Contar una vida en canciones. O sea, cantarla. Cinco décadas, en orden cronológico, desde el momento del nacimiento hasta la llegada del cumpleaños número 50. Un tema por cada año vivido, desde el pasado más remoto al presente más inmediato. Un disco quíntuple. Una movida demencial. Eso es lo que se propuso Stephin Merritt, entregándose en cuerpo y alma a la composición mientras el almanaque seguía su curso y la cuenta regresiva lo acercaba inexorablemente a la fecha. Y el mismísimo día de la celebración redonda, el 9 de febrero de 2015, entró al estudio de grabación con su banda The Magnetic Fields para darle al material su forma definitiva. El resultado es el flamante 50 Songs Memoir y se puede escuchar como un ensayo autobiográfico fascinante y maratónico, intenso y desmesurado. Una obra conceptual fuera de serie.
El principio rector de la experiencia se podría definir como “bien merrittiano”, si se considera que el cantautor y multiinstrumentista había alcanzado uno de sus picos creativos con el álbum triple 69 Love Songs, de 1999, que como su título lo indica contiene esa particular cantidad de variaciones sobre la temática amorosa. O que cinco años más tarde se despachó con i, en el que todas las letras comenzaban con la susodicha letra “i”. Sin embargo, en esta ocasión la idea se le ocurrió a Robert Hurwitz, el presidente de Nonesuch, el sello que lanzó la mayoría de los trabajos recientes de los Magnetic Fields. Hace unos años, mientras compartían una cena en el Oyster Bar de Nueva York, el ejecutivo le sugirió a Merritt que podía ponerse a escribir sobre el medio siglo que estaba a punto de alcanzar desde una perspectiva que tuviera “la presunción de la verdad”.
Prolífico al borde la compulsión, Merritt encontró una seducción irresistible en el “nivel de dificultad” del proyecto, a la vez que su estructura de 50 canciones le planteaba un “set completo de restricciones para construirlo”, según contó en una entrevista reciente publicada por The New York Times. Fue el inicio de un nuevo big bang cancionero. “No suelo hablar de mí en las canciones, es algo que detesto. Y me parece que este disco es lo más cerca que voy a estar de la autobiografía que nunca voy a publicar”, contó en otra nota. “No me sirvió en absoluto como una liberación. No sé si alguna vez intentaste volcar tus recuerdos en un texto, pero en general yo no me preocupo por si lo que escribo es verdadero o no lo es. Y, además, me resulta molesto hacerlo”.
En medio del aluvión de biografías y libros de memorias, documentales y biopics de estrellas del rock de acá, allá y todas partes, el disco parece sintonizar de manera oblicua con esa avidez del público de interiorizarse en los detalles microscópicos del trayecto vital de grupos y solistas. Se trata, en este caso, de un referente de la escena indie del nuevo milenio; un songwriter de culto que, por estas tierras, activó la formación de una banda, Los Campos Magnéticos, dedicada a la relectura de su obra traducida al castellano. Donde 50 Songs Memoir se despega por completo de su contexto y establece sus propias reglas es en el terreno más específico de la escucha: un álbum quíntuple en la era de los temas sueltos. “Nunca tomo decisiones pensando en esas cosas, y dado que fue una idea del sello, no iba a ser yo el que rechazara el proyecto por no ser comercial”, explica Merritt. Y admite que convive con “el temor de que la gente va a descargar las canciones desordenadamente, o va a armar sus listas de favoritas”.
TODO SOBRE MÍ
A la hora de ponerse a escarbar en sus recuerdos, experiencias, sensaciones, anécdotas, a Merritt le resultó más difícil enfrentarse con la materia prima proveniente de los últimos años. “El pasado reciente es un lío, mientras que el pasado remoto aparece ordenado de manera más agradable en categorías. No te podés acordar de nada que esté fuera de lo que supuestamente pasó”, explicó en una entrevista con The Guardian. Familiares, amigos y amantes que desfilan por la autobiografía sonora fueron consultados previamente. “Con la gente que podía sentirse insultada, se lo aclaré antes, incluyendo a mi madre. En la canción ‘No’ digo que ella no cree en el universo físico y que no tiene evidencias para sostenerlo, y ella sólo me objetó que tenía un montón de evidencias para hacerlo”.
“Me pregunto de dónde soy”, canta en el tema que inaugura el recorrido cronológico, fechado en 1966, el año de su nacimiento. “Nunca me quedé en el mismo lugar más de dos años”, sigue el cantautor, que padeció una especie de nomadismo materno que lo llevó a vivir en una treintena de lugares antes de haber cumplido los veinte. Las canciones que hacen referencia a su más tierna infancia fueron construidas en base a su capacidad de abstracción y, también, a la información aportada por su madre. “‘70: They’re Killing Children Over There” describe las impresiones de un chico de cuatro años que fue de la mano de su mamá a un recital de Jefferson Airplane. En un momento dado, la cantante Grace Slick arengó desde el escenario: “Están matando chicos allá”, en alusión a la masacre de jóvenes en plena guerra de Vietnam. Y el pequeño Stephen entendió, horrorizado, que se estaban cometiendo crímenes de niños en el mismo espacio donde transcurría el show.
Excepto por una puntual advertencia materna (“El rock and roll te va a arruinar la vida/ como a tu demacrado padre”), la figura de su progenitor brilla por su ausencia: se trata del cantante folk Scott Fagan, al que conoció personalmente de adulto y con el que no tiene relación. Como contrapartida, descarga todo su veneno sobre uno de los novios de su madre en “‘77: Life Ain’t All Bad”: “Espero no volver a toparme/ con otro pedazo de mierda como vos”, escupe. “Estoy seguro de que mi mamá quería que pase más tiempo escribiendo sobre otros aspectos de mi vida”, confesó en la nota del New York Times. Lo que se propuso, dijo, fue concentrarse en “cincuenta cosas que fueran diferentes entre sí. La mayor parte de la vida es lo mismo, pero traté de encontrar el máximo contraste posible”. En ese plan, puede evocar desde una indomable mascota de su infancia (“‘68: A Cat Called Dionysus”) hasta su primer vuelo transoceánico (‘80: London by Jetpack”).
A lo largo del medio centenar de piezas, también se pueden encontrar constantes nudos de sentido que enlazan implícitamente distintos momentos de su existencia. Por ejemplo, la línea que podría trazarse de los clubes y bares gay de Nueva York que curtió en su juventud (“‘84: Danceteria!”) al himno que le dedicó al Dick’s Bar del East Village, el mismo en el que escribió una buena parte de las letras de 69 Love Songs (“‘02: Be True to Your Bar”). Su educación sentimental es otro de los grandes tópicos que atraviesan el álbum, ese sístole/diástole de amor y desamor que desemboca en la esperanzadora pieza que cierra la lista (“‘15: Somebody’s Fetish”). No hay referencias al descubrimiento de su homosexualidad, un asunto que le resultaba trillado de antemano. “Una vez que leíste tres historias de gays que ‘salen del closet’, ya no hace falta otra más”, aclaró.
MEMORIA MUSICAL
Las primeras bandas de Merritt, el dúo One and a Half y el trío The Black Widows, emergen de sus recuerdos en “‘78: The Blizzard of ‘78”. “Hacíamos que los Cramps sonaran orquestales”, canta, con una mezcla de humor y ternura. “Hacíamos que los Shaggs sonaran como Yes”, agrega. En términos musicales, algunas de las claves que iban a definir el sonido de los Magnetic Fields se revelan de forma indirecta, casi accidental. “‘81: How to Play the Synthesizer” describe sus primeras armas con un instrumento que, más tarde, sentaría las bases del synthpop de la banda. Mientras que “‘92: Weird Diseases” se ocupa de las extrañas enfermedades con las que fue diagnosticado desde chico (epilepsia, síndrome de Asperger, fatiga crónica y otras), que en 1992 sumaron a la lista la hiperacusia: la intolerancia a ciertas frecuencias que hace que le resulte imposible tocar con un set completo de batería sobre el escenario. Otro rasgo característico de los Magnetic Fields: el predominio de percusiones y cajas de ritmos.
La instrumentación crea un clima entre surrealista y onírico, que abre una nueva dimensión en esas historias cantadas en primera persona. Según el portal del sello Nonesuch, Merritt toca un centenar de instrumentos a lo largo de las dos horas y media que se extiende el trabajo, desde el sintetizador Roland JP-8000 al cavaquinho, pasando por el piano Wurlitzer, la caja de ritmos Yamaha RX21, el xilofón, el ukelele y el güiro, entre muchísimos otros que aparecen en la lista. Además de los músicos invitados, lo secundan sus habituales compañeros de aventuras en The Magnetic Fields: la percusionista y pianista Claudia Gonson, el cellista Sam Davol, el guitarrista John Woo y la vocalista Shirley Simms. Juntos transitan por los caminos más diversos, desde la psicodelia al pop indie, pasando por la música dance, el surf rock y hasta las canciones infantiles.
El tono melancólico que impregna los momentos más luminosos y el toque irónico que descomprime la oscuridad de ciertas letras, ese delicado equilibrio que condensa el sobrio registro de barítono de Merritt y que es una de las marcas de identidad de los Magnetic Fields, parece encontrar nuevos matices en 50 Songs Memoir. La catarata de canciones se puede escuchar, también, como un conmovedor intento del songwriter de superarse a sí mismo, de establecer un nuevo punto de referencia en una obra que para muchos alcanzó su pico creativo con 69 Love Songs. Fue en busca del tiempo perdido y se animó a darle forma a lo que él mismo define como “una mezcla de autobiografía y documental”. Como afirma en la entrevista incluida en el librito interno del CD: “Soy la persona menos autobiográfica que vas a encontrar. Probablemente no voy a volver a escribir tantas canciones basadas en hechos reales, pero fue muy interesante trabajar en ellas para este disco”.