La noche del domingo 30 de mayo, dos semanas antes del comienzo de la Copa América, la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) oficializó que Argentina no sería sede del certamen continental “en atención a las circunstancias presentes”. La situación aludida entre líneas era el aumento de casos de Covid-19 desatados en el marco de la segunda ola. Colombia, la otra sede en cuestión, ya había sido dado de baja por la conflictividad social y por los estragos que también estaba causando la pandemia. Ante la imposibilidad de que la Copa se dispute por primera vez en la historia en dos países y con el antecedente de la suspensión en 2020, se definió a Brasil como nuevo destino. La postulación y las garantías ofrecidas por el presidente brasileño Jair Bolsonaro pesaron más que las estadísticas que muestran a su territorio como el más afectado de la región por los casos de coronavirus.
Luego de organizar el Mundial 2014 y los Juegos Olímpicos 2016 en Río de Janeiro, la Copa América volvió a Brasil. Sí, dos años después de la última edición del torneo y a pesar de que mandatarios de otras latitudes también se habían postulado para recibirla. Ahora bien, esta decisión teñida de ribetes políticos y sanitarios tiene un correlato deportivo que debería preocupar a todos los participantes: siempre que el pentacampeón mundial fue sede la Copa América terminó levantando la copa. ¡Y ocurrió cinco veces!
El fenómeno de localía imbatible comenzó en 1919, en la tercera edición de lo que por entonces se denominaba Campeonato Sudamericano. Otra pandemia - de la de la gripe española en ese caso – impidió el normal desarrollo de la competencia en 1918 y debió aplazarse un año. Finalmente, el dueño de casa logró su primera consagración e impidió el triplete de la selección uruguaya.
Tres años más tarde Chile se preparaba para recibir el certamen. Sin embargo, un pedido especial por el centenario de la independencia brasileña alteró los planes. Río de Janeiro albergó a cinco selecciones y tres de éstas quedaron igualadas en el primer lugar con cinco puntos: Paraguay, Brasil y Uruguay. La resolución del torneo fue increíble. El elenco charrúa se bajó de la definición por considerarse perjudicado por el arbitraje y Brasil terminó llevándose la final ante los guaraníes por 3 a 0. Por su parte, la Selección Argentina, que un año antes había conseguido quedarse por primera vez con la copa, no llevó a todas sus figuras y sus dos triunfos no le alcanzaron para meterse entre los finalistas. Desde su nacimiento, salvo las interrupciones de 1918 y 1928, el torneo se desarrolló anualmente hasta 1929.
Ya en 1949, la verdeamarela volvió a ser protagonista en sus tierras tras 27 años de sequía. Ocho selecciones se enfrentaron todos contra todos y nuevamente la definición se dio ante el combinado paraguayo. Siete tantos endosó el conjunto dirigido por Flávio Costa, aquel que un año después caería ante Uruguay, en el Maracanazo, en la recordada final del Mundial 1950. Para comprender el poder ofensivo que tuvo ese equipo de Brasil campeón de América, basta recordar algunos números: logró 46 goles en 8 partidos y los tres primeros lugares de la tabla de goleadores los ocuparon sus jugadores: Jair con nueve conquistas, Ademir con siete y Tesourinha con otros siete. En esa ocasión, Argentina no participó de la copa afectada por una huelga de futbolistas que había comenzado un año antes y le impedía tener a sus mejores jugadores a disposición.
Brasil debió esperar cuatro décadas para reencontrarse con la gloria continental. Más allá de los tres Mundiales logrados en ese plazo, el éxito en Sudamérica recién regresó en su casa. Río de Janeiro, Salvador, Recife y Goiânia fueron las sedes que albergaron a los diez seleccionados de la Conmebol, que se dividieron en dos zonas. Brasil se hizo fuerte a partir de una columna vertebral que años más tarde lo llevaría a quedarse con el Mundial de Estados Unidos 1994. Claudio Taffarel en el arco, Branco en la zaga, el equilibrio en el medio de Dunga y Mazinho y arriba la capacidad goleadora de Bebeto – goleador del certamen con seis tantos - y Romario.
A pesar de un arranque titubeante, selló su pase a la fase final con un triunfo ante Paraguay. Luego superó 2 a 0 a la Selección Argentina con goles de su dupla de ataque, hizo lo propio ante Paraguay por 3 a 0 con doblete de Bebeto y otro tanto de Romario y se impuso a Uruguay, por la mínima, con una conquista más del “Chapulín” Romario. Cinco victorias, dos empates, once goles a favor y sólo uno en contra para un elenco que fue de menos a más y que se apalancó en el apoyo de su gente para encontrar su mejor versión. Aquel torneo significó, además, la última Copa América para Diego Maradona. Pelusa se despidió con un tercer puesto y sin haber alzado la copa más antigua de selecciones de fútbol del mundo.
La “Canarinha” festejó también en 2019, en la última edición del torneo. Con un equipo repleto de jugadores que militaban en el fútbol europeo, más la frescura ofensiva de Everton (de Gremio en ese momento), la capitanía de Dani Alves y la conducción de Tite, mostró un juego sin el vuelo futbolístico de antaño, pero con mayor solidez defensiva y equilibrio. Sólo recibió un gol, aquel que le marcó Paolo Guerrero en la final, en la victoria 3-1 ante el seleccionado peruano dirigido por Ricardo Gareca.
Con semejantes antecedentes, con nombres propios que meten miedo (Neymar, Gabriel Jesus, Vinícius Júnior, Casemiro, Marquinhos y Ederson, entre otros), con las sedes definidas (Río de Janeiro, Brasilia, Cuiabá y Goiânia) y con un presente inmaculado en las Eliminatorias Sudamericanas (seis jugados y seis ganados), la mesa parece servida para otro banquete. Será cuestión de ver si la dinámica de lo impensado que pregonaba Dante Panzeri juega sus fichas o si la lógica de los sucesos si extiende hasta superar el siglo.