Soy la menor de tres. Mi hermano Fernando me lleva diez años y mi hermana Erica me llevaba nueve. Su complicidad siempre me resultó abrumadora. Era una fuente de envidia constante, aunque yo sabía un día se iba a terminar: un día yo iba a crecer y podría entrar en esa cofradía. Mientras tanto nunca me excluirían, pero yo siempre sería la chiquita. A la que había que cuidar, a la que había que educar.

Con la navidad de 1996 llegó un regalo que marcó mi paso de hermanita menor a hermana par de Fernando y de Erica. Nuestros padres nos habían regalado entradas para ir a ver la presentación de Say No More, de Charly García, en el teatro Ópera, unos días más tarde.

Hacía un mes que había salido el disco, pero en casa lo escuchábamos sin parar. La educación musical de mis hermanxs, sobre todo de Fer, había sido clave en mi vida. Fer era rock, rebeldía, era el hermano canchero que todxs querían tener. Fer nos había hecho escuchar Charly desde siempre. Sus discos son la banda sonora de mi vida.

Say No More arranca con “Estaba en llamas cuando me acosté”. Hay una lluvia, sintetizadores, sonidos que pasan de uno a otro oído, teclados, guitarra. Hay una atmósfera rara. Podría ser una calle lluviosa cualquiera, pero yo escucho una lluvia en medio de una noche, cayendo sobre ciudad desierta, con edificios altos y luces reflejadas en el pavimento mojado. Entra la voz de una mujer relatando una noticia. Y después la de Charly, desafiante, y todo empieza a tener sentido. La batería sube de nivel hasta que explota la letra como respuesta a la pregunta: “¿Cómo se inició el incendio? /No sé... estaba en llamas cuando me acosté”. Esa frase explotaba y rebotaba en el dúplex donde vivíamos, en Ramos Mejía. Con esa frase completo mentalmente cada vez que alguien responde con un “No sé”. Esa intro es la que escucho cuando cierro los ojos pensando en ese verano. Escuchamos ese disco todos los días desde que lo tuvimos en nuestras manos. Conozco a la perfección los enganches entre tema y tema, incluso después de mucho sin escucharlo, apenas suena y yo puedo recitarlo entero. “Say no more” se convirtió en nuestro latiguillo.

Era mi primer recital de Charly. Nos llevaron en auto y nos dejaron en la puerta, donde nos buscarían algunas horas más tarde. Explotábamos de felicidad, sobre todo yo: de noche, con Fer y Eri, en el centro, a punto de entrar a un recital de Charly. Era demasiado. Los recitales en teatros siempre son más prolijos, ordenados. Había familias enteras, personas solas, un ambiente libre de humo de cualquier tipo, el ambiente ideal para los estándares de mi familia. Entramos y esperamos. Estábamos cerca del escenario, fila siete, ocho, no más. Las luces se apagaron y sentí la adrenalina de la oscuridad antes de un recital. Extraño esa adrenalina. El telón de terciopelo rojo permaneció intacto, cerrado, una pared impenetrable. Se escucharon unas manos al piano. Música clásica. ¿Era Charly? ¿Así empezaba? El piano se detuvo. Se apagaron más luces. Más adrenalina. Silencio total, un chiflido al fondo, un aplauso que no prende, la intro de “Estaba en llamas cuando me acosté”. Nadie decía nada. Y Charly se enojó. No saben la letra, nos gritó, todavía escondido detrás del telón.

Yo sabía la letra. Yo sabía perfectamente la letra. Yo venía imitando a la mujer que recita esa noticia hacía más de un mes. Durante las semanas previas, mi imitación se había convertido en el sketch de moda en la casa familiar. “Gritale que la sabés”. “Andá y cantala”. Mi hermano y mi hermana me instaban a ¿qué? ¿correr al escenario? ¿gritar a viva voz? Recité la letra para mí y para Fer y para Eri: La noticia apareció en un periódico sensacionalista. Decía simplemente que se había producido un incendio. Sólo me escucharon ellos. Charly ya se había ido.

Charly García (Foto: Nora Lezano)

Nos informaron que el show se suspendería, que nos devolverían la plata de las entradas. Salimos, vencidos. Era la primera vez que Charly hacía esta jugada que luego, y por muchos años, se convertiría en su marca registrada. Ibas a un recital de Charly sin saber a qué hora tocaría. O siquiera si tocaría. Caminábamos en manada hacia la salida. Éramos muchos, pero todos estábamos algo tristes, se nos veía la desilusión en el andar. Hasta que la voz de Charly nos sorprendió: “¿Se la creyeron, boludos? Feliz día de la inocencia”. Y empezó a tocar de nuevo. “Estaba en llamas cuando me acosté”. Una corrida y estuvimos de nuevo adentro. “Yo no sabía pero me acosté”. Una corrida que borró el orden teatral. “Sé que es poco pero podrías entender que vine aquí en una misión”. Cualquier butaca valía para cualquiera. “Quiero curar, pero mis manos solo tocan amor”. El show había empezado. Charly espástico y lleno de energía se movía por el escenario, cantaba a los gritos, hacía temas por la mitad. En el público estábamos enloquecidxs. Saltando, cantando, aplaudiendo, queríamos más. Veinte minutos después, terminó. Se fue. Con los años tuve recitales de Charly de todo tipo, no me quedé con ganas de verlo. Tuve mis revanchas.

El tiempo va deformando los recuerdos. Buscando alguna nota para corroborar mi memoria me encuentro con que ese Charly pura pasión que yo recuerdo en el escenario se tradujo en la prensa como un Charly descontrolado, haciendo gestos, tirando insultos, despreciando a su público. Me quedo con mi versión, yo vi pasión.

Pero de ese día, de ese disco, de ese tema, a mí me queda una última imagen. Estamos con Fer y Eri parados en la puerta del teatro, haciendo tiempo, esperando que nos busquen. Pasaron las horas, la avenida está vacía. Las luces del teatro, apagadas. Entonces aparece la limo blanca de Charly. Entonces sale Charly del teatro. Entonces nos pasa por al lado a mis hermanos y a mí. Solo a nosotros. Porque no hay nadie más. Enorme, alto, infinito. Flaco, casi quebradizo, el rayo que nos mantiene unidos desde siempre. Incluso ahora, que de esos tres quedamos solamente dos.

Maru Leonhard

Maru Leonhard nació en 1983 y se crió en Ramos Mejía. Estudió Imagen y Sonido y hace quince años que trabaja en televisión, primero como editora y desde el 2017 como guionista. En 2020 publicó Transradio, su primera novela; y está trabajando en una posible segunda. Actualmente asiste a taller de escritura con Natalia Moret y cursa la carrera de Guion en el LAB, con Patricio Vega.