El librito risueño y sutil que Emmanuel Carrère quería escribir sobre una disciplina física y mental que se originó en la India (y que él practica hace muchos años) se transformó radicalmente por las experiencias que debió afrontar: una profunda depresión, con ideas suicidas, que desembocó en una internación durante cuatro meses en un hospital psiquiátrico, con diagnóstico de trastorno bipolar. Y el divorcio con la periodista Hélène Devynck, quien asestó un duro golpe al corazón de “la novela de lo real” del escritor francés con la prohibición de que ella aparezca en la obra de su exmarido. Ese agujero negro se siente en Yoga (Anagrama), un libro bisagra en la obra de Carrère porque el hombre que renovó la no ficción tuvo que apelar al corsé de la ficción para llenar el vacío de lo que debió borrar. El resultado es una novela que contiene varias novelas desparejas, aunque el texto del escritor francés se vuelve deslumbrante cuando se sumerge en la tempestad, en lo que él mismo llama “historia de mi locura”.
Convertirse en un escritor original, su obsesión juvenil, sigue siendo el principal deseo del autor de Limónov (2012). Los escritores que escriben lo que les pasa por la cabeza son sus preferidos. “Montaigne es nuestro santo patrón porque hace exactamente eso, escribir lo que se le ocurre, con la más absoluta indiferencia por la opinión de la gente”, plantea Carrère y cita en la novela un fragmento de su santo patrón: “Es una empresa espinosa seguir una andadura tan vagabunda como la de nuestro intelecto, penetrar en sus pliegues interiores, escoger y plasmar tantas apariencias insignificantes de sus agitaciones. Hace varios años que soy yo mismo el objeto de mis pensamientos, que solo me estudio y me examino a mí mismo, y si estudio otra cosa es para aplicármela de inmediato...No hay una descripción de igual dificultad y tan útil como la descripción de uno mismo”. En esta cuestión, en describirse a sí mismo, no hay como Carrère. De lejos es el mejor escritor.
El problema en Yoga no es que escribir todo lo que se le ocurre a Carrère “sin desnaturalizarlo” sea como observar la respiración sin modificarla. El principal obstáculo es que el hecho de que no puede mencionar ni incluir a su exesposa como personaje (como lo hizo en otros libros, por ejemplo De vidas ajenas) genera un agujero negro en la novela de lo real. Un agujero que se intenta disimular erráticamente con ficción. Y ahí, cuando apela a la ficción, se notan los límites. En la ficción tropieza con una versión deslucida como escritor. El personaje de Frederica Mojave, que da un taller de escritura creativa en la isla griega de Leros a chicos refugiados, tres afganos y un paquistaní, una profesora jubilada que ahoga en altruismo su desengaño amoroso con un bajista de jazz holandés, destila demasiada obviedad en su construcción. Es como si el escritor francés hubiera intentado mirarse en el espejo sufriente de una mujer a la que no logra observar en profundidad. Se queda solo en una superficie un tanto maniquea. Además, cuando no sabe cómo resolver el asunto de Erica, el personaje decide viajar a Australia para visitar a un hijo que no ve hace como diez años. Entonces la despacha y la saca del escenario de Yoga. El fuerte de Carrère, evidentemente, no es la ficción.
Aun cuando desbarranca con estos injertos de ficción, tiene momentos en los que alza vuelo, como cuando describe cómo toca la joven Martha Argerich la “Polonesa heroica” de Chopin. “Estamos en los 5’15”, quince segundos antes de los 5’30” (…) y he aquí lo que sucede: son las últimas notas de la guirnalda antes de que vuelva el tema, grandioso y festivo, en el lado derecho del teclado, en el lado derecho de la pantalla. El retorno del tema transporta a Martha Argerich, que lo aborda como un surfista la ola. Se abandona totalmente, ya no se mantiene en el encuadre, con una sacudida desplaza la cabeza hacia la izquierda con su mata de pelo negro, desaparece un instante y cuando vuelve dentro del encuadre, después del cimbreo de la cabeza, Martha Argerich sonríe. Y entonces... Esa sonrisa de niña dura muy poco tiempo, esa sonrisa que viene de la infancia y de la música, esa sonrisa de pura alegría. Dura exactamente cinco segundos (…), pero en esos cinco segundos vislumbramos el paraíso. Ella lo ha visto durante cinco segundos, pero son suficientes, y al mirar a Martha Argerich tienes acceso a él. A través de Martha Argerich, pero tienes acceso. Sabes que existe”.
El lugar donde no se miente
La tercera parte de Yoga, titulada “Historia de mi locura”, es donde el propio escritor se pregunta “¿Qué debo callar?”. Hay una sola convicción que tiene Carrère respecto al género de literatura que él practica: “es el lugar donde no se miente”. “Lo que escribo es quizá narcisista y vanidoso, pero no miento –aclara-. No puedo decir de este libro lo que orgullosamente he dicho de otros varios: ‘Todo lo escrito es cierto’. Al escribirlo debo desnaturalizar un poco, trasponer y borrar otro poco, sobre todo borrar, porque puedo decir de mí lo que quiera, incluidas las verdades menos halagüeñas, pero no de otras personas. No me arrogo el derecho y no abrigo en el fondo el deseo de contar una crisis que no es el tema de este relato, y por eso voy a mentir por omisión y a abordar directamente las consecuencias psíquicas y hasta psiquiátricas que esta crisis ha tenido para mí y exclusivamente para mí”.
Después de la advertencia de la mentira por omisión, ese hombre que se define como narcisista, inestable, “lastrado por la obsesión de ser un gran escritor”, examina la locura a través de su internación en el hospital Sainte-Anne. Al principio se sublevó al diagnóstico de la bipolaridad argumentando que es uno de esos conceptos que se ponen de moda y que se aplican a todos y a cualquier cosa. Después al leer sobre el tema y repasar su vida comprendió que estuvo sujeto a alternancias de fases de excitación y depresión. El escritor francés transcribe fragmentos de su historia clínica: “Episodio depresivo caracterizado, con elementos melancólicos e ideas suicidas en el marco de un trastorno bipolar el tipo 2”. En la parte aparentemente “más documental” es donde llega más lejos. Donde se hunde hasta el fondo de la experiencia. El tratamiento empieza con la administración de ketamina dos veces por semana. “Tumbado en la cama, estás consciente, plenamente consciente. Notas el transcurso del tiempo. Oyes al médico y a la enfermera hablar a media voz. Tienes la impresión de que están lejos, muy lejos, abajo, perdidos en el paisaje sobre el que flotas. A la deriva. Lo ves todo. Estás totalmente tranquilo, estás perfectamente bien, te gustaría que esto no acabara nunca”.
El mejor Carrère emerge en el momento en que narra el infierno del tratamiento, con avances y retrocesos. Conmueve, por ejemplo, cuando ante la mala tolerancia a la ketamina, reflexiona lo siguiente: “si soy honesto debo avisar a cualquier mujer que entre en mi vida (…) Debe saber que el hombre maravilloso del que se ha enamorado –porque puedo ser maravilloso, créanme-- corre el riesgo de transformarse, en cuestión de minutos, en un depresivo catatónico o, peor aún, en un enemigo. Si no quiero hacer sufrir, en adelante el amor me está prohibido. Se ha acabado el amor”. Tal vez no es tanto la “renuncia” al amor lo que impacta (algo que él mismo intuye no podrá sostener), sino ese “créanme”, dirigido a sus lectoras y lectores, como último vestigio de lo que podría ser y no es por la bipolaridad.
Llora, Carrère. Dice que se quiere morir y aunque sabe que el trabajo de los médicos no es matarlo él suplica que lo hagan. Entonces recurren a “la artillería pesada”, a lo que en otro tiempo se llamaba electroshock y que hoy se llama TEC, terapia electroconvulsiva. El propio escritor reconoce que la TEC le salvó la vida, pero le ocasionó “trastornos mnésicos crecientes”. Aunque le advierten que es pasajero, Carrère confirma que su memoria, tres años después de la TEC, continúa siendo un campo en ruinas. Por sugerencia de un amigo, comenzó a aprender poemas para reactivar las neuronas. Después de Sainte-Anne, llegó la lectura de poesía: la antología de poesía francesa de Jean-François Revel también le salvó la vida.
La vida de los otros
Cuando se retrata a sí mismo, elige qué narra y que calla. Sería ingenuo creer que lo cuenta todo o que es despiadado consigo mismo por exceso de sinceridad. Mostrar sus propias miserias es parte del personaje que vino construyendo libro tras libro. Pero no es lo mismo cuando escribe sobre los demás. Carrère (París, 9 de diciembre de 1957) publicó dos novelas con ficción El bigote (1986) y Una semana en la nieve (1995), hasta que se cruzó con una historia que cambió su trayectoria como escritor. Se trata de Jean-Claude Romand, el protagonista de uno de sus libros más conocidos, El adversario (2000). A principios de los años 90, Romand asesinó a su mujer y a sus dos hijos, además de sus padres, porque temía que su familia se enterara de su gran engaño: durante veinte años vivió como si fuera un exitoso médico con un alto cargo en la OMS y una acomodada vida de clase media alta en una tranquila ciudad de provincias cercana a la frontera con Suiza. Todo era falso.
Luego publicó Una novela rusa (2007). “Allí me puse al desnudo, muy bien, es cosa mía, pero infligí el mismo tratamiento a dos personas, a mi madre, que temía que yo revelase un secreto de familia, y a mi compañera de entonces, de la que expuse su intimidad afectiva y sexual con el pretexto de que me pertenecía tanto como ella porque estaba inextricablemente mezclada con la mía. Esta doble revelación causó sufrimiento pero no una catástrofe, a Dios gracias. Aun así, traspasé una línea que no debería haber traspasado”, reconoce el escritor en Yoga. “El libro que escribí después, De vidas ajenas, narraba la intimidad de varias personas, pero les hice leer el manuscrito antes de su publicación y ellas lo validaron, de modo que ese libro, que trata de sucesos tristes y hasta terribles, lo escribí con serenidad y es con mucho mi preferido porque me dio la ilusión, compartida por numerosos lectores, de ser un hombre bueno”.
La novela de lo real, como se refiere Carrère a lo que escribe, encontró su frontera en Yoga. La periodista Hélène Devynck fue la pareja del escritor entre 2003 hasta 2018. Durante el proceso de divorcio, que culminó en 2020, Devynck logró que la justicia avalara el pedido de no figurar más en las obras de Carrère sin su consentimiento. El escritor no cumplió. Encontró una manera de incluirla, a través de un fragmento de De vidas ajenas, en el que ella aparece mencionada. Las reglas del juego cambiaron, pero el escritor burló el acuerdo. “¿Es el artista famoso y admirado un ser divinizado que, a diferencia de los mortales ordinarios, no está sujeto a sus propios compromisos?, se pregunta Devynck en una carta que publicó en la revista Vanity Fair, en septiembre de 2020. “Emmanuel y yo estamos atados por un contrato que le obliga a obtener mi consentimiento para utilizarme en su obra. Yo no he consentido el texto tal como ha aparecido --explica la periodista--. Durante los años que vivimos juntos, Emmanuel podía utilizar mis palabras, mis ideas, sumergirse en mis duelos, mis penas, mi sexualidad: estaba enamorado y el trabajo que pedía en sus libros aseguraba que mi persona era representada de una manera que nos convenía a los dos”. En esa carta Devynck agrega: “Por haber dicho ‘si’ en el pasado, ¿ya no podría decir ‘no’? ¿No tendría yo derecho a estar separada y ser hasta la muerte, el objeto de escritura fantaseado de mi exmarido?”.
Carrère se inscribe en “la lamentable y magnífica familia de los nerviosos”, como decía Proust. Para el autor de El Reino (2015), libro en que combina su conversión al cristianismo en un momento de crisis personal con la historia de Pablo el Converso y Lucas el Evangelista, propone que los nerviosos, los melancólicos, los bipolares “somos la sal de la tierra, los que nos pasamos la vida luchando contra eso ‘perros negros’ de los que hablaba Winston Churchill, otro gran depresivo”. La experiencia de lectura de Yoga quizá provoque algo parecido a lo que sucede con la meditación: lo que quieres asir se te escapa en el instante que quieres asirlo. Aun en una versión que no lo favorece (no es su mejor libro), Carrère es de esos escritores que ejercen un influjo centrípeto: cuanto más se desnuda, más insoportablemente vivo está. Perder es la mejor manera de ganar.
Ejercicios de dactilografía
Paul Otchakovsky-Laurens, el editor de Emmanuel Carrère durante treinta y cinco años, murió el 2 de enero de 2018. Yoga es el primer libro que sale por P.O.L, la editorial de Otchakovsky-Laurens, sin que el editor lo haya leído. Carrère recuerda que fue en la Feria del Libro de Guadalajara en 2017, cuando recibió el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, que su editor descubrió que él escribió todos sus libros tecleando “con un dedo”, el índice derecho, sin ayudarse siquiera con el izquierdo o el pulgar para la barra espaciadora. Carrère intenta ahora usar los diez dedos, una práctica que le augura que, si persevera, pronto podrá teclear sin mirar el teclado y luego sin mirar tampoco la pantalla. “Cosas que te parecían imposibles, absoluta y definitivamente fuera de tu alcance, poco a poco se vuelven posibles, casi sin darte cuenta”, confiesa el escritor. Carrère, que pasa seis horas encerrado en su habitación, cuando todo el mundo se baña o se pasea, dice que lo hace no para escribir un libro, sino para teclear: “No escribo: hago ejercicios de dactilografía”.