Cada 8 de junio se celebra en el mundo el Día Mundial de los Océanos, por disposición de la ONU. La fecha permite alertar sobre los riesgos de la contaminación en los mares. Elementos de plástico, como botellas, bolsas, films, envases y empaques de plástico forman parte del paisaje habitual de las playas.
“El plástico es muy usado ya que es barato, liviano y fácil de producir. Pero, por otro lado, es muy resistente: una bolsa puede demorar hasta 600 años y una botella 1000 en degradarse”, explica Ignacio Chiesa, investigador del Conicet en el Centro Austral de Investigaciones. La consecuencia es la toxicidad de los microplásticos
Por su parte, Analía Fernanda Pérez, investigadora adjunta del Conicet en la Universidad Maimónides, remarca que “actualmente, sólo el 9 por ciento del plástico que se produce es reciclado. La ONU ha indicado que de mantenerse esta tendencia y no tomarse medidas al respecto, para el año 2050 existirán cerca de 12 mil millones de toneladas de desechos plásticos repartidos en vertederos y en los océanos, es decir, habrá más plástico que peces en los mares”.
Se calcula que hasta el 10 por ciento de los plásticos producidos terminan en los océanos, donde pueden persistir y acumularse. La ONU busca poner de relieve cada 8 de junio "el problema de la contaminación por plástico” y asegura que “actualmente, 13 millones de toneladas de plástico se filtran en el océano cada año, lo que provoca, entre otros daños, la muerte de 100 mil especies marinas”.
La contaminación por plástico en los ambientes acuáticos es particularmente compleja debido a la forma en que se degradan. Los residuos plásticos visibles y palpables, que flotan y se sumergen, generan problemas evidentes a los animales que los ingieren (peces, ballenas, tortugas y lobos marinos) o quedan atrapados entre redes o sunchos; además, se degradan progresivamente y desprenden pequeñas partículas conocidas como microplásticos, que miden menos de 5 milímetros.
“La presencia de pequeños fragmentos plásticos en los océanos se señaló por primera vez en los años setenta", señala Chiesa. "Estos pueden formarse a partir de la descomposición de macroplásticos debido al efecto de la radiación solar, la oxidación (esto es, la interacción con el oxígeno) y las fuerzas mecánicas (como olas, viento y otras). También pueden ser incorporados directamente en el agua, como es el caso de las fibras sintéticas textiles, productos cosméticos, y el desgaste de neumáticos, entre otros”.
La existencia de los microplásticos se conoce desde hace décadas, pero recién en los últimos diez años se los comenzó a investigar profundamente. De esta manera se observó que estos contaminantes están presentes en todos los mares del mundo y pueden causar daño a las especies y comunidades que viven en esos ecosistemas.
Según Pérez, “debido a su pequeño tamaño los microplásticos están disponibles y pueden ser consumidos por los organismos en la base de la cadena trófica, es decir los que están al comienzo de la cadena alimenticia”.
Chiesa precisa que "como toda partícula muy pequeña, tienen una gran superficie exterior en relación a su volumen". A esto se suma que "pueden absorber metales pesados y dejar biodisponibles plastificantes y aditivos tóxicos utilizados durante su fabricación. Por lo tanto, la ingesta de estas partículas podría introducir toxinas en la base de la cadena alimentaria y así acumularse en los organismos a lo largo del tiempo (proceso conocido como bioacumulación) y también transferirse a niveles superiores, es decir a sus predadores”.