¿Se puede pintar el color en blanco y negro? The Arrival of Spring de David Hockney es una composición de cinco series de cinco dibujos. Veinticinco escenas mostrando consecutivamente la llegada de la primavera en Yorkshire, el corazón de Inglaterra. Los árboles desnudos en enero dan paso a las hojas en abril. Y en los dibujos de mayo ya vemos cómo florecieron.  

En Woldgate, 15-16 May (elegí ese dibujo pero podría haber sido cualquiera de la serie) 

David Hockney traza un camino rodeado de árboles. Al fondo del camino, un poco más difuso, vemos más árboles. Sólo se divisa una esquina del cielo. Está despejado. La sombra de los árboles atraviesa todo el camino. Es de tarde. No llego a precisar la hora. Es después del mediodía y antes del atardecer. Las plantas y los árboles están florecidos. Está llegando la primavera. 

Hockney borra los colores exaltándolos en el mismo acto en el que los quita. La llegada de la primavera es un comienzo cromáticamente explosivo, precisamente porque los colores erupcionan en su negación y advienen desde su reverso en blanco y negro. No hay primavera más colorida que la de David Hockney. Tras el experimento delirante y a la vez racional de pintar aboliendo la paleta que ofrece la naturaleza sin más, el artificio del blanco y negro es el boomerang imposible que devuelve los colores pero en el imaginario del observador. Sin embargo, y paradójicamente, el dibujo es literalmente en blanco y negro. Es melancólico. Es gris. Es una exaltación de la primavera por su opuesto. 

Trasciende el paisajismo tradicional en un acto primariamente homicida liquidando lo que ofrece prima facie la naturaleza: el color, el lugar común de la primavera. 

El Guernica es en blanco y negro. Falta el rojo de la sangre que sin embargo capilariza cada milímetro de la obra. El blanco y el negro es el dolor. 

El día después de que Hockney iniciara el quinto dibujo de la llegada de la primavera, Dominique Elliot, uno de sus asistentes, murió en la casa de Hockney en Bridlington. Atónito y conmocionado, recién a los diez días, Hockney se sintió capaz de reanudar el dibujo, y un mes más tarde, decidió terminar la serie. Hay una intensidad en los dibujos, en el entramado espacialmente complejo de las ramas desnudas que da paso a una abundancia de nueva vida llenando los esqueletos de los árboles de hojas y flores. 

Sin tragedia y sin guerra, pero con una profunda melancolía, David Hockney transita la ceguera atonal. Es un vacío, una nada y una esperanza porque la primavera al final llegará.

Veo la obra y siento el anhelo de los verdes por venir, pero siento el anhelo porque todo es gris. Y eso es lo que realmente me resultó magnético de esta serie. La llegada de la primavera es un augurio del color que va a llegar pero todavía no se ve. Pinta la monocromía interior que aguarda la infinidad de colores de la naturaleza. 

Sus obras también me resultan fascinantes porque me recuerdan a Van Gogh. En los dibujos de Hockney, los entramados de sombras parpadean sobre los caminos a través de los bosques o se reflejan en charcos de nieve derretida. Ambos construyen paisajes con líneas horizontales, verticales y puntos que a primera vista producen una sensación caótica. Pequeños trazos que son como corrientes de energía. Renuncian a la delimitación de las superficies. Dibujan paisajes sin contornos.

También hay una cita a las catedrales de Monet en la reelaboración de la misma escena en diferentes horas del día. Monet pintó más de treinta lienzos de la fachada de la catedral gótica de Rouen en diferentes condiciones lumínicas para captar los cambios causados por la luz natural sobre la catedral. Los pintó con color, claro. En el caso de Hockney, al prescindir del color, ese cambio de horario en el paisaje es sutil y más difícil de identificar. Tenemos que observar atentamente la proyección de la sombra de los árboles en el camino y el valor de los troncos para reconocer la hora del día en el dibujo. 

El acto de ver es intencional y también es automático. Son dos características aunadas y a la vez antagónicas. La primavera implícita que llega para Hockey, es una esperanza estacional que aguarda la mutación desde la letanía casi ciega, hacia la idealizada alegría de los colores. David Hockney es británico, busca el color en los grises insulares. Y lo encuentra.


Sofía Wiñazki nació en 1985, en Caseros, Buenos Aires. Estudió Artes Visuales en el IUNA y dibujo y pintura con Patricio Larrambebere. En 2011 y 2012 concurrió al taller de dibujo de Eduardo Stupía en la Universidad Di Tella y en 2016 al Programa de Artistas Proyecto PAC (Prácticas Artísticas Contemporáneas). Realizó muestras individuales en Praxis (2015), Galería Mar Dulce (2015 y 2014) y en Naranja Verde (2013). Fue seleccionada en el Premio Banco Itaú 2012 y en el Premio Fundación Williams 2012. También en las ediciones 2007 y 2009 de Proyecto A y en las ediciones 2008 y 2009 de “Joven y efímero” en el Centro Cultural Parque de España (Rosario). Fue docente de la cátedra de dibujo de Carlos Fels (IUNA) entre 2008 y 2010. Se puede ver su muestra Cuando el día dura tanto como la noche, dibujos nuevos, en la Galería Mar Dulce hasta el 6 de mayo, Uriarte 1490.