En vez de jugar con muñecas, la niña Nelly Prince prefería clavos, escarbadientes, tornillos. Y también le daba por enfundarse en coloridos mantones para entonar canciones andaluzas frente al espejo. Despabilada y resuelta, a los 6 se mandó la travesura que le cambió la vida: cruzar la calle sola. De la boutique de su madre se fue a Radio Belgrano, preguntó por la directora de La Pandilla de Marilyn, y cuando la susodicha se acercó, le dijo muy suelta de cuerpo que quería ser artista. Le dieron unas escenitas, pasó la prueba y al día siguiente debutó oficialmente en radio. “Con Alberto Migré éramos compañeritos en La Pandilla..., él era más chiquito, yo lo adoraba. Por algún motivo, años más tarde, en mi época de telenovelas, siempre me llamaba para el rol de tercera en discordia, de amante (de Atilio Marinelli, de Arnaldo André...). ‘¿Vos me ves sexy a mí? Si soy un angelito’, le decía yo con mi mejor cara de inocente. Y él, un maestro a la hora de hacer cásting: ‘Qué angelito ni angelito, vos sos una pícara’”.
Más de ocho décadas después de la diablura iniciática, su hoja de ruta no deja mentir: Nelly ha hecho tantísimo más de lo que pueda creerse. Fue parte de la compañía de Eva Duarte y de Blanca del Prado por Radio Belgrano; de Nené Cascallar por Radio Splendid. Participó de Los Pérez García, programa sensación de Radio El Mundo. En teatro, cantidad de roles desde su temprana iniciación (“Mi primer teatro fue a los 10, como la Cathy, en la etapa de niñez, de Cumbres Borrascosas, con Pedro López Lagar”): con igual arrojo y ductilidad, reemplazó a la vedette Ámbar La Fox como azafata americana en el exitosísimo vodevil Boeing Boeing, de Marc Camoletti; o interpretó a doña Inés de Don Gil de las calzas verdes, de Tirso de Molina. Estuvo en piezas como Como con bronca y junando, de Pedro Asquini o en la comedia musical Discepoliana, inspirada en Enrique Santos Discépolo. Y, ya más cerca en la cronología, se lució en Póstumos, de José María Muscari, junto a figuras de la talla de Hilda Bernard o Max Berliner.
En cine, Nelly ha estado en películas de realizadores tan diferentes como Leopoldo Torre Nilsson, Enrique Carreras, Julio Saraceni, Diego Rafecas (“Siempre papeles secundarios, ningún protagónico, en comedias con Sandrini, Lolita Torres, los Cinco Grandes del Buen Humor, Palito Ortega”). También se animó a las canciones para chicos, y no faltará el afortunado que, revisando las bateas de disquerías vintage porteñas, dé con los discos infantiles edición Calesita que grabó junto a Guillermo Brizuela Méndez. Con quien, dicho sea de paso, no solo estelarizó algunas de las míticas publicidades en vivo de los albores de la televisión argentina: también protagonizó ciclos como Nelly y el Negro, Estamos en el aire y Ahí viene el circo. Y, claro, fue una de las primeras locutoras de la televisión argentina en blanco y negro, en el viejo Canal 7, donde luchó en vivo contra licuadoras rebeldes y sofá-camas que no querían replegarse, haciendo las delicias de espectadores que se doblaban de risa con sus improvisaciones.
“Marilyn, la de la Pandilla, fue mi primera maestra como actriz; la segunda, Milagros de la Vega, mirá que bárbaro. Después hice el conservatorio”, recuerda Prince. A estudiar canto arrancó a los 12 años, con Fanny Day, directora del coro estable de Radio El Mundo; luego siguió con Susana Naidich, que “me colocó bien la voz, me enseñó a respirar: es fantástico lo que te ayuda la técnica”. “A los 15 años hice Yo llevo un tango en el alma, en el teatro Nacional, nada menos que con Olinda Bozán y Alberto Castillo, un éxito. Ahí cantaba un tango, aunque entonces aún no me gustaba el género, a diferencia de ahora que me mata: lo digo sintiendo cada palabra, cada pausa, entendiendo cada letra maravillosa de estos poetas nuestros, dejándome atravesar por emociones muy profundas. Es como si lo comprendiese más a medida que pasa el tiempo”, confiesa la dama que diez años atrás editara su primer disco, Tarde, título en honor a la preciosa canción de José Canet. Y que ahora, tras agotar entradas en enero y febrero como artista invitada de Canciones Bárbaras en el Tasso –espectáculo musical que encabezan su hija Cristina Banegas y Rita Cortese–, continuará fulminando corazones milongueros en próximas fechas, con imbatibles interpretaciones de, por caso, “Como dos extraños” o “Tinta roja” (todos los jueves de mayo nuevamente en el Torquato Tasso, Defensa 1575).
“Yo soy medio bruja blanca, tengo una precognición impresionante: le venía diciendo a Cristina que hagamos un show en el Tasso. Porque nos ha ido tan bien haciendo tangos; hemos llenado en Tucumán, Córdoba, Rosario... Yo hacía todas las canciones románticas y dramáticas, y Cristina cantaba los tangos reos ¡con una gracia! Cuestión que justo Rita le ofrece hacer algo juntas, y ha salido este espectáculo maravilloso. Que no es de taquito, ¿eh? Somos tres minas muy laburadoras, ensayamos mucho”, aclara por si hacía falta. “Me rejuvenece trabajar”, dice la actriz y cantante que tiene una memoria envidiable, a diferencia de su personaje en la obra Memento Mori, comedia negra que protagonizó este año en el Camarín de las Musas, con dirección y adaptación de Luz Orlando Brennan, inspirada en el libro de Muriel Spark. “Nunca había hecho teatro independiente”, cuenta sobre su debut en el off, donde hizo a un un personaje presuntamente senil, que lidia con un llamado telefónico anónimo que avisa “Recuerda que debes morir”.
De su madre, obvio es decirlo, lo recuerda todo: “Ella, que era bellísima, fue la que me transfirió el amor por la música. Cantaba como una alondra pero sus padres no la dejaron ser artista; una gran frustración, pobre mamá. Por suerte, conmigo tuvo revancha, estaba fascinada con mi carrera. Locura sentía yo por mi vieja; y ella por mí. Nos dimos el alma y la vida. Porque cuando papá murió, a mis 10, ella fue la que sacó adelante la familia. Cosía de sol a sol, por las noches te despertabas y la veías con la máquina. Era brava mamá, y tenía una gracia… Fijate que, cuando con Jorge Luz hacíamos parejas famosas de la historia en Domingos de mi ciudad , programa en Canal 11, de los hermanos Sofovich, un día nos tocó Frank Sinatra y Mia Farrow, que estaban en pleno romance. Entonces me corté el pelo cortísimo, una melenita de un centímetro. Y cuando fui a visitar a mamá, ella me mira y me dice: ‘Ay, hija mía, menos mal que no tienes que hacer de María Antonieta… porque en ese acaso, te decapitas’”.
“Ahora estoy soñando despierta con una comedia deliciosa de tres personajes”, adelanta Prince sobre una futura obra que quiere interpretar, con prometedor guión al estilo de la serie Golden Girls, de María Antonieta Eyras. “Ya lo hablé con Edda Díaz y Lidia Catalano. Es sobre tres jubiladas; un libro muy gracioso sobre los peripecias de quienes han vivido tiempos mejores. Un proyecto muy atractivo que estamos peleando a muerte, porque todavía no conseguimos teatro”.
Cuando en el 79 Nelly y Luis (Valenti, su marido), compraron el ya mítico departamento donde Prince aún reside, ella se ocupó de diseñar hasta el más ínfimo detalle. Empezando por quitar el rosa ¡horror! de las paredes, acondicionando cada habitación con parlantes empotrados en altura, ubicando muebles y sillas –emperifolladas con rosetas surgidas de su imaginación– en sitios clave. “Cambié los placares de lugar. Al piso de cemento lo mudé a mármol. Y colgamos arañas Swarovski en el living, en el dormitorio...”. Para la mesa, madera africana. Las fundas de las almohadas, de Arabia Saudita. Máscaras originales tailandesas, detalles de Polinesia, Japón, Nepal por doquier... Sin dejar de mencionar los abanicos de herencia familiar, con detalles de oro y láminas de mármol; o los interiores empapelados con dragones puro-fuego, otro sello distintivo. “Todo, todo lo diseñé yo misma”, se ufana.
¿También dibujás, Nelly?
–Sí, cursé dos años en Bellas Artes. Mi abuelo andaluz, por parte materna, era pintor y escultor, y todos los nietos salimos con cierta afición al dibujo. Pero el primer año fue un plomazo: mucha estilización, mucha carbonilla. Además, ya trabajaba en lo mío, que me encantaba. Mi mamá solía decirme: “Hija mía, eres alumna de todos los oficios, maestrilla de ninguno”. Y es verdad, porque estudié 80 cosas pero solo le fui fiel a mi carrera como actriz.
Con tu marido recorrieron prácticamente todo el mundo…
–Me faltan pisar pocos países, es cierto. Luis era un gran tipo. Un hombre de negocios, que tenía una de las fábricas más grandes de autopartes del país. Pero le encantaba el arte. Tuvimos un boliche, un café concert, de mucho éxito en Punta del Este, donde se bailaba y se comía. La gente se mataba por entrar. Acá también tuvimos uno, pero no funcionó, perdimos hasta el apellido...
En los 50, en los inicios de la tevé, hacías avisos en vivo que, además de informar sobre los productos, a veces devenían pequeños sketches cómicos…
–Y eso que salían de casualidad, mucha improvisación. Por ese tiempo, yo me había separado del papá de Cristina y no tenía un mango partido por la mitad. Entonces me ofrecieron hacer avisos y me negué porque no me interesaba. Pero tanto me hincharon que pedí una suma grande, pensando que así me los iba a sacar de encima. Bueno, aceptaron y no tuve más remedio que cumplir. Como las agencias todavía tenían el métier de la radio, yo les corregía los textos.¿Para qué iba a decir que el objeto era negro y brilloso si lo estaba mostrando? Les cambiaba todo, un poco jugando, y les encantaba.
En cierto modo, fuiste creativa publicitaria, escribiendo avisos sobre la marcha…
–Es que yo escribo también. En una época muy triste, hacía poesías que hablaban de la soledad. También escribí algunas novelitas y una especie de sainete criollo, que nunca terminé porque me interrumpió un trabajo nuevo. Todo en secreto, me daría vergüenza publicarlo. Volviendo a los avisos, con Brizuela Méndez empezamos a disfrazarnos, a cantar, a bailar, a hacer todas las locuras habidas y por haber. En una de las veces en las que, estando al aire, se olvidó la letra (no estudiaba mucho el Negro querido), me empezó a perseguir de rodillas por el estudio, rogando: “Gallega, decime por favor cómo sigue esto”. ¡La gente doblada de risa! Muchos creían que estaba todo guionado, pero no. Al tiempo hice Don Gil de las calzas verdes, de Tirso de Molina, en el San Martín y después en gira; yo encarnaba a doña Inés, actuaba Norma Aleandro. Cuando lo hicimos en Canal 7, íbamos en la carroza. Y se nos desbocaron los caballos. ¡No sabés lo que costó agarrarlos!
Hay que tener mucha cancha y pasta cómica para salir de semejantes enredos luciendo como una consumada comediante…
–¡Es el miedo! Una reacción animal que te lleva a salvar la situación. Porque del terror que tenés, te tiembla hasta el alma. Y se produce un desdoblamiento mental. Estás leyendo la letra y, a la vez, pensás: va a ser debut y despedida, hoy me echan. Pero, bueno, nunca ocurrió, y seguí con ese ritmo hasta que Cristina tuvo 11 años; entonces ella me dijo: “Mamá, si no largás los avisos no vas a volver a actuar”. Supe que me moriría si dejaba mi vocación. Y largué todo. Los avisos me jorobaron la carrera de actriz; perdí muchos años de hacer lo que me gustaba porque no me tomaban del todo en serio como intérprete. Todo por mi éxito con los avisos en la televisión. Gogó Andreu una vez me dijo que era un defecto de nuestro país, que en Estados Unidos –donde había vivido– cuánto más versátil un actor, más lo valorizan. Acá, en cambio, te encasillan. Una tontería, porque las personas somos bastante polifacéticas, con diversas aptitudes. Aún más si nos estimulan.