir en un lenguaje simple para explicar lo complejo y que en pocas líneas se desarrolle un mensaje potente.

Por ejemplo: el 31/01/2018 Daniel Munchnik escribió una nota de opinión, “Arancelar la universidad, ¿sigue siendo un tema tabú?” El título simpático y progresista, moderno, veloz, juvenil, esconde en su desarrollo una horrorosa propuesta: “hay que arancelar la universidad, porque así no va más”. Escribe ejemplos de otros países -de dudoso éxito- sobre la espantosa situación, numérica y fotográfica de la universidad actual, la pérdida de tiempo, lo mal que están los docentes, aunque se quejan si hacen paro, y se ofrecen a trabajar gratis para romper la huelga, etc.

Podemos adherir o rechazar la propuesta, pero lo que me resulta interesante es la manera de presentar el título. La palabra “tabú” significa una prohibición de hablar sobre determinado tema impuesto por determinadas creencias, religiones o condicionamientos socioculturales. Lo que se intenta liberar es un discurso en contra de la universidad pública, sobre ajustar donde más se necesita liberar. La educación como pilar de ascenso social, de integración y de inclusión, deja de estar blindada, y una vez que se enuncia la posibilidad de “arancelar”, el imaginario colectivo hace lo suyo. Las ideas prefijadas en determinados individuos se despiertan, como células cancerígenas y empiezan a reproducirse. El procedimiento, nada casual ni espontáneo, puede ser replicado a los temas más “tabúes” y una vez puesta sobre la mesa la discusión puede llegar a lugares inimaginables.

Asistimos a una prensa encargada de ser el termómetro de experimentos sociales, de ver “hasta dónde se puede tirar la cuerda de la indecencia”. El panelismo debatidor abusa de posiciones radicalizadas que reflotan debates saldados y viven de la controversia, siempre concluyendo “con todo respeto” a la posición del otro equivocado, porque a la Argentina la sacamos adelante entre todos -incluso a los tiros.

Entonces, ¿cómo compatibilizar ideas que requieren una maduración, una explicación pormenorizada, un mínimo de reflexión, en un medio fugaz, una lectura de celular? Un desarrollo que se mezcla con chequear el Facebook, subir una foto al Instagram y resolver la educación pública, gratuita y de calidad. No se puede, pero lo que sí se puede es intentar aclarar, que los títulos son peligrosos, que la velocidad es enemiga del buen puerto, y que muchas mentiras pueden hacer una verdad (al menos por un tiempo determinado).

Temáticas como la pena de muerte, el aborto, los planes sociales, el déficit fiscal, no se resuelven en una sola nota, pero el lector está apurado y necesita seguir con su vida. Queremos resolver rápido, más y mejor, en el menor tiempo y la culpa es siempre del otro.

Entonces no queda, creo, otra opción que visibilizar la discusión del trasfondo. De parar la pelota, levantar la cabeza. Leer la nota completa e invitar a leer la otra nota completa que dice todo lo contrario. Ejercitar la capacidad crítica, sin dejar de tener en cuenta que el lector debe continuar. Será el desafío atacar las células malignas en los títulos rimbombantes “de sentido común” y explicitar lo que en realidad se está haciendo, el terreno que se está preparando, para largar alguna medida que luego perjudique y que, aun perjudicado, nunca haré la autocrítica, porque hay que darle tiempo al tiempo, y mientras tanto se me pasa la muerte. Pero cada diez notas de grandes medios hegemónicos y mayoritarios que todos leemos cotidianamente, una sola que sea reflexiva es insuficiente. Hay que construir espacios y tiempos de reflexión por fuera de la noticia y dentro del lector.

El próximo debate en puerta será la pena de muerte, y las facultades de eliminar a un ciudadano por partes de las fuerzas de seguridad que detentan el monopolio de la coacción. Sí. Así de simple y claro, están las condiciones dadas para que “se comience a hablar” de algo que parecía imposible. También del perdón a los “pobres viejitos genocidas”. El pensamiento conservador no descansa, lo apolítico no existe y se oculta siempre bajo la piel de cordero de un mundo justo, una nación feliz, una vida en paz. Propongo en tal medida, hablar bien claro, las cosas por su nombre, porque los eufemismos, los pensamientos transversales y ocultos no hacen más que confundirnos. Hemos podido comprobar que las ranas se cocinan siempre en el sabroso gradualismo del fuego lento. Salen más ricas, y los comensales de reptiles pueden decir incluso que “la rana no sufrió” o “fue un sacrificio necesario”.

Y como si fuera poco, hay que aclarar constantemente que el derecho a huelga es constitucional, y es el padre, quizás, de la mayor cantidad de derechos patrimoniales de la era moderna. Pero nuevamente parece que el reclamo se ha deslegitimado, en gran parte por quienes representan a los trabajadores en los sindicatos, pero también por una creciente falta de empatía con los otros. La encrucijada está compleja; necesitamos estar mejor pero pidiendo por favor, o postergando vida en aras de un porvenir incierto. Ya sabía Zeus que la esperanza es la mejor manera de dominar a los hombres. La salida se tramitará por el camino de clarificar lo oscuro de manera rápida, efectiva y simplificada.

Pregunto para finalizar: “¿se puede hablar de privatizar la salud pública, o es un tema tabú?” Usted, que ya es un lector crítico deberá estar atento a los próximos sentidos comunes que empezarán a circular sin sonrojarse.