“Si estas paredes hablaran”, rezaba el título de aquel estimable telefilm que, a mediados de los 90s, con dirección de Nancy Savoca y Cher, proponía relatos de distintas épocas sentando posición pro-aborto. Hoy en día, en Francia, las paredes no solo están hablando: parecen gritar con sus frases descarnadamente fácticas: “Claire, 34, apuñalada hasta la muerte por su ex el 9 de mayo, después de 22 denuncias”; “En Reims, el 11 de mayo, un hombre mata a su esposa. Es el femicidio número 42 del año”… Apenas algunos de los tantísimos carteles que se multiplican en distintas latitudes galas, obra de una agrupación que ha encontrado en esta forma de intervención pública un modo de batallar contra la indiferencia. Les Colleuses, como se hacen llamar, aseguran que sus modestas herramientas son un instrumento de liberación: solo necesitan hojas A4, fibrones, engrudo y brocha gorda para pasar sus mensajes; una forma simple, económica y efectiva que les permite amplificar su voz. Siempre y cuando accionen casi a la velocidad de la luz, a sabiendas de que -para las autoridades- su obra es un acto vandálico que se pena con multa.
Por algo suelen salir por las noches, desplegando una coreografía que conocen al dedillo de tan practicada, plantando hoja tras hoja, en cada hoja una letra, negro sobre blanco para demandar: Stop au harcelement de rue (Pongan fin al acoso callejero), Le consentement n’est pas une option (El consentimiento no es opcional), La cause des viols: les violeurs (La causa de las violaciones: los violadores). Intervienen fachadas de bancos, estaciones de metro, el ingreso de una piscina municipal, entre tantísimas locaciones de villes como París, Nantes, Burdeos, Grenoble, Poitiers, Lyon, para exponer situaciones inaceptables. Según estadísticas oficiales, sin más, las llamadas para denunciar violencia doméstica se dispararon durante los dos confinamientos estrictos del 2020 en Francia (primero aumentaron un 36 por ciento; luego, alrededor de un 60). Dicho esto sin siquiera olvidar que, tal como apuntaba un artículo reciente de The Guardian, el país tiene una de las tasas de femicidio más altas de Europa.
Así las cosas, aunque sus mensajes generalmente apuntan contra la violencia de género, los slogans se renuevan según qué cuestión esté en el candelero, tras debatir y concordar sus participantes abordar -por caso- la pedofilia tras el sonado caso Olivier Duhamel, famoso politólogo acusado de abusar de su hijastro; o plantar posición en apoyo a personas uigures, perseguidas en China, sometidas a intenso adoctrinamiento, trabajos forzados, tortura, violencia sexual. “Hemos ampliado nuestra plataforma a cualquier expresión de violencia contra minorías y mujeres, denunciando desde racismo a homofobia, desde transfobia a xenofobia”, detalla Camille Lextray, que se unió al movimiento en sus albores, en la segunda mitad del 2019. “Según nuestro último conteo, hay colleuses en más de 200 ciudades, pueblos y aldeas de Francia, al igual que en más de 15 países de todo el mundo”, agrega, arengando a “atreverse a ocupar el espacio público y dejar huella”.
Por cierto: difícilmente imaginó Dorothée Cunéo, directora de la editorial Denoël, que llegaría a estar en tratativas ¡con más de 2500 personas! al proponer al grupo -en su versión capitalina- publicar un fotolibro que dejara registro “de las piezas efímeras, a la vez que originales” del movimiento. Y eso que solo conversó con integrantes de Collages Feminicides Paris (CFP), tal es el nombre de la rama parisina; que dicho sea de paso, prefiere el término inclusivo les colleureuses en vez del ya clásico les colleuses. Carente de jerarquías, sin cabecilla o adalid, el grupo opera desde la estricta horizontalidad, y tuvo sus pruritos cuando Cunéo les arrimó la idea, evaluando largo y tendido “si no sería mejor trabajar con una editorial feminista independiente”, según confiesa Anna, una de sus integrantes. Revisando el catálogo de Denoël (que incluye títulos de Eve Ensler, Alison Bechdel, Roxane Gay), acabaron accediendo, conscientes de que “nos dará la chance de difundir nuestros valores a una audiencia más grande, por fuera de nuestro microcosmos en redes”. Conscientes además de que les significará una suma más significativa, que servirá para comprar herramientas, además de permitirles pagar multas e incluso honorarios legales cuando las pescan en plena rutina disruptiva.
Así lo cuenta un artículo reciente de la revista
cultural Livres Hebdo, que adelanta en exclusiva que en octubre llegaría el
citado tomo, cuyo título tentativo es Notre colère sur vos murs (Nuestra
rabia en tus paredes). A pedido de les colleureuses, habrá en
sus páginas un glosario donde se expliquen vocablos que refieren a su lucha
expansiva; entre ellos, interseccionalidad, gordofobia, adelphité (palabra
derivada del griego antiguo, a partir de adelphos, que significa
“uterino” o “nacido/a de la misma madre”, y busca reemplazar “sororidad” y
“fraternidad” en tanto no hace distinción de género), matrimoine (alternativa
feminista a la palabra “patrimonio”, que refiere específicamente al legado de
valía histórica y cultural de las mujeres), etcétera. El libro también
incluirá testimonios “para que personas afectadas por opresiones específicas
puedan expresarse”. Y repasará la propia historia del movimiento, recordando
que el gesto inicial partió de Marguerite Stern (exFEMEN) en 2019, que entonces
se inspirara en la obra de Pierre Soulages, en los carteles de las sufragistas,
en las tipografías y consignas de FEMEN. La intención, según ella ha explicado,
“es apropiarnos de las calles, de las cuales solo el 2 por ciento lleva nombres
de mujeres”. Por dichos transfóbicos, empero, Stern fue invitada a retirarse
del grupo original al poco tiempo de haber amanecido.