¿Y ahora? ¡El futuro!: es el grito que parece filtrarse de las celebraciones por la media sanción de la ley de cupo e inclusión laboral travesti trans. ¿Pero qué es lo que tanto se festeja si todavía no se aprobó? No es poco que se esté hablando del asunto en el recinto. Ni que los votos favorables hayan alcanzado 207, contra 11. Ni que la mayoría de los discursos sobre el tema, en el Congreso y más allá, ubiquen la discusión en el marco de los derechos humanos. Todo eso hace a este medio triunfo digno de descorche.
Y no es que las violencias y la exclusión estructural contra este sector de la población, cuyo promedio de expectativa de vida sigue sin poder superar en Argentina los 40 años, sean cosa del pasado. La sensación es la de una convivencia de dos dimensiones paralelas: la misma noche en que en el Congreso se le daba media sanción a la Ley de cupo laboral trans -que además de fijar un mínimo del 1 por ciento para todo el personal del Estado nacional, prevé incentivos por para las empresas privadas que contraten personas trans-, Crónica TV hostigaba por deporte a Zulma Lobato. Mientras los grandes medios de comunicación y la gente de a pie se hacen preguntas sobre el llamado lenguaje inclusivo, brilla por su ausencia en los canales de tv y en las tapas de los diarios la desaparición y la búsqueda de Tehuel de la Torre, un chico trans que desde el 11 de marzo falta de su casa y que fue visto por última vez cuando estaba camino, justamente, a una supuesta entrevista de trabajo, para un empleo eventual, precario.
Derechos versus privilegios
No hay que perder de vista que hasta hace muy pocos años, nada más que siete, Lohana Berkins, una de las más grandes y lúcidas referentes de los movimientos de desobediencia sexual en América Latina, publicaba en las páginas del suplemento SOY de este diario una especie de guía de autoayuda para dejar de ser homo/lesbo/transfóbico. “La primera vez que fui a pedir trabajo me preguntaron qué sabía hacer y yo no pude contestar. Me quedé dura. A nosotras se nos internaliza eso de que no servimos para nada. Y eso se está empezando a romper. La cotidianidad va a ser la única forma para derribar viejos prejuicios. En la interacción en los distintos espacios de trabajo, las historias de los otros se van a empezar a entrelazar con las nuestras. Van a descubrir que no hay tantas diferencias, sólo que las oportunidades de las que los otros disfrutaron siempre, para nosotras siempre estuvieron vedadas. Así se van a ir generando nuevos sentidos del travestismo”, me dictaba al oído con una voz llena de teoría tamizada por el humor, la calle y el saber popular.
“Jamás un derecho puede ser confundido con un privilegio. En este caso estamos hablando de darles derechos a quienes nunca los tuvieron. Privilegio sería, por ejemplo, que Flor de la V pidiera el subsidio. Privilegios son en todo caso los que tienen todos los que viven dentro la heteronormatividad, el privilegio de quedar del lado de adentro. Hace diez años, nuestras demandas principales eran que no nos mataran, ni nos metieran presas; hoy estamos peleando reparaciones. Sin dudas, las cosas han cambiado. En vez de debatir formas de avanzar, cuestionan la validez misma de otorgarles derechos a las poblaciones postergadas. Discutir, como ahora estamos haciendo, la calidad de un derecho debe asustar a quienes sienten amenazados sus propios privilegios con el avance de quienes estamos en los márgenes. Por eso se banaliza el tema: hoy hay un piso que amenaza”, decía Lohana Berkins.
Al igual que la ley sancionada en la provincia de Buenos Aires que lleva el nombre de su mayor impulsora, Diana Sacayán, el proyecto de ley de cupo e inclusión laboral travesti trans que el jueves por la noche obtuvo media sanción propone que un porcentaje mínimo de empleos públicos sea destinado a personas travestis y trans. La diferencia de votos es síntoma de consensos políticos, de un apoyo que hasta no hace tanto era impensable. Sin ir más lejos, en 2020, a esta altura del año, había en carrera no menos de doce proyectos similares presentados por distintos espacios políticos, que fueron analizados en una nota del suplemento SOY de este diario.
¿Habrá que pensar que el reconocimiento de los derechos de este colectivo está de moda? Esta suerte de consenso no se explica sin el trabajo que ha hecho en estos años el activismo, y también el periodismo especializado, entre muchos otros actores. Parte de esa tarea ha sido explicar que el cupo tiene una función reparatoria: compensar el daño del que por acción o abandono el Estado es responsable. Ya sea por el accionar de sus fuerzas represivas, el de la Justicia, el del personal de salud, el de las instituciones educativas. No se puede hablar de moda mientras un sector de la población siga condenado a muerte, incluso antes de nacer, y mientras siga padeciendo los efectos de la discriminación y las violencia estructural aun después de su muerte. Como en la historia de Santiago Cancinos, por ejemplo.
¿Y a mí qué me importa?
Así como el matrimonio igualitario removió cimientos en el mundo hetero, y puso a circular un abanico de reflexiones y miradas acerca de la institución matrimonial por dentro y por fuera del mundo lgbti, la pelea por instalar los motivos por los que se necesita de un cupo trans también está resultando una cruzada relativamente exitosa contra sentidos instalados, incluso dentro de las cosmovisiones que se autodefinen como progres. Crujen las nociones de mérito, merecimiento, privilegio.
Devolverle dignidad a un sector de la población historicamente excluido no sólo mejora la vida de lxs beneficiarixs directxs, sino de toda la sociedad. Los efectos fluyen por una doble vía. Hace unos meses lo decía en estos términos en las páginas de SOY Alba Rueda, activista histórica que en 2020 se convirtió en Subsecretaria de Políticas de Diversidad de la Nación: “Tenemos mucho que aportar para el cambio cultural, partiendo de nuestra gran capacidad de supervivencia. Hemos sobrevivido a la calle, a la policía, lo hemos hecho para expresar quiénes somos, para, como lo ha dicho Pedro Lemebel, hablar por nuestra diferencia". Porque, al fin y al cabo, ¿qué será de los espacios laborales si se sigue dejando afuera las experiencias y las existencias de comunidades que han hecho de la resiliencia y las solidaridades una hoja de ruta?
Y a eso también lo supo explicar Lohana Berkins, parafraseando a Michelle Bachellet: “Cuando una travesti accede a la vida civil, su vida se modifica. Pero cuando muchas travestis acceden, se modifica la vida a todo el mundo”.