Su nombre es sinónimo de infancias y de imaginación, de proyectos concretados en espacios públicos donde la niñez juega sin lógicas mercantiles. Chiqui González es conocida más allá de la provincia donde las metáforas y los múltiples sentidos están vivos en las muchísimas iniciativas y espacios que impulsó, primero como secretaria de Cultura de Rosario desde finales de los 90 y luego ministra de Cultura de la provincia de Santa Fe desde 2007. El Tríptico que integran la Granja de la Infancia, el Jardín de los Niños y la Isla de los Inventos de Rosario quizás sea el emblema, pero hubo -y hay- mucho más. Maestra, abogada de familia, dramaturga y directora de teatro, docente en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, en Cuba y en la Universidad de Buenos Aires, entre muchas otras instituciones, María de los Ángeles “Chiqui” González podría definirse como una mujer renacentista. A los 73 años, sale muy poco de su casa, respeta las restricciones y, cuando se puede, viaja a Buenos Aires para visitar a sus dos nietes, de 13 y siete años. Hijes de su única hija Violeta Vázquez. Salir de la función pública a fines de 2019 no significó jubilarse: hoy asesora en Tecnópolis y también da clases en posgrados de gestión cultural y de juegos, entre otras actividades a las que la convocan. Rechaza la “nueva normalidad”. “La sociedad igual está rota en la presencia. Cuando hablamos de nueva normalidad, es una vergüenza, porque la normalización es la que nos dividió de los discapacitados, de la gente llamada loca, de la mujer”, dice así, en singular. Y un rato después lo retoma.

“La Chiqui” es más que su nombre, es casi un sello y ella está acostumbrada a hechizar con sus palabras siempre sorprendentes. Nunca deja de mirar con curiosidad, a la pesca de lo que genera en sus interlocutores.

Un concepto perverso

“Es obsceno que hablen de la nueva normalidad, porque la normalidad es un concepto perverso, que nos separa, nos desune, que está totalmente a contrapelo de los derechos y que cuando hablan de nueva normalidad es como decir que, antes de la pandemia, éramos normales en la pobreza, en la discapacidad, era normal que los ricos tuvieran más y era normal que todos cayeran en la pobreza. Era normal que a vos te haya tocado nacer donde te tocó nacer”, larga un rato después, como si esa idea se hubiera quedado flotando en la conversación. Siempre atenta a la mirada de su interlocutora, no se le escapa cuando hay un desvío.

En clases y conferencias, la audiencia quiere escucharla. No saben bien qué dirá, pero están a la expectativa de sus palabras. Y ahí aprovecha. “Yo trato de explicarles que es nueva cotidianidad, nueva realidad, pongan el nombre que quieran pero no volvamos a la normalidad filosófica, no en el sentido de aprender filosofía sino en el sentido de preguntar muchas más cosas sobre la vida del propio niño, hacer muchas más narraciones sobre su propia forma de ver el mundo, no hablando de sí mismo todo el tiempo, porque eso sería aumentar el ego, al contrario. Hay que enseñarle que a veces hay que quedarse en las sombras, silencioso, para que el otro se ilumine. Y ahí haya un giro hacia la dignidad del otro. Yo creo que es más profundo de lo que puedo llegar a decir. Que la concepción sobre los otros seres humanos, el feminismo tiene la oportunidad de cambiarla, por eso hay tanto amor y tanto abrazo en la calle, tanta… más que solidaridad, tanta mutualidad diría yo entre las mujeres”, sigue su razonamiento.

Habla casi siempre en masculino, resabios de una vida completa, que hoy su nieta y su nieto le desarman. Oliverio, el de siete, le dice: “Abuela, no digas así que vas a quedar mal, decí chiques”. A la Chiqui no le hace falta impostar una forma de hablar que no le pertenece, la fuerza de sus ideas se impone.

Lenguajes

Hoy pasa sus días en su casa en el centro de Rosario, muy cerca del río Paraná, en Rosario. Estudia para dar las conferencias y clases por las plataformas virtuales que reconoce como herramientas para propiciar encuentros antes imposibles. Y lee, mucho. Ahora, “literatura toda feminista”, dice. “Las malas (de Camila Sosa Villada), (Gabriela) Cabezón Cámera, Aurora Venturini, que tenía 82 años cuando ganó el premio en Página 12, voy a una librería y compro diez juntos. Y leo, leo, leo. Y leo otra forma de manejar el lenguaje, porque el feminismo también es otra forma de manejar el lenguaje, y si el lenguaje cambia, cambia el pensamiento. Eso deben saber, que los lenguajes son constitutivos del pensamiento, y si cambiamos los lenguajes, las canciones, los sonidos, las imágenes, las palabras, la electrónica, si la llenamos con otro espíritu de la condición humana, es posible que sea movimiento intergeneracional y yo lo que le pediría al feminismo es… a los padres que eduquen a los chicos en el feminismo. También les pediría a las feministas y ya lo han hecho mucho porque he presentado, como ministra, a varias autoras feministas que tenían libros para chicos. Les he pedido a las feministas que abriguen a la infancia, que se ha quedado sin voz. Los viejos se han quedado sin vida. Y la infancia se quedó sin pares, sin investigar totalmente lo sexual, se quedó sin su tiempo de hoy”, es la deriva de su pensamiento, de las escritoras que va conociendo hacia las infancias.

Nacida y criada en el Saladillo, un barrio del sur de Rosario, que supo ser de clase alta y también de clase obrera, Chiqui González dice con sorna. “La niñez… Yo siempre dije que me vengué de la mía, que fue buena, pero donde yo sentía mucho miedo. Tenía muchos miedos, y no venían de mi familia, a mí no me pegaban, ni me abusaban. Pero yo soñaba con cosas muy misteriosas, iba a un colegio de monjas donde todo era un claroscuro y había mucha oscuridad. Yo soñaba que se me hacían presentes los santos y me llamaban. Nadie llega sanito después de todo eso”.

--En este momento, ante la pandemia, en una buena parte de la población, parece funcionar la negación como mecanismo de defensa, que al mismo tiempo resulta autodestructivo ¿lo percibís así?

--Termina siendo un sabotaje. Hay por un lado un sabotaje político muy evidente y hay por otro lado una negación casi adolescente como desafiando a la muerte. No es cierto, me parece, que sea para mantener los rituales a los que están acostumbrados, sino también viene junto a “no puedo tener 18 años, 22 o 30 y morirme". Viene con una verdadera negación. Yo digo que nosotros tenemos como seres humanos dos grandes condenas. Una que vamos a morir, que también se podría hablar sobre si es condena o no. Y la otra es que no recordamos los dos primeros años de vida, sino hay una terapia muy especial, que yo no la he probado.

Cuando da rienda suelta a esa especie de asociación libre que hace al hablar, “la Chiqui” es imparable. De la negación, a las vivencias de los dos primeros años de vida, sigue el hilo de sus pensamientos.

Sobre esos primeros dos años que las personas no recuerdan, pero son fundantes, dice: “Tenés imágenes, como de golpe. En algún momento, de alguna terapia o del arte, tenés una imagen como vestida con un delantal con rositas y haciendo tal cosa, pero no sabés en realidad si eso es tu literatura o es la verdad. Y en los primeros años de vida comienza todo. Desde el parto, que lo hace el chico. El nene, la nena, los chiques… Eso lo estudié todo con ginecólogos, hacen el 70 por ciento del parto cuando es natural y se arriesgan por conductos muy finitos, mientras la madre, o una mujer o un hombre que fue mujer y no está operado, pujan. Entonces, alguien puja y los bebés empujan. Es el ritmo originario, y entonces, todo ese proceso del apego y del abandono cuando no hay apego. El primer juego de vaivén y mirar las luces de un lado al otro, ese proceso de ser pez y hacer tanto orgánicamente, compulsado por la naturaleza para volverse terrestres… Y yo digo que quienes salen por cesárea también, salen con un cartel que dice acción, dice movimiento, juego. Por eso uno los quiere dormidos para poder vivir en un momento. Y no está de moda la acción, en realidad. No está de moda la acción política, está de moda el discurso político, pero no la acción política y tampoco la acción en la humanidad como movimiento, transformación y mejora de tamaña desigualdad. El niño realmente es un emblema de lo nuevo, donde esté y donde nazca. Y si una sociedad no puede agradecer un comienzo, para mí no está capacitada para hacer un futuro”.

En ese punto, Chiqui hace una pausa –breve-- para aclarar una de sus ideas fuerza. “No porque los niños sean el futuro, yo creo que hay que descartar de las mentes de los políticos, incluso políticos que yo he amado”.

Otra digresión le viene a la cabeza. Habla de alguien en particular. El día que se hizo la entrevista, Hermes Binner, hubiera cumplido años. Fue el primer intendente y el primer gobernador socialista de la provincia de Santa Fe. Fue también quien la invitó a la función pública a fines de la década del 90. A ella, que siempre fue peronista. “Hoy es el cumpleaños de Binner. Él decía que los niños eran el futuro de la democracia, de la humanidad y lo decía con todo su corazón. Y yo me acostumbré a lo contrario, a decir: cuidemos la infancia para que sea cada vez más infancia, porque si el chico corta su infancia por muerte, por trabajo, por salir a delinquir o por abandono o por profundo resentimiento, si no hay infancia no hay resiliencia. La verdadera resilencia que nosotros tenemos ahora viene desde los primeros diez años”.

Ahí encuentra la que considera la “verdadera grieta”: no se trata del futuro sino del presente.

--¿Considerás que hubo una gestión adultocéntrica de la pandemia?

--Fue completamente adultocéntrica y quiero aclararte que yo estoy de acuerdo con las medidas de Alberto Fernández y de Axel Kiciloff, porque trabajo muchísimo con la provincia de Buenos Aires. Pero creo que hay una concepción epistemológica que no ha cambiado con la Convención de los Derechos del Niño. Porque tuvo una prensa terrible el niño con lo de las clases presenciales. Un partido lo agarra como bandera electoral cuando nunca le consultó nada, cuando nunca se ocupó de la niñez, y otro partido trata de cuidarla y parece el enemigo de la educación. Y otros no pueden acceder ni a hablar. Entonces, sí es adultocéntrica y no es en ningún caso por maldad. Yo tengo mucha empatía por aquellos a los que le toca gobernar y lo hacen con toda el alma en esta época. Ni siquiera te hablo de un sector solo, con los que lo hacen con buenas intenciones y cuidando a los ciudadanos, yo tengo mucha empatía porque yo estuve gobernando como ministra y sé que deben vivir una etapa terrible, atroz, una etapa que es superior al pensamiento político, que es una etapa que está imbuida en el pensamiento político pero también en cuántos muertos tenés.

Margaritas con mayonesas

Chiqui cree que centrar la discusión pública en clases virtuales o presenciales es “mezclar margaritas con mayonesa”. “La virtualidad primero nos salvó muchísimo en la emergencia, y las maestras han hecho esfuerzos enormes por aprender muchísimas cosas de la virtualidad”, señala y también recuerda que “el lenguaje del cine, del video, de los teléfonos, de la Tablet, que es uno y a la vez son distintos de acuerdo al dispositivo que tengas, incluso en su representación del tiempo y el espacio. La virtualidad tiene formas de representación y de simbolización para atravesar la pantalla y crear en el otro presencia. ¿Qué es lo que creas? ¿Por qué vas a ver una película? ¿Te crea emoción, te crea identificación, pensás en vos misma y en lo que vos has pasado? Yo a veces, te digo la verdad, sin ninguna soberbia, trato de que por ejemplo vos estés hablando conmigo y lo hagas con vos misma, aún haciendo zoom. Estoy tratando de estar presente en este momento nuestro, que es único e irrepetible. Entonces, la virtualidad se va a quedar y tiene mucho para dar, debería ser un material creativo impresionante y no solamente TICs sino material creativo para la formación de maestros, de líderes sociales, de agentes territoriales, de todo”.

A través de la pantalla, Chiqui hace presencia con las historias de su propia vida. Así, enreda la charla en su cotidianidad. Cuenta que quisiera cuidar a sus nietos “a todo lo que da” y para verlos, se alquiló un “departamentito” enfrente de la casa de su hija, donde los invita a dormir cuando está en la ciudad de Buenos Aires. “Duermen en pleno invierno en el balcón, abrazados con mantas, y les tiran papeles a los que pasan, y les gritan ‘qué hacés a esta hora en la calle’, todo ese tipo de cosas. Entonces yo voy y les digo el balcón es peligroso (se ríe) y ellos dicen ´no nos vamos a suicidar’ (hace la voz del nene)”. La anécdota trae de nuevo la infancia a la conversación, ya no como idea sino en el presente de sus amores.

Escuchar a las infancias fue su apuesta desde siempre. Quien haya transcurrido parte de su adolescencia en Discepolín, el espacio teatral que Chiqui dirigió en Rosario a principios de los 80, tendrá presente esa atmósfera de libertad que era un oasis cuando la dictadura demoraba en terminar. En 1981 se estrenó “Cómo te explico”, una obra de teatro de adolescentes que no se pudo registrar entonces porque tenía diez autores. La apuesta a la creación colectiva que continuó durante toda su actividad teatral. “Cómo te explico fue prohibida por la censura, porque yo mandaba a hacer el amor a los adolescentes, y decía la Liga de Madres de Familia y decía la Liga de la Decencia (recuerda a dos de los grupos conservadores que actuaban en Rosario en esos años). Me salvó un juez penal, que me dijo ‘ojalá tuviéramos maestros que enseñaran educación sexual a nuestros hijos’. Porque había una escena en que comían un pan entre un chico y una chica, decían que era un signo fálico y era en realidad un sándwich comido entre dos criaturas. Yo lloraba de noche, hacía recursos de amparo de 21 páginas, me ayudaba la ciudad entera”, recuerda Chiqui esos años de teatro independiente, una actividad que hoy mira “a la distancia” y con amor, sin renunciar al proyecto de hacer un unipersonal que cuente su vida.

Una grieta conceptual

Chiqui vuelve a hablar del presente como única realidad de las infancias. De la importancia de tenerlas en cuenta aquí y ahora, no como proyecto. “Vos lo ves muy bien en los paneles que doy con gente brillante de todas las ideologías. Ahí me doy cuenta de que hay otra grieta intelectual muy profunda, que es cómo miras la infancia. Hay algunos que siguen creyendo que creamos a los hombres del futuro y que para eso hay tiempo y otros que creemos que tenemos que hacer vivir una infancia más igualitaria, con muchísimo acceso a la sorpresa, a la imaginación, al otro, a un nuevo sistema de valorización del otro, y que eso es muy corto, que se acaba y que es la valija para toda la vida”, lanza Chiqui.

Y desafía: “Pensá en tu propia vida, cuántas cosas se produjeron en tu formación de valores, de ideas, de hábitos, de amor por los demás, cuántas cosas, aún con los miedos y los problemas, aparecieron allí y ahora te orientan. Yo tengo 73 años y me siguen orientando y me siguen sorprendiendo y vivo rodeada de niños, escribo, escucho y colecciono lo que dicen. No niños muy estimulados ni muy geniales. Yo no busco eso, yo busco sólo que sean niños”.

Las ideas de Chiqui se apoyan en sus experiencias, como la conducción del Congresito de las Palabras, que se desarrolló en Rosario en noviembre de 2004, en ocasión del Congreso Internacional de la Lengua. Con distintos juegos, 7.000 niñas, niños y niñes de escuelas públicas de toda la ciudad iban armando un diccionario urbano, que luego se votaría.

Y Chiqui recuerda: --Yo digo ¿Qué es la imaginación? y uno, de cinco años, me contesta: hacer aparecer cosas. Y el de al lado, un morocho con flequillo, me dice “justo en el país de los desaparecidos”. Y quedó para votar “la imaginación es un aparato que hace aparecer cosas, justo en el país de los desaparecidos”.

¿A qué viene el recuerdo? A su convicción de seguir aprendiendo. “Lo que yo aprendí hace cinco años es que… y lo dicen muchos filósofos como Giorgio Agamben o Paul Ricoeur, es que la infancia vive siempre en presente, hablo de los cuatro primeros años. En bolsones de presente que no puede regular en secuencia. Es decir que cuando llega al adulto, a la familia, a la escuela y cuando llega al mundo social lo pasan del tiempo griego Aión, de este momento, al tiempo Cronos, que es el tiempo social”.

La urgencia de la felicidad

Un presente que no es de ansiedad para consumir más y más, sino del disfrute y el juego. Por eso, y porque Chiqui González es una mujer contemporánea, atenta a las coordenadas de la época, se le recuerda la frase de Lohana Berkins, que reformó la idea sacrificial setentista para lanzar otra revolución, la del deseo construido colectivamente. “El tiempo de la revolución es ahora”.

"Y los niños dicen lo mismo, quiero alegría y felicidad ahora. Es ahora que vine a investigar el mundo, es ahora que me tengo que preparar para afrontar la vida, que es una escenografía que no conozco... Están en un espacio que no conocen, mirando desde abajo, están en un tiempo presente y no saben cuándo es domingo y entonces yo les digo tiene que salir la luna tres veces para que yo vuelva. Tengo que tener imágenes, que piensen en imágenes y nosotros en conceptos", responde para recordar que el trabajo con las infancias debe ser ambicioso. "Los derechos son la base de lo que puede tener un ser humano en su condición humana, pero nosotros aspiramos a la felicidad y la política también, aunque no lo digan porque la deuda es muy grande”.

--¿Cómo viviste el Ni Una Menos y la irrupción de los feminismos con mucha fuerza?

--Lo vivo como el logro más grande del siglo, porque mirá que yo estuve en la dictadura y defendí presos, y estuve escondida y todo lo demás, y fui miembro de organizaciones, pero el feminismo lo veo como lo que vivíamos nosotros en los 70, caminando descalzas, porque la del 60 fue la primera generación que dijo “libertad para acceder al sexo” y vamos a tener una acción con el sexo responsable, pero nuestra. O sea que sáquennos el mandato de encima, ahí estoy leyendo todo lo feminista de nuestra época.

La conversación con Chiqui nunca va por una ruta previsible, sino que se ramifica en decenas de caminos posibles para seguir tramando el pensamiento. Por eso, un rato después, vuelve sobre la idea de los faminismos. “Es el camino para considerar al otro, otro y es el camino de una revolución social. No que haya tres mandatarias, también debe haber muchas mandatarias mujeres, pero creo que si realmente hay que hacer una teoría del poder, que en esta época de la historia la mujer dispute el poder es verdaderamente cambiar la política para siempre, la política de partido, la política de sociedad, la política comunitaria. Yo creo en una política de abajo para arriba, absolutamente comunitaria, enlazada con los partidos que se lo merecen, pero creo que la mujer ha sostenido la vida, ha sostenido el trabajo, la mujer ha sostenido gran parte de los inventos de la humanidad para hacerlos crecer”.