Acaso lo primero que debe hacerse en este augusto bicentenario es recordar por qué muchos creemos que nuestro pueblo  debe honras a este revolucionario muerto hace 200 años.

Se ha de señalar entonces que sobre las espaldas de este salteño, y sobre las de los hombres y mujeres que lo seguían, se asentó el peso total de la guerra por la independencia. El despliegue del plan sanmartiniano tuvo su clave de bóveda en el temple de Güemes; si su resistencia en Salta hubiese cedido, las tropas del yugo absolutista habrían asfixiado en un tris el sagrado grito de Mayo. Como habitantes del país histórico no debiera haber quien dude entre nosotros de aquello que afirmara el historiador Bernardo Frías: la historia de Güemes es la historia de la independencia Argentina.

Al hombre cuyo sacrificio deben la libertad nuestros padres y nuestros hijos, sentimos que tenemos que darle larga memoria de gratitud y honor. La pregunta que en estos días solemnes nos acosa es cómo.

Nuestro lado menos plausible ha permitido que el fetichismo de la gauchez se apropie del homenaje a lo largo de mucho tiempo. Es por eso que hay quienes sostienen que un desfile de caballos es algo sagrado. Con entusiasmo, que debe reconocérseles, lo que proponen es que el mejor homenaje que puede hacerse es verlos a ellos, montados a caballos con su disfraz. 

No es que esté mal, durante años nos pareció que bueh… era además el único canal para que buenos hombres y mujeres de todo el territorio provincial pudieran expresar su pertenencia a la prole del primer gobernador democrático de Salta. Sin embargo, los doscientos años y su marco de pandemia han sacado a la superficie los vicios e insuficiencias de esa repetición mecánica. A la nueva luz, sólo se ve a una minoría política empeñada en imponernos el espectáculo de la gallardía imaginaria de unos hombres cuya única batalla fue contra tiernos pañuelos de tiza blanca.

Es que ciertos rasgos de este tradicional desfile, lejos de aquilatar los valores güemesianos, y pese a la inocencia de la mayoría de sus partícipes, lo que ha hecho es brindar un mecanismo de exhibición y refuerzo de algunos de los males sociales que nos aquejan, entre ellos la desigualdad ligada a nuestro atraso y a nuestro conservadurismo provinciano en materia de producción.

En otro lugar están quienes entienden que la mejor forma siempre es la de difundir la gesta histórica, pues en la reivindicación del prócer invisibilizado por sus adversarios sí hay una verdadera lucha pendiente.

Entre las ideas con qué ejemplificar en este mejor sentido está la concreción del Museo de Güemes en nuestra ciudad de Salta. Allí se enclavó una correcta enseñanza para que cada argentino que nos visita se entere de lo que en sus provincias debió enseñarles la escuela.

También la imposición del feriado nacional se enmarca en esta idea militante, idea que debimos ver abucheada por las clases opinantes de otras regiones, de igual modo que las que aquí contenemos abuchearían la reivindicación de Artigas. Por eso vale, porque el reconocimiento al sacrificio del héroe gaucho es el reconocimiento al sacrificio histórico del pueblo del Norte por la independencia Nacional, y éste es al mismo tiempo el reclamo de nuestra injusta postergación. Porque en buena parte se trata de sembrar la conciencia en la nación, sacarla del embrujo de quienes se sirvieron del fin del caudillo.

Empero, distinguido lector, ni el gobierno ni algún club ecuestre son los máximos responsables de honrar al padre de los pobres, esa deuda es del pueblo americano y los salteños somos sus guardianes. Y, como toda deuda de honor, no puede pagarse sino con lo que verdaderamente sale del corazón.

Quizás entonces nuestro mejor homenaje sea pensar. Afianzar de verdad nuestro Güemes interior, ese que poco o mucho todos cultivamos en nuestras ideas y acciones.

Sacudir individualismos y alienaciones y abrazar aquel ideal de la gran patria americana de hermanos liberados. Desmontar de nuestros privilegios para elevar a los sometidos.

Usar nuestro poder para amparar a los débiles.

Amar esta tierra cuyo fruto de libertad regaron con sangre los negros, criollos, indios y mestizos que sí hicieron este país; y no guardar cuartel para los que aún hoy someten a los hijos de América, explotan sus esfuerzos y drenan el futuro de nuestros pueblos.

Si algo de este Güemes dejamos crecer adentro nuestro, habremos honrado nuestra parte de la deuda que todos tenemos con el revolucionario que hace dos siglos pagó nuestra independencia con su vida.