En su regreso a las canchas tras siete meses, la Selección Argentina estrenó casaca. Sobre el indiscutible template de bastones celestes y blancos, Adidas quiso innovar con motivos tipo camouflage. Pinturas de guerra. En su momento, las redes discutieron el rediseño. A quién le importa, ¿no? Lo cierto es que esta reciente manga de dos partidos por las Eliminatorias para el Mundial de Qatar 2022 dejaron aromas de batallas en un momento delicado.
Luchas cerradas, ataques fallidos y algunos claros en el repliegue. ¿Se juega como se combate? Hubo más olor a pólvora que gusto a fútbol: ¡un arquero terminó yéndose en ambulancia!. Es el saldo que deja el empate sobre la hora bajo la lluvia pesada de Barranquilla. Argentina tiene buen equipo, nombres rutilantes y apuestas interesantes. Pero no puede bancar un resultado. Se queda sin nafta. Y termina desteñida. Como una remera camuflada.
En la era Passarella, la primera sin Diego en la selección, cuando los resultados eran adversos bajaba desde las tribunas del Monumental un tronido de una sola palabra: "Maradóoo… Maradóoo". Se había usado por única vez tres años antes, en el 0-5 contra Colombia. Había ahí todo un metamensaje. Estos dos partidos, estos dos empates, fueron la inauguración de una nueva época: la posmaradoniana. Un nuevo universo de códigos que entrará en convivencia con otros.
Como el proclamado "recambio" tras los papelones en el Mundial de Rusia y los Juegos Olímpicos de Río. Papelones de todo tipo: desde deportivos hasta administrativos. O la inesperada pandemia y sus consecuencias en el calendario. Con presencias, y aún con ausencias, era impensada la selección sin Diego en algún lugar terrenal. Hasta esta última semana.
De estatuas y camisetas
El último partido de la Selección había sido el martes 17 de noviembre de 2020. Un buen triunfo ante Perú, en Lima. Jugaron Messi, Lautaro, Di María, Alario y hasta el Papu Gómez, al igual que en el 1-1 contra Paraguay, unos días antes. Pero los goles los trajo Nicolás González desde Stuttgart, donde juega desde 2018, tras dos temporadas en la primera de Argentinos Juniors. El delantero de 22 años marcó el empate ante Paraguay y el primero del 2-0 contra Perú. Entre partidos anodinos y apellidos conocidos, su nombre emergió como la primera lanza del proclamado recambio generacional.
Así se cerraban el ala 2020 de las Eliminatorias: cuatro fechas jugadas y Argentina en segunda posición. Buena performance para tomar aire por unos meses y encarar una manga áspera: Uruguay en Buenos Aires y Brasil en Recife, en un estadio que se hizo para el Mundial 2014, pero que su selección jamás usó. La Conmebol estableció marzo como mes de regreso, e incluso dejó abierta la posibilidad de hacerlo con público "según las condiciones sanitarias". Pero una segunda ola de Covid hizo volar los papeles. Y esa intensa doble fecha quedó flotando en el aire: el fixture la pasó por alto y las Eliminatorias se reanudaron con las jornadas siguientes.
Finalmente, volvieron en junio. La Selección viajó la semana pasada hasta Santiago para jugar contra Chile. Santiago del Estero, no de Chile. El estadio "Madre de Ciudades", pensado para hostear la cancelada Copa América en Argentina, cobijó el primer partido de la Selección después de la muerte de Maradona. Diego murió siete días después de aquel último partido contra Perú, pero pasaron siete meses hasta el siguiente. Mucho tiempo. Un abismo. ¿El olvido? Difícil.
Antes del partido, como homenaje, en el acceso al estadio esperaba una estatua de cinco metros de alto y dos toneladas de peso, tapada con una enorme bandera argentina. El micro paró a pocos metros, los jugadores bajaron en jogging y comenzó la inauguración. En un momento, Chiqui Tapia llama a Messi para una foto con Gerardo Zamora, gobernador santiagueño. La idea era que los tres agarraran una camiseta albiceleste, y así salieron las primeras fotos. Pero al final, en una maniobra veloz, Tapia la da vuelta. Tiene un 10 en su espalda. Y un apellido. Messi saca los ojos de las cámaras para siempre y se detiene mirando abajo. ¿Será la 10 de Maradona? ¿Quizás la de Lío mismo? No: es la 10 de Zamora.
El evento duró dos minutos y los jugadores volvieron al micro. Messi, que nunca se había sacado la mano de los bolsillos más que para agarrar la camiseta, gira sobre sí y queda torneado frente a la estatua, sin flashes ni protocolos. Parece con ganas de parar ahí un ratito, como concediéndose un momento, como tratando de detener el tiempo. ¡Qué difícil es ser Messi, viejo!. Chiqui Tapia lo ve, lo intercepta y busca un abrazo. Nos perdimos una épica postal para siempre. Messi llegará a Qatar con 34 años. Salvo que se anime a jugar el de 2026 bordeando los 40, el próximo podría ser su último Mundial como futbolista. Cuarenta minutos después, Messi y todos sus compañeros ya estarán en la cancha, cantando el himno, o no.
Los chicos están (más o menos) bien
Uno se entusiasma con Lautaro Martínez y con De Paul; Ocampos tiene interesantes intervenciones. A Di María se lo resiste, pero sin el bulliyng violento que padeció Higuaín. Como si, pese a todo, siempre se le jugara una última ficha. Paredes siempre en veremos, jugando forzosamente en una posición que no es la suya. ¿Pero a quién poner en su lugar? Momentos de Ángel Correa. Y Messi, claro, dirigiendo la orquesta.
El partido contra Chile fue aburrido. En un choque de proyectos a futuro, los goles los marcó la historia, pero casi sin magia, en movimientos entrenados y mecanizados: Messi de penal, Alexis Sánchez tras una jugada de pelota parada. Ambos intentaron por otras vías; a Messi le sacaron del ángulo, o estrelló contra él, seis tiros libres en dos partidos, una bestialidad. Pero el choque no dejó mucho más. Solo la seguridad de Emiliano Martínez en un arco poco exigido y la aparición del Cuti Romero. Dos debuts cebadores.
El arquero marplatense tiene 28 años y una larga carrera en la liga inglesa, donde acaba de ser elegido el mejor en su puesto por la reciente temporada. Y un proyecto demorado en la Selección: pasaron una docena de goleros desde que llamó la atención en el Sudamericano sub17 de 2009, invicto con Argentina pero subcampeón sólo porque perdió por penales ante Brasil.
Algo similar ocurre con el zaguero cordobés de 23 años. Solo lo distingue tener menor edad. Por ende, menos experiencia en la liga europea que milita, la italiana. Sin embargo, también fue elegido el mejor en su puesto al cabo del torneo pasado. Y tuvo su experiencia resonante en las juveniles, cuando fue capitán de la Sub20 en 2017.
Entre testazos y desgracias
Cinco días después del empate con Chile, Argentina viaja a Barranquilla para enfrentar a Colombia. Brasil se corta solo como puntero, pero los otros resultados acompañan y el segundo puesto no peligra. Di María tuvo un partido errático contra Chile y rezongó cuando fue sustituido. Scaloni observó la secuencia completa y volvió a apostar por Nicolás González, aunque en una ubicación más retrasada que la que ocupa en la Bundesliga. Así y todo, tuvo dos jugadas claras de gol dentro del área. Y el DT también renovó la confianza en el Cuti Romero, quien a los dos minutos de su segundo partido en la Selección marcó un gol con la testa, tal como lo venía haciendo en el Atalanta.
Como una tromba, Argentina parecía meterse el partido en el bolsillo a los 8 minutos: fue la primera vez en la historia de las Eliminatorias que un equipo visitante se puso 2-0 en tan poco tiempo de juego. Pero cuando la Selección mejor dominaba el asunto, una desgracia pateó el tablero y volvió todo angustiante: la caída al piso de Dibu Martínez, esos momentos de zozobra, el cambio de arquero, su salida del estadio en ambulancia. Empezó a jugarse otro partido, como si arrancara 0-0.
Colombia descontó con un penal a los 5 del segundo tiempo y el resto ya lo sabemos. Lo que queda de Colombia son los vestigios de la gran aventura con Pekerman. Y Argentina es dirigida por un dilecto suyo: Lionel Scaloni. ¿Un sincretismo? Quizás una simple casualidad del calendario. De la dimensión espacio-temporal. La era posmaradoniana, en la era de la pandemia, tiempos de incertidumbre dónde el futuro no parece una posibilidad a proyectarse.
Roscazo y burbujero
En distintas ocasiones la AFA rosqueó para anfitrionar el Mundial de 2030. La primera vez, en sociedad con Uruguay, sede de la primera copa, de la cual en ese año se conmemoraría un siglo. Luego se abrió la posibilidad de sumar un tercer país organizador, toda una novedad en torneos de la FIFA. Hasta que apareció la pandemia y los almanaques se volvieron estrechos: para 2030 falta una eternidad. Incluso para 2022 –¡el año que viene!– con todas las incertidumbres sobre el exótico Mundial de Qatar. En 2026 le seguiría la tríada Estados Unidos-Canadá-México.
Pero, en el medio, a Argentina le cayó otro anillo: co-anfitrionar la Copa América con Colombia. Claro que en 2021, un año inimaginado. Por eso, primero se bajó Colombia, en un contexto social áspero y represivo; lo vivió River hace un mes, en Barranquilla, donde jugó entre medio de detonaciones y gases lacrimógenos. La AFA montó una burbuja en su predio de Ezeiza que incluyó veinte casillas rodantes en la zona de estacionamiento, todas reacondicionadas como si fueran habitaciones de hotel. Cada jugador ocupó un cuarto en soledad, sin compañía.
Cuando se confirmó la noticia de que Argentina declinaba la organización de la Copa América por su situación sanitaria, todos los convocados ya estaban acantonados en Ezeiza, entrenando y preparándose para el torneo. La mayoría, desde ligas europeas. Dos días de incertidumbre hasta que Brasil sacó pecho y tomó el guante, generando alivio en el negocio y angustia en todo lo demás. Aunque ninguno salió ileso, Brasil fue, de Sudamérica, el país que peor gestionó la pandemia. Por eso la selección conservará su burbuja en Ezeiza, desde donde viajará un día antes de cada partido y regresará cada vez que termine.
La Copa América de Brasil tendrá solo cuatro sedes y Argentina recorrerá al menos tres. Tiene un comienzo picante en el Olímpico de Río de Janeiro contra Chile y luego se cruza con Uruguay en Brasilia. En esta inédita primera fase de sólo dos grupos, la selección cierra su periplo contra Bolivia en Cuiabá, el Mato Grosso. Tiene más intriga ese trip (que incluye otra escala en Brasilia con Paraguay) que el fútbol mismo: clasifican a cuartos de final cuatro de los cinco equipos de cada grupo. Una ganga. Luego, claro, viene el picante. Los mata-mata. ¿Estamos para un Argentina-Brasil?