José Ber Gelbard, fue un comunista, fundador de la Confederación General Económica, ministro de Perón y ¡catamarqueño!, aunque no de nacimiento. Quizás usted también lo ignoraba. Sí: la vergüenza de la ignorancia no podía más. Me entero que había pasado gran parte de su vida y de sus amistades como comprovinciano. Pero a su vez empresario, artífice del gran acuerdo económico entre CGT, CGE, industriales, empresarios. Intentaremos pensar: ¿Cómo llega un comunista con sentido común a ser parte de semejante coalición?
Pues bien, en tiempos donde la confundida izquierda nacional, aturdida por la posderrota, (ver Silvia Schwarzbock) se encuentra con las mismas respuestas que nunca han solucionado nada, en la comodidad de la honestidad-coherente, de la masturbación pocoturbada, imperturbada. La izquierda acética, profiláctica y profética-señaladora, es una izquierda, nunca más alejada de Marx, y nunca más cerca de la “teoría marxista”, que repotencia el gesto de Ber Gelbard y su participación de la gestión de lo común.
El populismo -dice Laclau- no tiene un contenido específico, es una forma de pensar las identidades sociales, un modo de articular demandas dispersas, una manera de construir lo político. Mouffe acota que el populismo no llama a terminar con las instituciones de la democracia representativa, sino a revitalizarlas desde adentro, para que inclinen la balanza a favor de mayor igualdad. Pero para eso hay que trazar una frontera política entre un populismo de derecha que entiende al “pueblo” de manera restrictiva, dejando fuera a quienes amenacen la identidad nacional y las claves del consenso, y un populismo de izquierda que apueste a profundizar la inclusión en la democracia.
El aumento de las desigualdades genera múltiples resistencias, demandas, luchas que el consenso post-político, ese que pretende estar más allá de los partidos y la disputa ideológica, es incapaz de escuchar. Esas resistencias son transversales y heterogéneas: los trabajadores, los excluidos, los inmigrantes, las clases medias precarizadas, el movimiento de mujeres, la comunidad LGBT. ¿Qué significa esto para la izquierda?: la ocasión inmejorable de articular esas demandas con discurso y creatividad.
Derrida en Espectros de Marx, afirma: “no tenemos por qué solicitar el acuerdo de Marx, muerto antes incluso de estar muerto lisa y llanamente para heredarlo: para heredar esto o aquello, esto más que aquello, que sin embargo nos viene por él, a través de él, cuando no de él”. Y no tenemos por qué suponer que Marx estuvo de acuerdo consigo mismo. “De lo que estoy seguro, es que no soy Marxista”, le habría dicho a Engels.
Es precisa la desconexión, la interrupción, lo heterogéneo, al menos si hay alguna precisión es esa que es más allá de un “deber ser”. Es interesante cómo el feminismo ha entendido (aun sin entender, por suerte) esta etapa de inconmensurabilidad, de heterogeneidad consigo mismo, de apertura, que todo lo vuelve posible.
El feminismo y su potencia, tiene (y tendrá) un doble filo de cuidar. No debe caer en la trampa de no articular con luchas económicas, ecológicas, pues al igual que el viejo pecado marxista-ortodoxo, de no haberse visto con perspectiva de género, puede ser deglutida, fagocitada, y digerida por el capitalismo-con-cara-de-boludo, y pared blanca costosa de repintar.
Mucha de la mística que se ha desvanecido en el cálculo confuso de la izquierda, ha sido resignificada por lo feminista. El pecado del New Marxism es su olvido de la naturaleza y de lo colectivo, de lo común, el sectarismo individualista (aunque sea en grupos extremistas separatistas) inflexible, anula la posibilidad de funcionar como crítica social, ya que proporcionan simultáneamente, condiciones para la ratificación política de lo dado. Ese viejo gritón, con un par de súbditos, funciona como señalamiento en su alteridad absoluta, en su necia utopía, como excusa al status quo. Como la Venezuela del pensamiento político. El zurdo es el conservador de sí mismo estetizado.
Lo que la dictadura instala como victoria disfrazada de derrota es un horizonte vital: la vida de derecha como única vida posible. “La economía es la que introduce la finitud en la política”, grita Schwarzböck. Y grito yo.
La izquierda radical es la que busca hacer algún tipo de pacto con el fracaso, para así permanecer fiel a él. Pero entonces acecha siempre una peligrosa tentación de convertirlo en fetiche, de olvidar que no es ahí, sino en la plenitud y la afirmación humana, en donde se fundamenta el fin de la acción política. La lección trágica del marxismo es que no se puede conseguir tal plenitud sin haber hecho todo el camino a través del fracaso y desposesión, para luego emerger en algún lugar del otro lado.
Según Eagleton, la meta del marxismo es devolver al cuerpo sus capacidades expropiadas (otro punto en común con el feminismo); pero solo aboliendo la propiedad privada podrán los sentidos volver a su verdadero lugar. Si el comunismo es necesario, es porque no somos capaces de sentir, gustar, oler y tocar tan plenamente como podríamos.
La muerte de Perón en julio de 1974, fue también la muerte política de Gelbard, que se quedó sin su principal sostén. Presentó su renuncia a Isabel Perón en octubre de 1974. Pero antes de retirarse, emitió un discurso por cadena nacional donde resaltaba los logros obtenidos en su gestión, como un crecimiento del PIB del 10%, un aumento en participación de los trabajadores en la renta del 33,0 al 42,5%, y un descenso de la desocupación del 6,1 al 4,4 %, además de un incremento de 800 millones de dólares en las reservas incluso después de desendeudarse con el FMI.
Quién fue José, si no un sentido común-ista como cualquier otro.