Desde Río de Janeiro. En otra clara muestra de su alejamiento de la trágica realidad vivida por Brasil, el ultraderechista Jair Bolsonaro participó ayer sábado de una marcha que reunió a miles de motociclistas en San Pablo (foto).
Al desafiar el decreto local que prohíbe promover aglomerados e impone el uso de mascarilla, tanto él como su hijo diputado nacional, Eduardo, y el ministro de Infraestructura, Tarcisio Gomes, fueron multados por el gobierno de João Doria, un ex aliado que se transformó en adversario visceral. A cada uno le toca pagar cien dólares. O, mejor dicho, les tocaría, porque sobran indicios de que irán ignorar la punición.
Fue el tercer desfile de motos con la participación presidencial, y el más impactante. Se calcula como mínimo cinco mil motociclistas en respaldo a una campaña electoral que viola todas las reglas y leyes, en otra clara muestra de que Bolsonaro ignora frontalmente las instituciones.
Con el número de víctimas fatales de covid rondando – acorde a los datos oficiales – el medio millón, el ultraderechista insiste en criticar medidas de aislamiento social, anunciar medicaciones que además de no tener ninguna eficacia producen efectos colaterales que pueden llevar a la muerte, y promover aglomerados irresponsables.
En los últimos días pasó a asegurar que el número de víctimas fatales de covid fue inflado por alcaldes y gobernadores, para obtener más recursos del gobierno nacional.
Médicos y especialistas aseguran que de haber una coordinación nacional de medidas preventivas, además de vacunas, se podría haber evitado al menos 375 mil muertes.
Nada, sin embargo, parece suficiente para desviar el ultraderechista de su única obsesión: aferrarse al poder.
El fantasma de Lula
Todos los sondeos de opinión pública coinciden en que el expresidente Lula da Silva ostenta una robusta ventaja sobre Bolsonaro, que sigue atropellando las instituciones, ahora con el foco centrado en alcanzar no solo el respaldo pero también el control absoluto sobre las fuerzas de seguridad pública y las Fuerzas Armadas, en lo que se ve como un paso más rumbo a un golpe preventivo.
Hay que recordar que a lo largo de sus oscuros 28 años como diputado nacional el hoy presidente siempre defendió la dictadura (1964-1985) con todos sus métodos, tortura, vejación y asesinatos inclusive.
Ya en su primer día como presidente – el uno de enero de 2019 – denunció fraude en las urnas, diciendo que había vencido ya en la primera vuelta. Aseguró tener pruebas de lo que decía, pero jamás las expuso.
Milicias
A aquella altura, ya contaba con respaldo de las llamadas “milicias”, bandos sediciosos integrados por policías, civiles y militares que controlan buena parte de las grandes ciudades brasileña.
Una de sus primeras medidas fue liberar el número de armas para civiles, inclusive las de uso exclusivo de las fuerzas de seguridad. Resultado: casi dos millones de pistolas y fusiles en manos de la población.
También contaba con amplio respaldo de los rangos inferiores de las Fuerzas Armadas y de las policías militares de todo el país.
La virtual militarización de su gobierno – entre retirados y activos, hay al menos seis mil uniformados esparcidos en puestos oficiales, con el respectivo y robusto refuerzo en sus ingresos – hizo con que Bolsonaro alcanzara un papel preponderante.
Expurgó sin piedad a los mandos que se negaron a dejar a un lado el rol de las Fuerzas Armadas como instituciones del Estado y no de gobierno, dejó claro que fracasó la hipótesis de que los militares que le rodean sirviesen como fuerza de contención para sus desequilibrios y delirios, y no se cansa de asegurar que solo un fraude en el conteo de votos impedirá su reelección.
"Mi ejército"
Sigue refiriéndose a “mi Ejército”, pese al malestar manifestado por el alto mando de la fuerza. El mismo comandante-jefe del Ejército, general Paulo Sergio Nogueira, se sometió al vejamen de no punir al también general Eduardo Pazuello, cómplice absoluto del genocidio padecido por Brasil, por participar de un acto político de respaldo a Bolsonaro, lo que es vetado por el reglamento militar.
Con esa sumisión, el presidente dejó claro que ejerce control total sobre todo, excepto la opinión pública. Y que caso se confirmen las proyecciones y Lula da Silva arrase en las urnas, hará en Brasil lo que su ídolo Donald Trump intentó en Estados Unidos: atropellar el electorado y permanecer depositando su humanidad en el sillón presidencial.
A menos, claro, que intente anticiparse a las elecciones y llevar a cabo un golpe a su favor. Todo es posible bajo sus desmandes.