La violencia no es una; hay muchas formas de ejercerla o padecerla. Sobre esa premisa Florencia Naftulewicz escribió Devil, pieza que llegó a estrenarse en salas y ahora –con nuevo elenco– fue repensada específicamente para el entorno virtual. No es teatro filmado ni una producción audiovisual tradicional, sino un híbrido que surge de la experimentación artística en pandemia. Cinco personajes femeninos atravesados por historias de violencia que las ubican en el papel de víctimas y, a la vez, en victimarias. Devil puede verse todos los sábados a las 21.30 en la plataforma de Alternativa Teatral.
Desde el título –y también en varios fragmentos del texto– se juega con la polisemia: ¿débil o devil? Históricamente las mujeres han sido identificadas como el “sexo débil” y también como “diabólicas”. Debilidad y vileza se conjugan en iguales dosis en los personajes encarnados por Camila Falconi, María Viau, Florencia Tenaglia, Noelia Prieto y Facundo Gabriel Sánchez: mujeres que padecen su belleza, mujeres que se sienten malditas, mujeres que son acusadas de brujas, mujeres violentadas, mujeres que cargan con el peso de la muerte. Devil intenta salir de las etiquetas y los binarismos estancos para explorar la complejidad en los grises de estas criaturas.
“El proceso de Devil está lleno de preguntas y el gran disparador fue: ¿cómo llevar esto a otro lenguaje? No queríamos hacer teatro filmado. En lo personal no me gusta mucho ese registro y hasta me da un poco de bronca porque quiero estar ahí, sentada en la butaca. Es un hecho tan vivo y tan fuerte que filmado… es raro”, señala Naftulewicz en diálogo con Página/12. A partir de esa pregunta por el lenguaje se armó este equipo que cuenta con la dirección de Sergio Albornoz, quien también dirigió la puesta y tiene experiencia tanto en el campo teatral como en el audiovisual. Florencia define Devil como un híbrido fruto de la unión entre distintos mundos y lenguajes.
- ¿Cómo apareció la idea de este título que juega con dos sentidos?
- A mí me parecen muy interesantes los juegos de palabras. Lo que me llamó la atención de esto es la tendencia a encerrar a la mujer en determinados conceptos: sos débil o sos diabla. Entonces empezamos a jugar con eso. A mí me preocupa mucho esa necesidad permanente de titular, de tener que poner a las mujeres en un lugar específico. La obra habla de esto porque son mujeres que generan y, a la vez, recibieron mucha violencia.
-La obra aborda la influencia que ciertas matrices de pensamiento como el catolicismo tienen a la hora de imponer verdades o parámetros éticos. ¿Cómo llegaste a eso y a la figura de la bruja?
-Esto es algo que nos interesa mucho: el poder para decir qué está bien y qué está mal, qué es lo correcto o lo incorrecto. Tenés que entrar en ciertos parámetros porque si no te quedás afuera, sos débil o bruja. Acá se plantea más bien una búsqueda, porque en verdad no sabemos qué somos. En esos personajes hay mucho pasado y mucha historia, entonces la pregunta sería: ¿qué hacemos con esto que nos sucedió?
- La obra abre sentidos en torno a la idea de violencia, y exhibe varias formas de padecerla o ejercerla. Está la violencia física, verbal, psicológica, doméstica, laboral, institucional.
- Sí. Sumo a eso el tema de la belleza y la fealdad. Hay un personaje que dice que le resultó violento ser linda. Eso también es una forma de violencia. ¿Quién dijo que para una mujer debe ser algo positivo? A la hora de escribir me interesa poner en palabras todo aquello que a veces en la vida cotidiana no podemos decir, cosas que aceptamos como obvias pero que quizás no lo son.
- Con respecto a los cánones de belleza, al inicio uno de los personajes dice: “La belleza no es subjetiva”.
- Sí, ese fue el primer monólogo que escribí y me resuena mucho. Hay cierta careteada social alrededor de estos temas, porque prima lo políticamente correcto. Una cosa es lo que se expresa socialmente y otra lo que ocurre puertas adentro. Las historias de estos personajes son tremendas, pasaron cosas muy fuertes pero a la vez ejercen esa violencia en otros. No se reduce a una cuestión de víctimas y victimarios.
El pasaje de la escritura teatral al medio audiovisual no suele ser fácil. A propósito de esto, Naftulewicz explica: “Sergio hizo un trabajo maravilloso porque supo captar a las actrices con un nivel de tensión y verdad que se asemeja mucho al teatro, y creo que eso es lo interesante de esta propuesta. A través de la cámara pudo agarrar la semilla, casi como si la lente fuera el espectador: hay un juego minucioso con los planos y eso evita que sea algo estático. Me parece que desde la dirección él supo tomar muy buenas decisiones para contar las historias de estos personajes”.
Naftulewicz define su trabajo como una “escritura activa” que parte de imaginar los cuerpos en la escena, y afirma: “Yo escribo desde la actriz que soy. No sé cómo se hace de otra forma; sé que hay otra pero creo que no me saldría. Es una escritura activa porque escribo poniendo el cuerpo, actuando, imaginando. Más allá de las palabras, en el escenario hay cuerpos en movimiento, acción y tensión. Yo escribo pensando en eso, de ahí surge todo”. Y a la hora de reflexionar sobre el rol del teatro en el tratamiento de problemáticas como la violencia, expresa: “Para mí es clave poder generar preguntas. Si un hecho artístico puede lograr eso, es increíble. Mostrar ciertos aspectos de la vida que no aceptamos o no queremos aceptar es importantísimo; muchas veces los artistas ponemos en palabras o en el cuerpo eso que está pasando. En un momento, por ejemplo, tuvieron resonancia las obras que abordaban problemáticas familiares; hoy está el tema de las mujeres y me parece espectacular que el teatro pueda hablar de la violencia o preguntarse cuál es el rol de la mujer en la sociedad. Con este texto intenté generar preguntas para las cuales no sé si tengo respuestas”.
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