El suboficial mayor retirado de la Policía de la Provincia Jorge Milagro Homes fue detenido ayer por oden de la justicia federal de Salta, que lo investiga por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico militar.
La detención, ordenada el pasado 3 de junio, se concretó en horas del mediodía y Homes fue trasladado al Complejo Penitenciario NOA III del Servicio Penitenciario Federal, ubicado en la ciudad de General Güemes, donde esperará la realización del juicio oral.
Sobre Homes pesa un procesamiento firme por el delito de "privación Ilegítima de la aibertad
Agravada por violencia y por su duración de más un mes,
tratándose de un funcionario público actuando en abuso de sus
funciones en calidad de coautor" en perjuicio de los militantes peronistas Ricardo Enrique Tártalos y Carlos Ariel Díaz.
La jueza subrogante a cargo del Juzgado Federal 2 de Salta, Mariela Giménez, evaluó que el policía retirado debe estar en prisión preventiva porque "en caso de dictarse una condena (...) no procederá el cumplimiento condicional de la pena privativa de libertad que eventualmente se le impusiera, sino su ejecución efectiva".
Señaló que Homes se retiró con el grado de suboficial mayor en la Brigada de Investigaciones, lo que quiere decir que "ocupó entonces una posición institucional de alto rango dentro de la fuerza policial, por lo que resulta probable la influencia que el nombrado puede ostentar en las estructuras de seguridad hoy vigentes, a las cuales perteneció y tuvo bajo su mando, teniendo particularmente en cuenta el grado alcanzado". Y dado que "se valió de la estructura estatal a los fines de la comisión de crímenes que por su entidad son considerados de lesa humanidad, resulta factible y probable que ante la magnitud de la posible condena a recaer (...) opte por evadir la acción de la justicia".
En la misma resolución, el Juzgado Federal N° 2 de Salta ordenó la detención del comisario represor Joaquín Guil, aunque en su caso "bajo la modalidad de prisión domiciliaria", que cumplirá en su casa de la turística Villa San Lorenzo, donde ya viene alojado, con preventivas y condenas por otros actos de terrorismo de Estado. Y ordenó la detención de Carlos Feliciano "Perro" Estrada, también "bajo la modalidad de prisión domiciliaria", que en este caso cumplirá en la ciudad de Salta.
Ambos ex jefes policiales están acusados por la privación ilegítima de la libertad agravada en concurso real con el delito de imposición de tormentos en perjuicio de Tártalos.
Además de la detención y torturas a Ricardo Tártalos y a su sobrino Carlos Díaz, en esta causa se investigan delitos cometidos en perjuicio de Lauro Lucas "El Pibe" Román, su esposa Irma Ester Ramos y su hija Natalia Alejandra Román. Las dos familias tienen en común su adhesión al PJ y su militancia en la línea del ex gobernador Miguel Ragone, secuestrado y desaparecido el 11 de marzo de 1976.
Cuando Ricardo Tártalos fue detenido por primera vez, en 1976, su Ernesto Melitón Cortes Tártalos, llevaba ya años de detención, desde el 11 de noviembre de 1974. Había sido secretario de Gobierno en la gestión de Ragone. El Pibe Román había sido director de Municpalidades de ese mismo gobierno.
Los tres policías acusados eran parte de la conocida como "banda de los comisarios", feroces represores que venían persiguiendo a militantes del peronismo y la izquierda desde la década del 60 y que tenían un enfrentamiento encarnizado con la gestión de Ragone, porque se había atrevido a investigarlos por las denuncias de vejámenes y torturas que pesaban contra ellos.
La orden de detención de los policías acusados se dictó luego de una resolución de la Cámara Federal de Apelaciones de Salta, que confirmó parcialmente el procesamiento de Guil y de Estrada.
Para mantener la condición de arresto domiliario de Guil, la jueza recordó que tiene 84 años de edad, y en el caso de Estrada, cumplió 77, por lo que “reúnen las condiciones exigidas por la ley para acceder al beneficio de la prisión domiciliaria”.
Un desmayo de días
Ricardo Tártalos fue detenido dos veces. La primera vez, poco después del golpe de Estado en 1976, por un grupo de civil de la Policía de Salta entre los que se encontraban viejos conocidos de la represón estatal: el comisario “Sapo” Toranzos, “Perro” Estrada, Oscar Arnaldo “Tatata” Guantay, Misael Sánchez, “Pirincho” Leal, “Oveja” Sona, entre otros.
Fue llevado a la Central de Policía, donde lo metieron en una habitación vendado, encapuchado y esposado con las manos hacia atrás. Lo golpearon con puños y patadas y luego le aplicaron picana. Cuando se detenía la tortura ingresaba Misael Sánchez, a quien pudo porque por los espasmos provocados por la tortura se le aflojaban las vendas de los ojos.
Esa vez Tártalos solo pudo librarse de la tortura con un desmayo, del que despertó recién dos o tres días después, en un calabozo con otros detenidos. Tras días de interrogatorios y maltratos, recuperó su libertad y se fue de la provincia.
Regresó en julio de 1981, con su sobrino Carlos Ariel Díaz. Los dos fueron detenidos en el cruce de las calles Zabala y Córdoba. Otra vez los represores de la Policía provincial: el Perro Estrada y a Jorge Milagro “Cachabacha” Homes, quienes recibían órdenes de Tatata Guantay.
Los trasladaron a la Brigada de Investigaciones, que entonces estaba sobre la calle Lerma frente a la cancha de Juventud Antoniana, donde por los dichos de testigos, funciono un centro clandestino de detención y torturas. Ahí vieron a un comisario Giménez, a los oficiales Arturo Madrigal y “Pirincho” Leal.
Por las noches lo sacaban de la celda y lo llevaban a una oficina donde le ordenaban que hiciera flexiones de piernas y cada vez que se detenía era golpeado. Eso se repitió por tres noches y le provocaban gran dolor. Ambos fueron llevados varias veces, de noche, vendados y encapuchados, a la División Caballería, en el barrio 20 de Junio.
Tío y sobrino estuvieron detenidos entre 40 y 45 días y fueron liberados por gestiones de un hermano de Ricardo, Miguel Tártalos.
"La próxima no te salvás"
Una madrugada de 1977 la casa del Pibe Lauro Román fue invadida por una quincena de hombres encapuchados, vestidos de verde y con borceguíes, que portaban armas largas y linternas. La patota se condujo con violencia extrema. Una nena de 3 años, la hijita más pequeña de Román y de Irma Ester Ramos, fue arrojada dormida sobre un sofá, toda la casa fue puesta patas arriba al grito de "¿Dónde está el gordo Aníbal Puggioni?". Otra nena y un niño mayores fueron puestos contra la pared, desde donde presenciaron como los hombres arrastraban de los pelos a su padre, en ropa interior, y se lo llevaban en automóviles Ford Falcon oscuros.
En su desesperación Irma atinó a subir a sus hijes a la camioneta de la familia y seguir a los secuestradores. Un camión del Ejército se les cruzó y sus ocupantes le ordenaron regresar, bajo la amenaza de muerte.
Y al otro día, a eso de las 11, una patota de la Policía Federal al mando del subcomisario Hugo Antonio Spinelli irrumpió otra vez en la casa familiar en busca de armas. Llegado con gran aspamento, en autos y camiones, el grupo se dedicó durante tres horas a destruir la casa: rompieron los pisos, realizaron excavaciones, revolvieron todo, insultaron y golpearon a Irma, y todo lo que se podía levantar, fue robado. Irma y les niñes solo se quedaron con las camas, porque eran de hierro, pesadas, y una mesa. También fue destruída la farmacia de Román y sus productos robados o rotos.
En el grupo también estaba un viejo conocido de la represión: el comisario de la Policía provincial Mario Reinaldo Pachao, a quien la familia identificó con facilidad porque era vecino del barrio Ciudad del Milagro.
Finalmente Irma fue llevada detenida a la Policía Federal junto a su hijita Natalia. La interrogaron y la hostigaron, hasta que a la noche les permitieron irse. Fue a ver al dirigente justicialista Abraham Rallé, quien la acompañó a ver al obispo Carlos Mariano Pérez, quien a su vez fue a la Delegación de la Federal y constató que Román estaba detenido ahí. Incluso pudo verlo y salió pidiendo un médico porque lo encontró en muy mal estado de salud. Como prueba, llevaba el calzoncillo corto y el pijama con el que habían sacado de su casa a El Pibe, la ropa estaba rota y ensangrentada.
Irma inició entonces una vigilia frente a la Delegación, en un intento por evitar que su marido fuera trasladado, porque le habían advertido que probablemente ese "traslado" fuera para desaparecerlo. Cada día, en compañía de su hijita, se paraba en la Delegación. Un policía le contaba noticias de Román. Treinta días después, El Pibe fue liberado: Irma lo fue a buscar con el obispo, tres policías lo sacaron a la luz: “Dejá el peronismo, porque te salvaste ahora, pero la próxima no te salvás”, le dijeron.
El cuerpo de Román estaba lacerado por la tortura. En la Federal lo tuvieron durante cinco días completamente desnudo, en la noche lo llevaban al fondo y lo sometían a la picana eléctrica y luego lo arrojaban en una pileta de agua fría. También estuvo detenido en el Ejército y en Gendarmería.
Como les pasó a otros detenides por el terrorismo de Estado, una vez fuera de la Federal él y su familia eran seguidos todo el tiempo por policías de civil, entre ellos pudo reconocer a uno de los que lo sacaron de la Federal cuando lo liberaron, porque tenía una cicatriz en la cara.