El 5 de abril de 1993, Emerson, Lake & Palmer tocó por primera vez en la Argentina. Fue en Obras y en domingo, porque una tremenda lluvia les había impedido hacerlo el sábado. El trío estaba medio de vuelta. De hecho, le faltaba solo un año para grabar In the Hot Seat, su noveno y último trabajo en estudio. Había dado casi todo de sí. Pero el delay rockero que sufría por entonces la región hizo que las casi tres mil personas presentes en el templo de Libertador quedaran estupefactas ante la performance escénico-musical.
Secuencia inolvidable: promedia la interminable suite “Tarkus”. Keith Emerson, que merodeaba ya los 50 años, se para sobre los teclados y empieza a arrojar bengalas hacia el techo. Sí, bengalas… una ironía del destino. Por suerte no había tela inflamable como en Cromañón, y la sinergia entre colores, olores, fuegos y estruendos dejó inmóviles a todos y a todas. Estupefacción total.
Lo del delay no es capricho, porque lo que se vio y se escuchó aquella húmeda noche otoñal en Obras fue lo mismo que este genial trío categoría dinosaurio venía haciendo al menos desde el alba de los '70. Desde las primeras presentaciones de Tarkus, disco bisagra en la historia del rock si los hay, de cuya edición se cumplen hoy 50 años. Fue una obra conceptual teñida de aristas estéticas inexploradas hasta entonces. Y además, tenía esas increíbles telarañas de melodías. Esas capas sonoras. Esa acumulación de disonancias. Esas métricas dispares, infernales, sostenidas por un arsenal instrumental también inédito. Esa sinergia entre belleza, locura y pretensión, llevada al punto de generar en principal propulsor (Keith Emerson, claro) la idea de campeón mundial del rock progresivo.
Si bien el bueno Keith ya venía mostrando sus dientes sinfónicos no solo a través del excelente disco debut del trío –el de “Lucky Man” y la furibunda "Knife Edge"-, sino también en The Nice, la banda previa, su tremendo trabajo en Tarkus terminó coronándolo en el cetro del género, a fuerza de alquimias. De hacer convivir a Bach y su sonido a órgano de iglesia –de hecho usó el de la de San Marcos para la grabación de una de las piezas- con acordes a lo Bartok, y unos solos de Hammond cuyas cadencias resultaban infernales.
Claro que tal intrepidez sónica no hubiese sido posible sin Greg Lake, bajista-guitarrista proveniente de King Crimson que, aunque molesto con los ritmos asimétricos que proponía Emerson -llegó a llamarlos “basura esotérica”- gozaba de la templanza necesaria como para limar asperezas antes de tocar. ¡Y tocarse todo! Mucho menos aún sin ese baterista más condescendiente con los atrevimientos del pianista llamado Carl Palmer que, entre doble bombo, gongs y demoledoras campanas tubulares, contribuyó al (des)equilibrio necesario para que el trío rompiera todos los moldes.
Uno de ellos radicó en lo que empezaba a ser un signo de época: la duración de las piezas “rockeras”. “Tarkus” -el tema- fue el más largo la historia del rock, hasta que la ficcional, ambiciosa y compleja “Karn Evil 9” otra pieza de los mismos EL&P la superó dos años después, apenas por algunos segundos. Los casi 21 minutos “Tarkus” ocupaban todo el lado 1 del vinilo. Era una suite con siete partes entre las que brillaban la inaugural “Eruption”, “Stones of Years”, y el desenlace final de “Aquatarkus”, ese que comienza con una furiosa paliza al gong, y se desarrolla en un infierno de teclas al tono.
El lado 2 también es para alquilar balcones. La cosa parece tornarse normalita a través de la breve “Jeremy Bender”, pero al irrumpir el aura celestial de “Bitches Crystal” y, sobre todo, el abrazo a Johan Sebastian que propone la imponente y hermosa "The Only Way (Hymn)", basada en una conjunción entre la "Tocata y fuga en fa mayor", y en el "Preludio 6 en re menor", irrumpe nuevamente el bello desconcierto que marca el tono del disco. Toda una apuesta a la mezcla entre rock y música clásica que en ese momento "garpaba" y mucho. Encajaba perfecto en una época que había encontrado su sino en la intrepidez, la experimentación y la búsqueda.
En rigor, Tarkus fue el espejo primal en que se miró Yes para el sintomático Close to the Edge, tal vez el trabajo más logrado del género junto con Selling England By the Pound, de Genesis. En tanto, “Tarkus”, además de la sustancia musical antedicha, incluía una intrincada historia entre futurista y mitológica escrita por Lake. La trama se desarrolla en la lucha entre un héroe mezcla de tanque con armadillo, y supuesto defensor de la paz y la sabiduría, y varios enemigos de corte infernal que terminan triunfando en la batalla. El más complejo de ellos es la manticora, criatura de la mitología persa simbolizada por un león con cabeza humana, representada musicalmente en la quinta parte de la suite, y postrera vencedora de un héroe que, pese al fragor de la batalla, deja algunas perspectivas de luz. La búsqueda de un “conocerse a sí mismo”, o la postura de reconocer el valor del paso del tiempo bajo el fin de contrastar los desastres de la violencia, y de las guerras como deja entrever una frase clave de la suite: “Limpiá el campo de batalla y dejame ver”.
Bonus contrafactico: De haber contado con Jimi Hendrix, tal como se había especulado seriamente meses antes de su muerte, esta obra de por sí descomunal hubiese detonado el mundo en mil pedazos.