“Mi voto no es positivo”. Esta frase inolvidable suena en el bar Córdoba, cerca de la plaza Los Galgos, donde Moreira, un estudiante de antropología, lee y estudia. No hay diferencia entre el “adentro” y el “afuera” de ese bar que funciona como una sociedad polarizada en miniatura. El grupo de taxistas conocidos como los Vizcacha grita “¡chorros populistas!”. El Gato, amargado, exclama: “¡Me querés explicar qué carajo festejan!”, mientras observa por las pantallas cómo los vecinos de la ciudad celebran la reducción de impuestos a los productores del campo. La escena inicial de Con esta luna (Tusquets), de Marcelo Guerrieri, transcurre durante la madrugada del 17 de julio de 2008, cuando en el Senado se votó la Resolución 125. La trama se va desviando primero hacia la pesquisa policial con la desaparición del Jorobado y después hacia lo fantástico y sobrenatural. Lo extraño. Como si la novela fuera una especie de monstruo Frankenstein, creada a partir de diversos géneros.

“El contexto político opera como marco; no es una novela sobre el conflicto del campo. Pero la escena misma de ese conflicto, la escalada de acciones públicas entre el campo cortando las rutas y la gente en la ciudad apoyando al campo, condensa contradicciones históricas que están en el imaginario nacional. La escalada que termina con la votación en el Senado, con la traición del propio vicepresidente, me invitaba a narrar. Por eso empiezo la novela con la noche del 17 de julio de 2008, porque ponía en tensión civilización y barbarie, peronismo y antiperonismo, campo y ciudad”, cuenta el escritor y antropólogo, autor de Farmacia (2016), novela finalista del Premio Nueva Novela Página/12 y Detective Bonaerense (2006), además de los libros de cuentos Árboles de tronco rojo (2012) y El ciclista serial (2005). Guerrieri es docente en la Universidad Nacional de las Artes y presidente de la Unión de Escritoras y Escritores.

-¿Qué impacto tiene la traición como tema?

-La traición corre del eje lo esperable; hay ciertas solidaridades que se cortan. Si lo pienso en términos políticos, la clase trabajadora se traiciona a sí misma en algunos momentos de la historia eligiendo proyectos políticos que van en contra de sus propios intereses. No sé si la palabra sería traición; tal vez estar desencajada o alienada. Hay personajes en la novela que están alienados de su propio origen, que concentran en sí mismos la atención del monstruo. Hay personajes que son humanos y no humanos. Hay una alienación que es cíclica.

-En la novela se perciben las expresiones de los taxistas, ensambladas con fragmentos de canciones, letras de tango, blues, rock. ¿Cómo fue el trabajo de escritura con las voces de los taxistas y las voces de la cultura popular?

-Me interesa trabajar la oralidad, lo que pasa cuando nos ponemos a contar historias cara a cara. Y cómo empieza a jugar no sólo lo que se dice, sino el tono cómo se lo dice, el ambiente, lo que está sucediendo mientras se habla, los ruidos, los gestos, las interrupciones; todo lo que entra en juego con la narración oral en un bar con taxistas que se toman un tiempo para encontrarse y hablar. Hay un grupo de taxistas, los cinéfilos, que son fanáticos del cine, y mientras hablan siempre hay una película de fondo. Hay todo un entramado con la narración oral, las películas y las canciones. Lo que hago es pensar las canciones y las películas como textos culturales que vienen a reescribirse en la narración; es como cuando uno trabaja la reescritura en un texto literario. Todo ese material que circula en la cultura popular está a mano para generar resonancias.

-Una de las películas de fondo tiene que ver con la explotación de los trabajadores. ¿Por qué elegiste “Prisioneros de la tierra”, de Mario Soffici?

-Es una película muy potente en términos de expresión de la explotación. La escena que elijo es una escena que en el cine político se pone siempre en las vitrinas: el momento en que un trabajador consigue librarse del yugo y ahora él ejerce el poder sobre el patrón. El sistema capitalista es el mismo en términos estructurales, solo va cambiando sus fases. Ahora estamos en una fase más ligada al capital financiero. Prisioneros de la tierra es de 1939, pero está ambientada en 1915. Desde que existe el capitalismo cualquier escena de explotación del patrón hacia el obrero va a seguir siendo actual; la estructura del sistema capitalista no ha cambiado en su esencia.

-La novela es muy ambigua en su alquimia de géneros; hay un trasfondo político, tiene una suerte de investigación policial y también trabaja con lo fantástico y lo sobrenatural. Es como una novela “Frankenstein”, ¿no?

-Me gusta que sea una novela degenerada. Tiene que ver con la forma en que la escribí. Yo no soy de empezar a escribir textos desde un género. Más bien me convocan personajes, ambientes, alguna idea; y a partir de ahí trabajo aquello que sea más útil para la historia que estoy contando. Empecé con la escena de la votación en el Senado, en la que se plantea la idea de la polarización, y enseguida me apareció la idea del monstruo; llevar la tensión a tal extremo que los opuestos generan en aquel que los contiene algo monstruoso. Entonces uno de los personajes principales, El Jorobado, desaparece. Y esto conecta con el policial, con el enigma, con la pesquisa. Ahí tenía algo fuerte de lo que agarrarme. Al tener eso, me permitía explorar lo que quisiera. Entonces aparece una historia de amor y algo ligado a lo fantástico. Cuando siento que el pulso de la narración necesita volver al eje, vuelvo al enigma. Los géneros son herramientas que sirven a la historia que quiero contar en distintos momentos.

-¿Qué relación hay entre el antropólogo y el escritor?

-La palabra antropólogo me queda grande. Estudié antropología, me recibí de antropólogo, pero no ejerzo la investigación. Empecé a estudiar antropología para escribir ficción; una idea muy romántica, ¿no? Yo quería ampliar mi universo conceptual y de aprehensión de la realidad y me anoté en antropología sin saber si iba a durar un cuatrimestre. Me enamoré de la carrera y todo lo que leía sentía que me nutría como persona y que para la escritura se multiplicaba, con lo cual no estuve errado en la elección. La apuesta fue usar las herramientas de la antropología para la ficción. El tipo de escritor y docente que soy está marcado por la antropología.