Dañar a les hijes como forma de maltrato hacia una mujer es una de las formas más salvajes y crueles de la violencia machista. Por desgracia este accionar cobarde, que se define como violencia vicaria, comienza a ser cada día más popular y el caso de las dos hermanitas, secuestradas y desaparecidas por su padre en Tenerife, España, lo puso en evidencia.
Las pequeñas Anna y Olivia Gimeno Zimmermann, de 1 y 6 años, desaparecieron el 27 de abril pasado después de que su padre, Tomás Gimeno, no las devolviera a su madre, Beatriz Zimmermann, a la hora convenida.
Según trascendió, previo a esto, Gimeno le mandó numerosos mensajes a su exesposa, que evidencian que la desaparición no había sido ningún accidente. Este jueves, 45 días después, el hallazgo del cadáver de la pequeña Olivia en las profundidades del mar, cerca del puerto de Güimar, confirmó los peores presagios.
Este caso, que conmueve a España, podría incluirse dentro de lo que se denomina como violencia vicaria, puesto que el crimen fue cometido con un único y cruel propósito: hacer el mayor daño posible con esa muerte a la madre de las menores.
El término lo acuñó la psicóloga española Sonia Vaccaro hace casi una década. Es una violencia secundaria a la víctima principal, que es la madre. A pesar de que la violencia física y directa del hombre sobre su mujer o pareja es muy evidente, se dan muchos casos en los que la mujer es víctima de una violencia psicológica continuada y resultado de hacer daño a les hijes que se tienen en común. En el peor de los casos, como podría ser el de la desaparición de las niñas de Tenerife, el daño extremo puede llegar con el asesinato de los menores en común.
También se incluye como violencia vicaria la instrumentalización de otros colectivos vulnerables sujetos a la tutela o guarda y custodia de la mujer víctima de violencia de género, como pueden ser las personas mayores, las personas con discapacidad o en situación de dependencia.
Se trata, en definitiva, de una deshumanización de las personas más vulnerables y cercanas a la víctima de violencia de género con el objetivo de convertirles en un objeto para aumentar aún más si cabe el dolor de la víctima y provocarle un sentimiento de culpabilidad por no poder proteger a sus hijos o personas a su cargo.
Violencias que estremecen y que evidencian cómo un agresor machista es capaz de saciar su deseo de odio de la forma más cruel posible, renegando incluso de su propio vínculo familiar.