Hace más de cincuenta años, un grupo de mujeres de Chicago eligió el nombre “Jane” para llevar adelante un servicio de aborto clandestino. Sucedió entre 1969 y 1973 en esa ciudad de Estados Unidos. Ninguna de ellas contaba con formación médica, aun así, desarrollaron las estrategias necesarias para implementar el procedimiento. Lucharon por el aborto libre desde una práctica feminista mientras el aborto era ilegal en Estados Unidos. A partir de su legalización en 1973, el grupo se disolvió. Fueron 100 activistas que en cuatro años realizaron 11.000 abortos.
En un comienzo, a través de este servicio clandestino de aborto, las mujeres que conformaban Jane hacían el contacto entre quienes querían abortar y el médico que realizaba los abortos. A partir de una llamada telefónica, que era atendida por una activista cuyo nombre ficticio siempre era Jane, se iniciaba la búsqueda para llevarlo a cabo en la clandestinidad, pero en condiciones cuidadas. Los abortos se realizaban en hoteles, con medidas de seguridad y manteniendo el anonimato. El pago se realizaba al médico y, si las mujeres que abortaban no podían reunir todo el dinero, se le pedía un descuento. Las integrantes de Jane comenzaron a asistir técnicamente al médico durante la intervención y pudieron familiarizaron con el procedimiento de dilatación y curetaje (DyC). Lo curioso fue que descubrieron que en realidad el médico no era un profesional con título. Eso las animó a prescindir de él y a realizar ellas mismas las intervenciones.
Así, se convirtieron en las proveedoras del servicio de aborto a cualquier mujer, en cualquier instancia del embarazo y aun cuando no pudieran pagar. Ofrecían sus propias casas o alquilaban departamentos y les contaban a las mujeres lo que sentirían durante el procedimiento. De esta manera, el precio promedio de un aborto se redujo de 400 dólares (monto que se le pagaba al médico) a menos de 100. “Aprender el procedimiento nosotras mismas fue el último paso esencial para tener un servicio que pudiera ser controlado y administrado por mujeres”, se lee en el trabajo de Raquel Drovetta “A 50 años del servicio de aborto feminista de Jane en Chicago”.
Raquel Drovetta es socióloga y vive en Córdoba. En 2012 comenzó a investigar sobre aborto con medicamentos como parte de su proyecto posdoctoral de CONICET. Cuenta: “En 2014 leí a Mabel Bellucci referirse a Jane, ella lo incluye en su libro Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Estábamos en contacto y, casi al unísono, Mabel y yo accedemos a copias del libro de Laura Kaplan (quien integró Jane desde sus inicios y hasta su disolución) publicado en inglés, en 1995, donde relata la experiencia”. Aún hoy, después de casi cincuenta años de esta experiencia, es escaso el material traducido al español. Jane ha sido una experiencia que despertó mucho interés entre las integrantes de Socorristas en Red, así que algunas de ellas voluntariamente tradujeron algunos capítulos para poder compartir ese conocimiento. Para su proyecto, Raquel trabajó con archivos y rastreó organizaciones que, como Jane, habían ofrecido el servicio de aborto entre feministas.
Ruth Zurbriggen, referenta de Socorristas en Red (SenRed), conoció a dos activistas de Jane en dos viajes diferentes que realizó a Chicago. Primero a Laura Kaplan, en abril de 2015 y en 2019, a Eileen Smith. “La primera vez fui invitada por Cora Fernández, investigadora argentina, a unas jornadas nacionales sobre justicia reproductiva, para hablar acerca de SenRed e intercambiar con experiencias activistas muy ligadas a espacios universitarios.” Como parte de las jornadas compartió un panel con Laura Kaplan y con Roxy Cruz, de Las Libres de México. En 2019, Ruth conoció a Eileen, que -entre muchas otras cosas- le contó que ingresó a Jane luego de haber sido acompañada en su aborto. “Escuchar ese relato no hizo más que confirmarme que hay una memoria corporal y subjetiva allí, que nos junta, nos sostiene, nos expande. Nos contó detalles pequeños que se vuelven inmensos, como que les gustaba arreglarse para recibir a quienes acudían a ellas. Contó que ella, luego de su aborto estaba mareada y para volver a su casa debía tomar un colectivo que haría un trayecto de una hora aproximadamente. Antes de irse, le ofrecieron un té y un huevo. Contó que a los dos días la llamaron a su casa para ver cómo estaba. Eileen hablaba de esos gestos como gestos de gran responsabilidad que la habían impactado mucho. Tanto que quiso ser parte de Jane”, cuenta Ruth. Y agrega: “Ambas, Laura y Eileen, cada una a su manera, me dijeron que las personas en las que más confiaban en este mundo eran compañeras de Jane. Que sabían que se tenían. Que varias habían forjado una amistad profunda e inquebrantable”.
¿Cuál fue la particularidad que más te llamó la atención?
Raquel: --La característica sobresaliente es que la atención en Jane estaba enmarcada dentro de una práctica feminista que implicaba una especial dedicación a escuchar a las mujeres y sus necesidades, acompañarlas durante el aborto y después de la intervención. Sin duda, me sorprendió saber que pudieron trabajar durante cuatro años en la clandestinidad. Ellas publicitaban el número telefónico de la línea, alquilaban departamentos o los pedían prestados, alternaban los espacios de trabajo, obtenían los insumos, entre otras cosas. Esto significaba una logística que debía ser planeada cuidadosamente. Con el tiempo comprendí que posiblemente en ese contexto había una suerte de acuerdo tácito entre la sociedad local con el funcionamiento del servicio. Parte de la hipocresía que aún perdura en muchos países, donde el aborto se “tolera” porque es una necesidad, pero se niega el derecho a las mujeres con menos recursos a acceder a abortos seguros.
Después de 50 años de esta experiencia, ¿cómo crees que resuena esta praxis feminista en tantos países latinoamericanos donde aún el aborto está criminalizado?
Raquel: --La reproducción de la historia de las prácticas del grupo Jane, ofician como referencia y tienen un sentido inspiracional para las nuevas generaciones, aunque no son suficientemente conocidas en Latinoamérica y el Caribe. La práctica del grupo de Chicago fue resignificada, por ejemplo, cuando a partir de la década del ´80, en nuestra región se montan nuevas estrategias como el uso y apropiación de la tecnología médica que implica el misoprostol, utilizado bajo un cuidado feminista. Considero que esta es la innovación sobre la práctica de las organizaciones de inicios de los 70, que potencian las luchas en los países donde este tema es una cuestión pendiente.
¿Qué ecos dejó Jane?
Ruth: --Los ecos de las redes feministas, un archivo afectivo vinculado al placer de acompañar abortos, la certeza de que a lo largo de la historia lo hemos hecho, en contextos singulares, siempre atreviéndonos a desafiar mandatos y sujeciones.
Raquel: En los Estado Unidos este grupo se disuelve en 1973, luego de la legalización del aborto en ese país. Sin embargo, las militantes se han mantenido alertas. Cuando los grupos neoconservadores buscan socavar los avances logrados en el ámbito de los derechos sexuales, reproductivos y no reproductivos, ellas se hacen visibles para mantener en alto el reclamo. Conocer la historia de Jane no sólo permite advertir sobre una experiencia exitosa en un contexto de restricciones legales para el aborto, como actualmente ocurre en gran parte de Latinoamérica y el Caribe. Al mismo tiempo nos posibilita observar la autonomía con la que fueron creciendo otras organizaciones como Socorristas en Red y la puesta en práctica de estrategias de acompañamiento similares. La particularidad es la existencia de un trasfondo de solidaridad como una práctica feminista común. Las experiencias desplegadas en el pasado, se desarrollaron e incrementaron con el ejercicio y los aprendizajes, con la militancia y con las reflexiones que permitieron imaginar nuevas experiencias. Es bajo estas bases que iniciativas como la Red Compañera, hacen extensivos el conocimiento y las prácticas del aborto seguro y feminista para toda la región.
¿Y de qué modos inspira a Socorristas en Red?
Ruth: Inspira porque nos ayuda a huir de ciertas prácticas políticas que miden su importancia por el grado de abstracción de sus actos o por gestos que arriesgan poco y nada. Nos ayudan a amarrarnos a prácticas colectivas comunitarias de cuidados múltiples. Y porque nos hacen sentirnos parte de esa genealogía ancha, robusta, diversa, estremecedora y compleja en la que nos sentimos imbricadas y que queremos seguir armando y ensanchando en todo el sur global.