Nunca como ahora los jugadores de fútbol ganaron tanto dinero. Pero también nunca como ahora fueron tan conscientes de su escaso poder para hacerse escuchar. O estuvieron tan encerrados en su propia lógica. Astros como Lionel Messi, Sergio Agüero, Luis Suárez, Edinson Cavani, Neymar y Arturo Vidal, entre otros, no pudieron unificar una postura y por lo menos, pronunciarse en contra de la inminente disputa de la Copa América, ni hablar directamente de boicotearla. Hubo apenas algunas manfiestaciones en contrario de Agüero, Suárez y Cavani a su llegada desde Europa, no mucho más que eso.
Un comunicado conjunto de los capitanes de los diez seleccionados participantes o declaraciones de cada uno de ellos por separado hubieran sumado un elemento de peso a la hora de las definiciones por parte de Conmebol y del gobierno de Jair Bolsonaro. Y habrían acompañado la decisión en principio rupturista del seleccionado brasileño que intentó plantarse y no jugar la Copa en su propio país. La falta de solidaridad de las máximas estrellas y de los planteles ayudó a que todo se resolviera mucho más facilmente. Los jugadores brasileños quedaron aislados y en soledad, terminaron quebrados por la tenaz presión que ejercieron Conmebol, la televisión y los sponsors para disputar un torneo que no debe disputarse.
Algunos dijeron que si Diego Maradona hubiera estado en la Selección, ya sea como futbolista o como técnico, él solo habría parado la Copa. Pero convendría que recordar que nunca pudo hacer algo así durante su extraordinaria carrera como jugador: en el punto más alto de su fama, ni siquiera pudo evitar que el Mundial de México en 1986 se disputara en el tórrido e irrespirable mediodía del Distrito Federal para favorecer la transmisión de los partidos a Europa. Lo dejaron quejarse y protestar. Pero a la hora de la verdad, debió bajar la cabeza y acatar como todos. Para los dirigentes y los ejecutivos del fútbol de antes y de ahora, los jugadores no deben opinar, sólo están para salir a la cancha.
Messi, Agüero, Suárez, Neymar y algunos otros, son amigos entre sí y pueden comunicarse con facilidad. La distancia y las rivalidades circunstanciales no representan un obstáculo para ellos. Sin embargo, asumieron con mansedumbre su rol de estrellas. Y prefirieron guardar imprudente silencio. Acaso resulte ingenuo reclamar solidaridad y sensibilidad en un mundo de individualismo y egos inflamados. Pero los multimillonarios grandes ídolos del fútbol sudamericano desaprovecharon una gran oportunidad de hacerse escuchar o por lo menos dejar en evidencia, la voracidad de los dirigentes de la Conmebol. No pudieron o no quisieron ponerse de acuerdo en parar o condicionar la Copa América de Brasil. Callarse, obedecer y jugar es su negocio. Ganan muy buen dinero por ello.