El pasado 28 de mayo se cumplió un mes del primer Paro Nacional, el inicio de un proceso de indignación generalizada contra planes económicos antipopulares en el que participan jóvenes, organizaciones indígenas y campesinas, sindicatos y otros nucleamientos sociales, que estalló en numerosas ciudades y regiones de Colombia. Se han dado, continuamente, durante semanas, protestas y reclamos en las calles, respondidos con feroz represión –estatal y paraestatal– y un aumento de la militarización. Un tratamiento “de guerra” contra la población civil que se manifiesta, y que dejó cientos y decenas, en otros casos de personas detenidas y abusadas, muertas, desaparecidas, heridas y mutiladas (¡otra vez los ojos! como en Chile). Se han sumado, recientemente, sacerdotes a las primeras líneas de las manifestaciones –ataviados de máscaras antigás, cascos e improvisados escudos–, y surgieron nuevas y protectoras organizaciones –también con sus escudos– como “Mamás Primera Línea”.
Las movilizaciones y bloqueos (piquetes) contra el gobierno de Duque han sido acompañados por, o mejor, han sabido desplegar, un rico y sorprendente repertorio de arte y cultura. Han sido tan masivas como combativas, además de coloridas y llamativas. Lo que ya se vio en Brasil y en Chile los últimos años, la efervescencia juvenil y toda su creatividad, cobró aquí aún más notoriedad.
El llamado “plantón artístico” o cultural fue un evento central en Bogotá y otras ciudades, entre cuyos antecedentes inmediatos está el “cacerolazo sinfónico” dirigido por Susana Boreal, y la difundida Declaración de Mayo por Colombia, firmada por artistas de América latina (Rubén Blades, Gustavo Santaolalla, Jorge Drexler, Víctor Heredia, Andrea Echeverri, Pedro Guerra, Bersuit Vergarabat, Doctor Krápula y Ely Guerra), en donde denuncian la “violenta represión dirigida con mayor encono a jóvenes, mujeres, personas LGBT, indígenas y afrodescendientes, que son justamente los sectores cuya vulnerabilidad histórica supondría una mayor obligación de protección por parte del Estado”, y que “la comunidad artística en general y, en particular, artistas callejeros y comunitarios, son estigmatizados a través de doctrinas en las que se instruye a la fuerza pública”. Además de otras decenas de actividades y debates, charlas y foros virtuales. Es el arte formando parte de la lucha.
El rap y el teatro se destacaron por su participación de distintas maneras, al igual que una serie de “performances” de artistas y sectores LGTBI+, y toda clase de mensajes, expresiones y creaciones espontáneas e “individuales”, sean de la gente suelta, u organizada, que se moviliza. Así, el comunicado “El rap se manifiesta” lo hace “contra la represión violenta de la protesta pacífica, contra el asesinato y desaparición sistemática de artistas, estudiantes, indígenas y líderes sociales. El rap se manifiesta en apoyo a las demandas de un pueblo que exige cambios, se manifiesta contra las políticas de un gobierno que juega con el hambre y reprime a la ciudadanía, se manifiesta por un país que necesita acciones y cambios certeros para poder construir paz”. Otra iniciativa, de la dramaturgia, a nivel nacional, expresó: “Setenta grupos y salas de teatro de todo el país, afectados por la muerte temprana y la desaparición de jóvenes en las marchas del paro nacional, respondemos con el arte y el teatro en las calles, las plazas y en los espacios digitales. A la vez que estamos dolidos, también estamos llenos de esperanza en un futuro mejor para la juventud de Colombia. Nos unimos desde el teatro a la Primera Línea para proteger la vida, la cultura y el arte. Con esta muestra hacemos el duelo y a la vez le cantamos a la vida”.
Los mensajes, expresiones y expansiones del lenguaje se pueden leer en cada manifestante: El cambio está en tus manos (dice una bandera sobre una bicicleta), A parar para avanzar/ viva el paro nacional (pintado en aerosol en la persiana de metal de un comercio), Nos están matando-RAP, Revolución popular, Sólo el pueblo salva al pueblo, Y dónde están los desaparecidos?, Soy el puño que se levanta/ Soy la voz que no se calla/ #Venceremos (pintados en los escudos caseros, fabricados con tanques de metal cortados por la mitad). El diario El Tiempo destacó al “arte urbano” como algo que “le deja el paro a Barranquilla”. Y la foto que acompaña la nota, de Vanexa Romero, contiene un gran mural, de unos doscientos metros de largo, que dice: Yo moriré pero volveré y seré millones. Hasta el cantante Juanes, acusado de “tibio” ante los hechos ocurridos en su país, reveló que compuso un tema sobre los acontecimientos, titulado “Mayo”. Por su parte, la escultora Doris Salcedo inauguró en Bogotá su exposición Vidas robadas honrando a decenas de personas asesinadas durante las protestas de los últimos años. “Los ricos no están muriendo en Colombia; están muriendo los muchachos pobres”, afirmó.
Y el 8 de junio, nuevamente, el arte salió a las calles, junto al Comité Nacional de Paro: una nueva jornada en el Portal de la resistencia –el rebautizado Portal de las Américas– intitulada “Arte es resistencia”, con la participación del Hip Hop y el rock local, además de Doctor Krápula, músicos de Bogotá dirigidos por Susana Boreal y Sofía Leyva, Monsieur Periné y más.
¿Y qué dará la poesía, ya desde hace tiempo –como lo señaló Juan Manuel Roca en su notable introducción al volumen antológico La casa sin sosiego– haciéndose eco, de tantos modos, de ese triste y doloroso linaje e historial de violencias?
Pese a la represión asesina –ayer rural, hoy urbana–, el proceso colombiano no se detiene. Además de impresionante, expresa una recuperación de tradiciones, como el teatro y el sindicato luchando juntos, como en las décadas de 1960 y 1970, y discusiones en torno a los sentidos y a la “función” del arte y la cultura en la conformación de una “identidad nacional” (por caso, los grupos indígenes intentando derribar las estatuas de Cristóbal Colón, o Juanes diciendo: “hasta este momento no hemos podido entender quiénes somos ni de qué estamos hechos”, “no entendemos que somos un país indígena, afro, de minorías, campesino, agrícola por excelencia. A eso le tenemos que sumar ese narcotráfico y la desigualdad. ¿Qué pasa? Explota”), y se “actualiza”, en combinaciones e híbridos de tradiciones y tecnologías, “hipermodernidades”, como con el rap, la producción audiovisual y las redes sociales.
En las calles ocupadas, repletas, vivas, bullentes de Colombia, en ese intenso presente, tan lleno de luchas y de arte, se está fraguando el futuro.