Las teorías respecto al valor del dinero son muchas. Cuando las discusiones parecen agotadas, aparece algo nuevo o simplemente se vuelve atrás. Desde la piedra de Yap al silver dólar norteamericano y su transformación en moneda fíat o fiduciario con Nixon, los yuanes y las reservas de oro chinas. 

El acontecimiento aparentemente novedoso son las criptomonedas sin respaldo, sin activos ni Estado que garantice aunque sólo sea en montos mínimos y devaluados su cobro. Es decir, respaldadas exclusivamente por la demanda. 

Esto las torna una inversión de alto riesgo. Basta un tuit de un fabricante de autos mediático para que sus valores se apuntalen o desplomen, tornándolas un elemento inestable para el comercio.

Sin embargo, ese no es el mayor problema, sino que suplan el lugar de los paquetes de obligaciones durante la primera década del siglo XXI que culminó en la crisis de 2008. Negocio en el que participaron bancos, consultoras y agentes del gobierno de Estados Unidos, unos calificando, otros haciendo la vista gorda y otros vendiendo activos riesgosos supercalificados. 

Si bien ya existían señales de alerta frente a esos derivados y no fueron pocas las inquietudes presentadas ante los respectivos presidentes de la banca central estadounidense (Fed]), Alan Greenspan y Ben Bernanke, nada se hizo para modificarlo. En el 2007 las hipotecas subprime dejaron de pagarse y ello desató una explosión en cadena que involucró a las CDS (seguros por impago).

Burbujas

No son pocos los eventos históricos en que el sector financiero traslada sus problemas al resto de la sociedad: la crisis de los tulipanes en el siglo XVII, los mares del sur, las crisis de 1907, el crac del '29. El aspecto curioso es que, cuando esto ocurre, las apelaciones al laissez faire y a la mano invisible del mercado se evaporan transitoria e impunemente. 

Más allá de dejar caer algún banco como escarmiento, es incontable la cantidad de dinero que inyectó el gobierno de Estados Unidos para rescatar a grupos financieros que actuaron en connivencia. 

No existe un solo responsable preso, por el contrario, muchos de ellos recibieron retiros millonarios que les permiten vivir sin trabajar por el resto de sus días, pagados por los contribuyentes. El quiebre de instituciones financieras equivaldría a dejar crecer la onda expansiva, detonando el sistema bancario y todo lo que en ello se sustenta. Los banqueros ponen el casino, las fichas y las reglas.

El juego con las criptomonedas que nació como una fantasía libertaria de pequeños ahorristas que deseaban sortear las “trabas” del Estado toma cada vez mayores dimensiones, involucrando a nuevos y grandes jugadores: Tesla, MicroStrategy, Mastercard, los coqueteos de Visa, un país de Centroamérica (El Salvador) que sostiene sus intenciones de tornarlas moneda oficial. 

Riesgos

El futuro no es tan incierto: los hechos pueden demorarse y se pude llenar una burbuja con gases coloridos. Pero no deja de ser una burbuja.

China ha marcado la cancha prohibiendo a las instituciones financieras y empresas de pago prestar servicios en criptomonedas. Esa decisión ha reducido la cotización de esos activos en más de dos dígitos. Como todo lo que puede provenir del gigante asiático, los motivos, según gurúes de la economía, obedecen a restricciones a las libertades individuales. 

Sin embargo, lo único que está haciendo China es cubrirse en caso de que el chico grite “el rey está desnudo” y el pueblo diga “no hay tal traje”.

Uno de los requisitos primordiales en la constitución de una moneda es actuar como unidad de cuenta. Las fluctuaciones a las que obedecen las criptomonedas sin respaldo  hace eso imposible por su inestabilidad inmanente. No sirven más que como instrumentos financieros especulativos

Cuando el momento de la explosión de la burbuja llegue, ¿las instituciones involucradas apelarán una vez más al Estado para ser rescatadas? ¿Estos volverán a sacrificar la salud y la educación de sus ciudadanos para salvarlas? ¿Qué pasará en países como Argentina, si no se forjan los instrumentos preventivos necesarios a tiempo?

* Docente en Economía Política de la Universidad de Palermo y en Comunicación en UBA y UCES.