“¡Me he limitado a destruir lo que quería conservar! ¡De no ser por esas estúpidas lonas de plástico, no habría pasado nada!”, dice una mujer que acaba de quemar todos sus recuerdos y generó un gran incendio, madre de un niño fascinado con la excentricidad materna. “En su empeño por extinguir, por sofocarlo todo a su paso, los bomberos también habían hecho desparecer el fuego de los ojos de mi padre. Cada vez se parecía más al jinete prusiano del cuadro de la entrada: su rostro era joven, pero estaba ligeramente agrietado; su ropa era elegante pero anticuada; podías mirarlo, pero no preguntarle nada; parecía venir de otra época, una que había llegado a su fin, que acababa de terminar”, cuenta el niño de Esperando a Mister Bojangles (Salamandra), primera gran novela del escritor francés Olivier Bourdeaut, que se presentará hoy a las 20 en la sala Alfonsina Storni de la Feria del Libro.
A Bourdeaut (Nantes, 1980), que vive en Altea (Alicante, España), le interesan los mundos que se derrumban. La pareja protagonista, los alegres padres del niño, son como Scott y Zelda Fitzgerald en el París de los años 30, bailando al son de “Mr. Bojangles” en la voz rocosa de la genial Nina Simone. Y le gusta mucho Charles Bukowski, escritor que aparece citado en el epígrafe de la novela: “Hay gente que nunca pierde la cabeza. Qué horrible debe ser su vida…” “No me gusta la grosería, pero el único tipo de grosería que soporto es la de Bukowski. Es cierto lo que dice Bukowski: hay que ser un poco loco en la vida”, plantea el escritor en la entrevista con PáginaI12.
–¿Qué le interesa de los mundos que se pierden?
–Todos conocemos mundos que se desvanecen. Perderlo todo me pasó dos veces en la vida. La primera vez no la pasé tan mal, estaba como aturdido, pero en diez días perdí mi trabajo en una inmobiliaria, mi auto, mi novia, un departamento y mi tarjeta bancaria. En diez días pasé de ser un joven que tiene todos los atributos de una vida lograda a no tener nada. No me resultó desagradable hundirme. Empecé a escribir un libro muy malo, una mierda total, una crónica de mi declive. Tenía 25 años y esa vez me pareció que esa situación me daba una gran libertad; estaba triste, dormía donde encontraba lugar, en casas de amigos, pero creo que pude transformar esa historia en una broma. Es importante transformar los dramas en bromas.
–¿Exorcizó sus pérdidas escribiendo Esperando a Mister Bojangles?
–Sí, pero inconscientemente, porque no lo pensé mientras escribía. Me imagino que todos los escritores apelan a sentimientos que tienen sepultados. Me gusta mucho la vida de Scott Fitzgerald porque llega a una cima y luego va cayendo en picada. Y todo desaparece y se derrumba.
–La extravagancia, la excentricidad, es un gesto aristocratizante del pasado que es raro encontrar en el presente, ¿no?
–Sí, es muy atinado lo que decís. Cuando una persona rica es loca, uno dice que es extravagante. Cuando una persona pobre es loca, se dice que es loca. Si tiene los recursos para vivir su locura es un excéntrico; es una cuestión de estatus social. Cuando uno ve documentales sobre la gente muy rica, si uno pone esas obsesiones en la gente sin dinero a esas personas se la envía inmediatamente a un hospital psiquiátrico. La excentricidad es una locura aceptable.
–En la novela la madre lo amenaza al niño con que si no se porta bien enciende la televisión. “Ver la televisión durante horas era un espanto”, dice el niño. ¿Usted tuvo una infancia sin televisión y leyó mucho de chico?
–Sí, en mi casa la televisión se rompió poco antes de mi nacimiento y mis padres no la reemplazaron. Cuando eres niño y no tienes televisión, tenés la posibilidad de elegir entre el aburrimiento, que es excelente, y la imaginación, ocupar el tiempo uno mismo y tomarse el tiempo de observar. Cuando uno tiene televisión, no observa nada. Es el aburrimiento o la lectura. Nunca será suficiente el agradecimiento hacia mis padres por el hecho de no haber tenido televisión, porque era muy mal alumno en la escuela y creo que si hubiera tenido tele, no estaría enfrente tuyo hoy. Ahora tampoco tengo tele.
–¡Qué extravagancia!
–Ya me voy al hospital psiquiátrico (risas). Como viví mucho en casa de distintas personas, cuando hay una tele encendida yo la miro estupefacto, no hago nada más que mirarla. Así que conozco mis debilidades y prefiero dejarlas fuera de casa. Tan pronto como termine la promoción de esta novela, voy a sacar Internet de casa también. Para escribir el próximo libro le pedí a mi novia que se lleve el módem porque no consigo concentrarme.
–¿Escribió “Esperando a Mister Bojangles” contra la idea de “normalidad”?
–No hay normalidad. Después de escribir la novela me di cuenta de que escribí contra la normalidad porque aprendo mucho escuchando a mis lectores. Yo era disléxico, zurdo y tenía problemas de audición. Entonces en la escuela, desde el comienzo, no oía nada, hacía todo al revés, todos mis cuadernos estaban sucios y pasé catorce años marginado. Nunca estuve entre las personas que entienden y hacen las cosas bien. Tengo un recuerdo preciso del día que decidí abandonar intentar ser como los otros. Fue durante una clase de biología. Nos pasaban una película sobre la reproducción de los erizos del mar. “No quiero aprender cosas que no me interesan, hasta acá llegué. No quiero fingir más”. Soy perezoso, vago y selectivo. No soy normal.